Esta semana ha hecho 85 años que el Parlament de Catalunya proclamaba a Francesc Macià i Llussà 122º president de la Generalitat. Era el 14 de diciembre de 1932. Aquella proclamación tenía unas connotaciones especiales que la convertirían en un hito en la historia contemporánea de Catalunya. El Parlament que votó la investidura del president era el primero que, como tal, había sido elegido democráticamente por sufragio popular. El president investido era el primero que era elegido por los representantes electos, como tales, del Parlament de Catalunya. Macià, fundador y líder del partido republicano e independentista Estat Català —motor de la coalición Esquerra Republicana— se convertía en el primer presidente republicano e independentista de la Generalitat contemporánea; y la cámara de representantes surgida de las elecciones catalanas del 20 de noviembre de 1932 —con mayoría de Esquerra Republicana— se convertía en el primer Parlament republicano e independentista elegido por sufragio popular.

Un paso adelante

Los catalanes somos gente de impulso. Cargada de dignidad. Lo decía Albert Sánchez-Piñol, autor de la novela Victus que ha resultado un éxito literario, y guionista de la serie televisiva Comtes que se estrenará próximamente, en una reciente entrevista concedida a El Nacional: "Este país no ha avanzado por las victorias, sino por las derrotas". Y eso es lo que pasó después del 14 de abril de 1931, cuando Francesc Macià proclamó el Estado catalán dentro de la Confederación Ibérica, y pocos días después se veía forzado a negociar con el nuevo gobierno de la República española una rebaja de las expectativas iniciales. El Estado catalán —el proyecto nacional, no el partido político— quedaba parado a medio camino en la categoría de Región Autónoma; la primera, sin embargo, autonomía política dentro del territorio peninsular español desde que el primer Borbón hispánico (1715) había arrasado a sangre y fuego el sistema foral de los Habsburgo. La sociedad catalana de 1932, cuando menos una amplia mayoría, aceptó la rebaja como una derrota transitoria y se cargó de dignidad.

Campaña electoral de 1932. Macià en Reus. Fuente Archivo de El Nacional

Macià en Reus, campaña electoral de 1932

El primer choque

Este detalle es muy importante para entender una de las causas que explican los resultados de las primeras elecciones en el Parlament, las de 1932. La Esquerra Republicana de Macià —creada dos meses antes de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931— había ganado sobradamente a Catalunya, como lo habían hecho los partidos republicanos en las principales ciudades del Estado. El rey Alfonso XIII lo interpretó —o le hicieron entender— que el régimen monárquico había tocado a su fin. España se encamaba monárquica y se desvelaba republicana. Y Macià, avalado por el apoyo popular, cumplía su programa político y restauraba a la Generalitat como institución de gobierno de Catalunya. Macià sería proclamado president por los diputados provinciales electos en aquellas "municipales". Pero la negativa del nuevo gobierno republicano español a dar carta de legitimidad parlamentaria a los diputados provinciales —la que habían tenido en tiempo de la Mancomunitat (1914-1923)— dejaría la Generalitat (Macià y su gobierno) en una posición de debilidad y de provisionalidad.

La estrategia española

Este detalle también es muy importante para entender los resultados electorales de los comicios en el Parlament de 1932. El proyecto Macià consistía en recuperar las estructuras de estado del régimen foral de 1714 y adaptarlas a una realidad contemporánea y republicana. Y eso era lo que más inquietaba en los círculos de poder políticos y económicos españoles. A pesar de la estampida borbónica —el exilio más o menos forzado de Alfonso XIII— y el cambio de régimen, los resortes del poder español continuaban en manos de las oligarquías agrarias y bancarias que habían patrocinado el golpe de estado de Primo de Rivera (1923) previo a la República; y que más adelante patrocinarían el golpe de estado de Franco (1936) que soterraría la República. La estrategia española consistía en hacer caer en letargia el proceso catalán con el propósito de neutralizarlo. La rebaja forzada de las expectativas iniciales y las terribles campañas de calumnias políticas y de boicot a los productos catalanes durante la tramitación del Estatut, llevaban el inconfundible sello de aquellas oligarquías agrarias y bancarias españolas.

Macià. Retrato. Fuente Archivo de ElNacional

Retrato Francesc Macià

El impulso

El fuerte consenso entre la mayoría de la sociedad catalana de la época para alcanzar las máximas cuotas de autogobierno (una República catalana confederada con el resto de repúblicas ibéricas o, directamente, una República independiente) chocaba con el clima claramente contrario al Estatut de Catalunya, alimentado por el caciquismo oligárquico, que imperaba en las Españas. El gobierno de Macià que, en abril de 1931, había aceptado un importante retroceso; trabajaba en la redacción de una Carta Magna —el Estatut de Núria— y en la convocatoria de unas elecciones constituyentes en el Parlament; que tenían que articular las aspiraciones legítimas del pueblo de Catalunya, y que tenían que ser el atajo para salvar el tenebroso bosque de la legalidad española. El Estatut de Núria (1932), de carácter limpiamente soberanista, era una apuesta personal del president Macià y de su gobierno; y también colectiva de la ciudadanía de Catalunya. Fue sometido a referéndum el 2 de agosto de 1932, quince meses después de la restauración de la Generalitat.

