Amantes de la ficción literaria: me dirijo a vosotros, siendo yo también un adepto incondicional del género, con la voluntad de confesar que pocas veces —por no decir nunca— un ensayo me había atrapado tanto como para empujarme a dar la tabarra a familiares y amigos, presumiendo durante toda una semana —el tiempo que he tardado en leerlo a toda prisa para poder hablar de él en este artículo— de la ilustración erudita que emanan las palabras impresas en el último volumen de Oriol Rosell. Lo atestigua la ingente cantidad de post-its y garabatos a lápiz con que he llenado decenas de párrafos reveladores —según mi criterio, aunque inequívocamente rigurosos—, interrumpiendo la lectura página tras página tras sucumbir a la seducción de la retórica inicial. ¿De qué otra forma podría reaccionar un miembro de la generación Z, como quien escribe, ante la promesa resolutiva de un título como Matar al papito: Por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos, sí)?
De qué otra forma podría reaccionar un miembro de la generación Z, como quien escribe, ante la promesa resolutiva de un título como Matar al papito: Por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos, sí)
Tratándose, en esencia, de una patente —y descarada— declaración de intenciones, desde la portada el autor de Un cortocircuito formidable (2024) impregna 224 páginas de tinta para capturar, por escrito, una panorámica del recorrido histórico y del impacto que la mal llamada —es decir, segregada— música urbana ha tenido sobre el imaginario cultural contemporáneo, convirtiéndose, a su vez, en artífice del peaje fronterizo entre pasado y presente —adultos y jóvenes— situado en el epicentro de uno de los enfrentamientos generacionales más relevantes del siglo XXI. Considerado así, el sugerente título Matar al papito anticipa que no se trata del típico volumen de moda que cualquier librería diáfana colocaría en la estantería de novedades, sino más bien de un trabajo de investigación que menciona nombres y apellidos de los verdaderos ideólogos de la música moderna, así como fechas y lugares de sus respectivos hitos, reflexionando al mismo tiempo sobre fenómenos actuales, todo ello con el fin de tender puentes entre incomprendidos e incomprensivos.
🔊Deixeu la música para los pringados
Matar el 'papito' para firmar la paz con el padre
Aunque, francamente, el tono empleado por Rosell roza a menudo la pedantería —refiriéndome a las volteretas intelectuales manifiestas en cada capítulo—, en el texto se aprecia la sensibilidad empática de quien tiene —y quiere tener— en cuenta la realidad a la que alude: papitos aferrados a la nostalgia, sermoneadores, frente a hijos desencantados con el mundo que les ha tocado vivir, como objeto de estudio. Eso hace que, en el momento de leer el libro —densísimo para quienes están acostumbrados a consultar el móvil antes de quitarse las legañas—, se perciba un compromiso claro del autor con la era que le ha tocado vivir. De ahí que los dos interludios, breves clases de historia que recomiendo complementar con material audiovisual para evitar la sobrecarga de datos desconocidos, encarnen la voluntad de legitimar a las minorías como agentes de progreso, cambio e innovación. A conciencia, Rosell construye un escaparate literario donde reconoce la descomunal aportación de dichas minorías —tradicionalmente relegadas a la sombra del canon cishetero blanco masculino, el mismo que les ha robado el mérito y ha hecho negocio con él— a la cultura popular, citando además conceptos clave (persemprismo, anomia, woke, cíborg, homofilia algorítmica, filtro burbuja) que explican al mismo tiempo el porqué del conflicto entre padres e hijos.
Matar al papito ejecuta un ejercicio antropológico de efecto vinculante y unificador que nos hace comprender, a boomers, equis, íes griegas y zetas, que somos víctimas de un mismo contexto, afectados por dilemas no tan distintos
En consecuencia, el reto de atraer la atención de ojos cegados por las pantallas se resuelve mediante un ping-pong analítico respaldado por el desmenuzamiento histórico; el autor habla de todos nosotros, y no hay nada más atractivo para el ser humano que escucharse a sí mismo reflejado. Así pues, Matar al papito se convierte en un ejercicio antropológico con efecto cohesivo que nos hace darnos cuenta, a boomers, equis, íes griegas y zetas, de que todos somos víctimas de un mismo contexto, afectados por dilemas no tan diferentes.
Al respecto, me parece adecuado recuperar la mención a Paul Valéry en su discurso La política del espíritu (1937): nadie quiere seguir formando parte de un sistema en ruinas, porque hacerlo equivale a dar la bienvenida a la estafa y el engaño. No sorprende, por tanto, que el libro insista en la idea del “futuro que ya no es lo que era”, desdibujado y percibido desde un presente eterno donde nada caduca, imposibilitando así el estallido del conflicto revolucionario.
Un libro que, a priori, pretende profundizar en la idiosincrasia de la etiqueta que agrupa al hip-hop, reguetón, dancehall, reggae y un largo etcétera de géneros —fruto de la ignorancia blanca— termina siendo un pequeño reflejo de la sociedad contemporánea
Ahora bien, llegados a este punto temo explicar con demasiado detalle el contenido encapsulado en la obra de Rosell. Por eso, me limitaré a invitar al lector indeciso a leerse, como mínimo, la introducción; síntesis global lo suficientemente sugerente como para ser debatida de forma independiente. Cuesta creerlo, pero un libro que, a priori, busca profundizar en la idiosincrasia de la etiqueta que agrupa hip-hop, reguetón, dancehall, reggae y un largo etcétera de géneros —resultado de la ignorancia blanca— acaba convirtiéndose en un espejo nítido de la sociedad actual. Además de hacerme abrazar por primera vez la no ficción, o entender por qué mi padre se escandaliza cuando pongo “Da Me” de Bad Gyal en el coche, Matar al papito me ha ofrecido la oportunidad de firmar un tratado de paz con los adultos, recordándome que madurar también es no olvidar al joven que uno fue. Qué gusto da ver a pensadores divulgando lo que ocurre en los márgenes. Porque en los márgenes es donde nace la disrupción que, en última instancia, simboliza el verdadero avance.