Isla de Martín García (Río de la Plata, actual Argentina), 15 de marzo de 1814. Después de cinco días de intensos combates, las fuerzas navales revolucionarias, comandadas por el almirante Brown, derrotaban a la Armada española, dirigida por el general Romarate. El resultado de aquella batalla inclinaría, definitivamente, la balanza de la guerra a favor del ejército revolucionario y consagraría la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata (nombre primigenio de Argentina) que se había proclamado cuatro años antes. De esta forma, Río de la Plata se convertía en la primera colonia hispánica y segunda del continente americano que alcanzaba su independencia.

Mapa de la colonia de Rio de la Plata (1763). Fuente Cartoteca de Catalunya

Mapa de la colonia de Río de la Plata (1763) / Fuente: Cartoteca de Catalunya

El proceso independentista de Río de la Plata sería una réplica del de las trece colonias británicas de Norteamérica, los futuros Estados Unidos. Con, tan sólo, tres décadas de diferencia. Las que separan 1783 y 1814. Las revoluciones americanas —la transformación de las colonias en repúblicas independientes— arrancarían, precisamente, en plena crisis del modelo monárquico. Del absolutista y del parlamentario. Y se iniciarían en los dos extremos del continente. Las Trece Colonias y Río de la Plata (los actuales Estados Unidos y Argentina, respectivamente) serían las pioneras de un fenómeno extraordinariamente trascendente que se extendería como la pólvora por todo el continente americano.

Probablemente, una de las características más relevantes, y sorprendentes, de aquellos procesos es su liderazgo. Ni Tanacharison (líder de los indios iroqueses y aliado y amigo de George Washington) ni Juan Catriel (líder de los indios tehuelches y colaborador de los revolucionarios argentinos) tuvieron un papel trascendente. En Río de la Plata, por ejemplo, el primer alcalde independiente de Buenos Aires sería el vasco Martín de Álzaga (1810); el primer almirante de la marina de guerra argentina sería el irlandés William Brown (1813) y el ministro de Hacienda y de Defensa del primer gobierno independiente de Río de la Plata sería el catalán Joan Larreu (1810 y 1813-1814).

Matheu, Álzaga, Belgrano y Brown. Fuente Museos Histórico Nacional, Cornelio Saavedra, y Dàmaso Arce i Wikimedia Commons

Matheu, Álzaga, Belgrano y Brown / Fuentes: Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, Museo Cornelio Saavedra, Museo Dámaso Arce y Wikimedia Commons

Joan Larreu había nacido en Balaguer en 1782, aunque algunas fuentes sitúan su nacimiento en Mataró. Se había formado en la Escuela Náutica de la Llotja de Barcelona, y una vez tuvo el título de piloto de navegación en las manos, se relacionó profesionalmente con armadores de Mataró (de aquí viene la confusión del lugar de nacimiento), que hacían el trayecto entre Catalunya y Río de la Plata. Fue, precisamente, a través del armador y comerciante Domènec Matheu (natural de Mataró, uno de los prohombres de la independencia argentina y ministro del primer gobierno independiente de Río de la Plata) que Larreu pondría los pies y clavaría las raíces en Buenos Aires. Era sobre el año 1800.

El año 1800, Buenos Aires era una pequeña ciudad de unos 30.000 habitantes. Para tener una idea aproximada de lo que eso representaba diremos que, en aquella misma época, Barcelona tenía 120.000 y Reus —la segunda ciudad del Principat— se aproximaba a los 30.000. Pero era uno de los puertos más importantes del Atlántico sur. Y en la parte noroccidental de aquella pequeña capital estaba el barrio de Montserrat, poblado en aquel momento, exclusivamente, por comerciantes catalanes. Precisamente la parte argentina de la historia de Larreu empieza en el barrio de Montserrat y de la mano de las élites de aquel curioso ecosistema político y sociológico.

Representación del ejército revolucionario en las afueras de Buenos Aires, obra de Fernando Bambrila (1817). Font Museo de Bellas Artes. Buenos Aires

Representación del ejército revolucionario en las afueras de Buenos Aires, obra de Fernando Bambrila (1817) / Fuente: Museo de Bellas Artes de Buenos Aires

Larreu, acompañando a Matheu y Álzaga (el futuro alcalde) en su progresión social y económica, se convirtió en uno de los comerciantes más ricos de Buenos Aires. Con una particularidad: mientras que la mayoría de "tenderos" de Montserrat se dedicaban a comprar y exportar materia prima (algodón, piel, tintes naturales), enviarla a las fábricas textiles de Barcelona e importar y vender la manufactura (las famosas indianas); Larreu destacó en la importación de vinos y aguardientes, especialmente de Reus y muy apreciados por las oligarquías coloniales. Por las republicanas (las independentistas), por las autonomistas (llamadas carlotistas) y por las monárquicas (las inmovilistas).

