Imagen principal: Grabado de Bilbao (1575) obra de Braun y Hohenberg / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Toledo (Corona castellanoleonesa), 16 de abril de 1520. Hace 499 años. Las clases populares y mercantiles de la ciudad se rebelaban y tomaban el poder. Empezaba una revolución que, rápidamente, se extendería a las principales ciudades de la corona. La monarquía hispánica estaba gobernada por Carlos de Gante (el nieto y heredero de los Reyes Católicos), y la historiografía nacionalista española se ha limitado a explicar el fenómeno comunero como una revuelta "española" contra el círculo de confianza "neerlandés" del monarca. Pero este sólo era un elemento secundario de aquella revolución. El estallido de aquel conflicto obedecía a muchos factores y de mucha más importancia que han sido deliberadamente ocultados, al mismo tiempo que se glorificaba la figura de Carlos de Gante I de España y V de Alemania, (en la historiografía nacionalista española) cuando, en aquel momento, España y Alemania no pasaban de la categoría de proyectos políticos.

Grabado de Toledo (1575) obra de Braun y Hohenberg. Fuente Cartoteca de Catalunya

Grabado de Toledo (1575) obra de Braun y Hohenberg / Fuente Cartoteca de Catalunya

Carlos de Gante

La categoría de I de España y V de Alemania es muy curiosa y, a la vez, muy reveladora de cómo se ha pervertido la historia en beneficio de una ideología. España no será una realidad política hasta pasados dos siglos (1715), cuando Felipe V -el primer Borbón hispánico- unifica a sangre y fuego los dominios peninsulares de la monarquía hispánica. Y Alemania tendrá que esperar tres siglos y medio (1862), hasta que el canciller prusiano Bismarck -de una forma más civilizada- construya una unidad nacional sobre la idea del Volksgeist (el espíritu nacional) que, poco antes, habían postulado los filósofos Herder y Hegel. Este detalle es muy importante porque revela que la Revolución y derrota de los comuneros no es la semilla de un pacto para edificar España. Es una comunión de intereses entre las oligarquías castellanas y la monarquía hispánica: los actores principales del partido anti-comunero, para otorgar naturaleza política a su coto.

Felip, Carles y Adrià d'Utrecht. Fuente Wikimedia Commons

Felipe y Carlos / Fuente: Wikimedia Commons

¿Qué provocó la crisis urbana que condujo a la Revolución?

El triunfo del partidarios de Isabel (1474) -y de su marido Fernando- (que en la guerra civil castellana fueron denominados el "partido aragonés"), trajo implícita la necesidad de premiar a los leales. Unos de los grandes beneficiados fueron los oligarcas de "el eje de la lana"; una casta que controlaba la totalidad del circuito de la lana de la Mesta: desde la propiedad de los rebaños hasta la venta y transporte de la materia prima a los telares de los Países Bajos. Esta casta estaba concentrada en Medina del Campo, en Burgos y en Bilbao. Y resulta muy revelador comprobar que, entre la unión dinástica peninsular (1479) y el estallido de la Revolución (1520), desaparecieron, por falta de materia prima (¡en el país de la Mesta!) la práctica totalidad de los millares de obradores textiles castellanos. La ruina del potente sector textil castellano precipitaría la del resto del artesanado preindustrial del país.

¿Qué provocó la crisis rural que condujo a la Revolución?

Castilla, como todos los países de la Europa de la época, era un país básicamente rural. Se estima que tendría una población que estaría sobre los 3 millones de habitantes; muy lejos de los 15 millones de súbditos que reunía el rey de Francia o los 8 del emperador romanogermánico. Pero con una densidad poblacional de 10 hab/Km2, similar al resto de países de la cuenca mediterránea (Catalunya y el País Valencià, incluidos) y con un potencial demográfico suficiente para impulsar una salida a la crisis. En cambio, la generosa y católica pareja (naturalmente, con los suyos) ampliaron y multiplicaron desmesuradamente las cañadas (las autopistas de rebaños), a costa de las tierras de labranza en un contexto que, precisamente, pedía a gritos lo contrario. Resulta muy revelador comprobar que, a partir de la unión dinástica, Castilla (¡el país de las grandes llanuras de cereales!) se convertiría, paradójicamente, en importador de trigo.

La Castilla de los comuneros

Así se entiende que cuando estalló la Revolución (1520), Castilla ya no era aquella sociedad próspera del siglo anterior. Los principales centros mercantiles del país estaban inmersos en una dramática crisis económica y social. Sólo las tres ciudades de "el eje de la lana" (por razones obvias) y Sevilla (dominada por mercaderes extranjeros), resistían la crisis. Y el campo castellano que, durante toda la edad media -a diferencia del resto de Europa- había sido un oasis de pequeños propietarios campesinos y de comunidades que tendían a la igualdad jurídica, se hundía, arruinado y sentenciado. La fuerte migración del campo a las ciudades -la ruina del modelo- es un fenómeno que se produce a partir de la coronación de Isabel la Católica (1474); es decir, a partir del proyecto político hispánico. Aquel fenómeno, que acentuaría el paisaje de precariedad y de inseguridad (por decirlo de alguna manera) que ya afectaba a las ciudades castellanas, sería el elemento que anticiparía el conflicto.