La batalla del Estatut

En el referéndum del Estatut participó el 75% del censo electoral. En aquellos comicios sólo pudieron votar los hombres más mayores de veinticinco años. La ley impedía, todavía, votar a las mujeres. El Estatut obtuvo el apoyo del 99% de los votos. Y una lista con casi 500.000 firmas de apoyo de mujeres que la ley de la época no les había permitido votar. Todo eso en un país de poco más de 2.000.000 de habitantes y donde más de la mitad de la población, por razones de edad, no podía votar o no podía firmar manifiestos de apoyo. En cambio, la reacción política, social y económica española fue de una violencia inusitada. En el transcurso del tiempo comprendido entre el referéndum catalán (2 de agosto de 1932) y su aprobación en las Cortes españolas (9 de septiembre de 1932), la prensa española desató una horrorosa campaña de calumnias y difamaciones —personal y familiares— contra los políticos catalanes —especialmente contra el president Macià—, acompañada de una infumable campaña de boicot a los productos catalanes.

Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 1932. Concentración contra el Estatuto de Catalunya. Fuente Archivo de ElNacional

Concentración contra el Estatut de Catalunya, plaza de toros de Las Ventas (1932)

El cepillo español

En plena tramitación de la ley en las Cortes españolas se celebró una concentración anti-Estatut en la plaza de toros de Las Ventas que reunió a monárquicos de derechas y republicanos de izquierdas; y que sería el mitin, hasta entonces, más multitudinario de la historia de Madrid. Las oligarquías agrarias y bancarias españolas, a través de la tutela que ejercían sobre sus aparatos políticos y mediáticos, habían creado un clima de fanatismo españolista que tenía el claro propósito de ocultar los escandalosos casos de corrupción que vinculaban los intereses particulares de las grandes fortunas de Madrid con las minas del Rif y con la guerra de África (1921-1925). Un triángulo —una operación militar— que había costado un mínimo de 20.000 vidas humanas sólo entre los soldados de leva españoles. La fuerte presión política y social sobre el gobierno de Alcalá-Zamora —presidente del gobierno— y las inconfesables complicidades de algunos miembros de su gobierno con la trama de corrupción acabarían por forzar la aprobación de un Estatut recortado considerablemente.

Panflet de boicot en los productos catalanes. 1932. Fuente Archivo de ElNacional

Panfleto de boicot a los productos catalanes (1932)

La capitalización de los activos políticos de Macià

Las derrotas a las cuales se refiere Sánchez-Piñol, las que han hecho avanzar Catalunya, se sucedían a gran velocidad en aquellos días. Acto seguido se convocaron en Barcelona grandes manifestaciones de apoyo al Estatut redactado por los representantes del pueblo de Catalunya y aprobado, democráticamente, en referéndum por la ciudadanía que cohesionaban, todavía más, la sociedad catalana en el horizonte del pleno autogobierno. Y en aquellos días la figura del president Macià adquiriría una dimensión espectacular. Macià era el fundador de Estat Català, el partido republicano e independentista que, a diferencia de la Lliga Regionalista de Francesc Cambó, había mantenido una posición de dignidad y de combate contra el régimen dictatorial de Primo de Rivera. Macià era el artífice de los Hechos de Prats de Molló (1926) —el romántico intento de liberar Catalunya con una acción armada. Macià, perseguido por la justicia española, había estado exiliado en Bruselas, en Buenos Aires y en La Habana. Y Macià era el fundador de la coalición Esquerra Republicana, que había derrotado clamorosamente y contra pronóstico la Lliga Regionalista en las elecciones municipales de 1931.

Visita presidencial. Macià en Girona. Fuente Museo de Historia de Girona

Visita presidencial de Macià a Girona / Fuente: Museo de Historia de Girona

El "partido del president"

Pero, sobre todo, Macià era el arquitecto de la restauración de las instituciones de gobierno de Catalunya; condición que había sabido ganar en el transcurso de aquel periodo de provisionalidad. Entendía y compartía el alma del país, y lideraba las aspiraciones de su sociedad. Era la personificación de la dignidad de Catalunya. Y la capitalización de aquellos activos conducirían Esquerra Republicana, el "partido del president", a la victoria en las elecciones en el Parlament del 20 de noviembre de 1932. El país había votado un Parlament mayoritariamente independentista. "El partido del president" obtuvo 56 de los 85 escaños: 269.550 votos que representaban el 52,60% del total. Y 67 diputados con las confluencias. Superaba sobradamente a los 16 diputados de la Lliga Regionalista —el partido hegemónico en Catalunya en tiempo de la Mancomunitat— que pagaría la condescendencia de sus líderes con el régimen dictatorial de Alfonso XIII y de Primo de Rivera; y que revelaría que, en 1932, el horizonte de la sociedad catalana había superado claramente el estadio político autonomista.