Y bien sea por la lealtad, por la amistad, por la confianza o por la complicidad ideológica (o por las cuatro cosas juntas), Larreu no tan sólo siguió los pasos políticos de Álzaga y de Matheu (con el compromiso personal y profesional que eso implicaba), sino que se convirtió en un elemento destacadísimo del partido político (y sociológico) independentista. Son fortunas como la de Larreu las que explican aquellos procesos, tanto en las Trece Colonias como en Río de la Plata. Fortunas construidas con los negocios legales y, según la investigación moderna, también con el contrabando de gran alcance. Fortunas que condujeron a Larreu y muchos otros prohombres a la dirección de aquellos procesos políticos.

Croquis moderno de la batalla de Isla Martin Garcia (1962). Fuente Secretaría de Estado de Marina. Buenos Aires

Croquis moderno de la batalla de Isla Martín García (1962) / Fuente: Secretaría de Estado de Marina. Buenos Aires

Vicent López Planes (Buenos Aires, 1785), hijo de una familia valenciana establecida en Buenos Aires hacia 1780, coetáneo y amigo de Larreu, y segundo presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1827), lo definió muy bien. Dijo que durante la gestación del movimiento independentista (1800-1810), Larreu “siempre estuvo enredado en todas las travesuras políticas de Río de la Plata”. Y este detalle es muy revelador. Primero, porque asocia la práctica del contrabando a la objeción fiscal. La presión tributaria española sobre las colonias era más que abusiva y las políticas fiscales españolas (y las británicas, en las Trece Colonias) serían fábricas de independentistas.

En segundo lugar, porque explica el liderazgo de las clases mercantiles de origen europeo en aquellos procesos (en Argentina, catalanes, vascos, irlandeses y venecianos), los más perjudicados por el monstruoso espolio fiscal. Y tercero porque las oligarquías terratenientes (en Argentina, agrarias y ganaderas y de origen castellano) siempre estuvieron en el partido monárquico, el régimen borbónico las había obsequiado con el monopolio de los cargos gubernamentales en la colonia. Y no obstante, el año 1808, se produjo un curioso cambio de tornas. El rey español Fernando VII vendió la Corona a Napoleón y, en aquel contexto, Belgrano, uno de los prohombres del partido monárquico, clamó: “Queremos a nuestro 'amo' o a ninguno”.

La cita de Belgrano resultaría lapidaria: aunque surgiría un movimiento "autonomista" que proponía nombrar a Carlota (hermana pequeña de Fernando VII) virreina con atribuciones soberanas, sin quererlo, agruparía casi a todas las élites en torno a una misma idea y pondría el independentismo sobre las vías del tren. En aquella carrera, Larreu asumiría un papel destacadísimo. Después de la proclama de independencia (25 de mayo de 1810) se convertiría en vocal (ministro) de la primera Junta (gobierno). Para tener una idea de lo que eso significaba, los catalanes Larreu y Matheu serían dos de los seis miembros (siete con el presidente Saavedra) que formarían aquel primer gabinete.

Representación del Combate naval de Isla Martin Garcia (1865), obra de José Murature. Font Museo Nacional Naval. Buenos Aires

Representación del combate naval de Isla Martín García (1865), obra de José Murature / Fuente: Museo Nacional Naval de Buenos Aires

Pero la gran aportación de Larreu todavía tenía que llegar. Como vocal de Hacienda, creó los instrumentos públicos necesarios para construir un grupo naval capaz de derrotar a los españoles. Ganada la batalla en el suelo, el mar se presentaba como la asignatura pendiente, imprescindible para obtener la victoria final. No obstante, después de cuatro años de conflictos en tierra firme, la capacidad económica de aquella sociedad estaba agotada. Es en aquel contexto que la figura y el compromiso de Larreu alcanzan su punto culminante: completó con recursos propios (su fortuna) la construcción de la primera fuerza naval de la historia argentina.

Isla Martín García (marzo, 1814) resultaría decisiva. Y el Buceo (mayo, 1814) remataría el trabajo. Objetivo cumplido. Pero la joven república no podría devolver nunca el dinero que Larreu había puesto de su bolsillo. Se lo compensó nombrándolo cónsul en Burdeos (Francia). El propósito era ayudar a Larreu a levantar su negocio, situándolo en la principal plaza vitivinícola del mundo. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, no se pudo recuperar y, víctima de una profunda depresión, se acabaría suicidando totalmente arruinado en Buenos Aires, el 20 de junio de 1847. Justo un siglo después de su muerte (1947), Argentina aparecía en los rankings mundiales como la tercera economía del planeta.

 

Imagen principal: Retrato de Joan Larreu / Fuente: Museo Histórico Nacional de Buenos Aires