Ferran, Isabel y Joana. Fuente Wikimedia Commons

Fernando e Isabel / Fuente: Wikimedia Commons

La guerra de la lana

Todos los conflictos tienen una base política y económica. Que es mucho más que un componente. Y la Revolución de los comuneros no es una excepción. El matrimonio entre Juana (hija y heredera de los Reyes Católicos y mal nombrada "la loca") y Felipe de Habsburg "el Hermoso", no fue el resultado de una extraña conjunción astral. Felipe era hijo y heredero de María de Borgoña, condesa independiente de Flandes, y aquella negociación fue conducida por las oligarquías castellanas de "el eje de la lana" y por los grandes productores textiles flamencos. Es muy curioso comprobar que Felipe había nacido y había crecido en Flandes (los dominios de su madre) y no en Austria (los dominios de su padre). Y que Carlos (hijo y heredero de Juana y de Felipe), nació y creció, también, en Flandes (los dominios de su padre) y no en Castilla (los dominios de su madre). Con la diferencia de que Felipe, prácticamente, no llegaría a gobernar en Castilla; y en cambio Carlos, sí.

“Poner al diablo a hacer las hostias"

Este detalle nos indica claramente que en aquella Europa posmedieval el centro de gravedad del poder se desplazaba hacia núcleos nuevos impulsados por las ambiciosas clases mercantiles. Reveladoramente en el triángulo formado por la monarquía hispánica, el archiducado de Austria y el condado independiente de Flandes (con el ducado independiente de Borgoña), que se situaba en la cumbre de la jerarquía, era el más pequeño de los territorios, y el que tenía menos categoría "señorial". Pero era el más rico y el más dinámico. La coronación de Carlos y la importación de funcionarios flamencos a la corte castellana es la prueba definitiva. Pero no sería el drama de las oligarquías castellanas que explican algunos historiadores. En cambio, para las clases populares castellanas, la llegada de El Hermoso fue el anuncio de una tormenta bíblica después de una granizo devastador. Y la coronación del hijo de El Hermoso significaría, definitivamente, "poner al diablo a hacer las hostias".

Los revolucionarios monárquicos

El movimiento comunero siempre tuvo dos corrientes diferenciadas, que serían una de las principales causas de su derrota. Por una parte estaba el partido monárquico. Era una facción minoritaria del movimiento, y estaba formada por las élites revolucionarias: mercaderes ricos, pequeña nobleza, clericato y clases intelectuales de las ciudades sublevadas. También había algún oligarca "de recio abolengo", que procedía del antiguo "partido portugués" (el de Juana, mal llamada "La Beltraneja" y esposa de Alfonso V de Portugal, que había sido rival de Isabel la Católica en la guerra por el trono). En este sentido, resulta muy curioso comprobar que los pocos líderes revolucionarios que sobrevivirían, se refugiarían en Portugal. Esta facción revolucionaria era partidaria de deponer a Carlos de Gante, y coronar a su madre Juana "la loca", entonces recluida en Tordesillas por orden de su propio hijo.

Grabado de Burgos (1575) obra de Braun y Hohenberg. Fuente Cartoteca de Catalunya

Grabado de Burgos (1575) obra de Braun y Hohenberg / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Los revolucionarios republicanos

Pero había otra facción, que era mayoritaria dentro del movimiento, que estaba formada por gente de todas las capas sociales. Desde comerciantes, artesanos y pequeños campesinos propietarios, pasando por jornaleros urbanos y agrarios, hasta personas totalmente desclasadas -expulsadas del sistema-, víctimas de la terrible crisis que asolaba a las clases populares castellanas. Este partido defendía la implantación de un modelo político que, probablemente, da respuesta al enunciado del reportaje: proponían convertir las grandes ciudades del país (las que tenían silla en las cortes) en repúblicas municipales independientes -inspiradas en las repúblicas italianas-, que gobernarían la urbe y su territorio de influencia y que se gobernarían con un sistema de elección por insaculación -inspirado en el modelo catalán- que tenía que confirmar el vuelco del poder: el ascenso político de las clases mercantiles.

Grabado de Sevilla (1575) obra de Braun y Hohenberg. Fuente Cartoteca de Catalunya

Grabado de Sevilla (1575) obra de Braun y Hohenberg / Fuente: Cartoteca de Catalunya

Las ciudades-estado castellanas

Estas repúblicas municipales -y territoriales- castellanas no tan sólo renunciaban al proyecto hispánico trazado en las negociaciones de Cervera (1468) que habían conducido al matrimonio de la católica pareja, sino que lo rechazaban de plano en su base (la formación de un estado hispánico peninsular) y en su proyección (la ambición Trastámara de crear un imperio familiar continental). La derrota comunera condicionaría el futuro de la sociedad castellana, condenando a sus clases mercantiles a la desaparición, y a sus clases populares a la emigración, principalmente a América. La derrota de los comuneros es también el triunfo que marca el inicio de la alianza eterna y atávica entre la monarquía hispánica y las oligarquías castellanas. Y de su idea de España, que impondrían a sangre y fuego como un dogma de fe: un coto fragmentado en tres categorías: señores, lacayos y chusma (poder económico, poder político y el resto de la sociedad).