La dolçor de viure (LaBreu edicions) de Joan Todó es un conjunto de relatos de apariencia inconexa en los que, poco a poco, se puede descubrir un poso común. Todó se sirve de la brevedad, de una riqueza léxica infrecuente y de una variedad de registros –añado, difícil de encontrar en el panorama literario catalán actual– para hacer pinceladas exactas de todo aquello a lo que quiere dar importancia. Detrás de los relatos, de un modo tan discreto como el talante del autor, se aborda la ruralidad y su universo lingüístico –sobre todo, el del sur–, el transcurso del tiempo y el pasado, la identidad –desde tantos ángulos como relatos hay– y la posibilidad de un realismo mágico que dé sentido a aquello que, de entrada, no lo tiene. Todó es extremadamente hábil construyendo mundos y ambientes, y también lo es haciendo trabajar al lector para que llegue al meollo de la idea que sostiene cada relato.

Todó se sirve de la brevedad, de una riqueza léxica infrecuente y de una variedad de registros –añado, difícil de encontrar en el panorama literario catalán actual– para hacer pinceladas exactas de todo aquello a lo que quiere dar importancia

Siempre he tenido la sensación de que a Joan Todó no se le reconoce como su literatura merecería. Quizá esto no sea muy profesional de escribir, críticamente hablando, porque no hay rodeos ni subterfugios, y porque se basa en una percepción que, con seguridad, presenta sesgos. Como todas, vaya. Sin equilibrios, pues, me parece que muy a menudo a Joan Todó se le cuenta como a uno más porque no tiene actitud de diva. De divo. Se nota que escribe con la convicción de quien piensa que su escritura se defiende bastante sola, y eso, en un universo literario en el que no hay talento aparente si no hay un gran ego detrás, es extraordinario. Todó ama lo que hace quizá un poco más de lo que se ama a sí mismo, y esta manera de ser y de hacer acaba traduciéndose en un texto sosegado, pero profundo: trabajado y preciso y, a la vez, transparente. Joan Todó quiere hacer bien su trabajo. Todos los relatos de La dolçor de viure, a pesar de sus respectivas distancias, parten de este común.

la dolcor de vivir
La doçor de viure, una recopilación de relatos de Joan Todó publicada por LaBreu / Foto: Archivo LaBreu

La calidad siempre más importante que el reconocimiento

Quizá por eso La dolçor de viure encaja tan bien con el carácter de LaBreu. Todo lo que he leído allí parece partir de la premisa de que la calidad siempre será más importante que el reconocimiento. Que hay que escribir bien, editar bien y publicar bien, incluso cuando nadie lo ve. Es una rectitud virtuosa que huye de las estridencias incluso cuando huir de ellas supone quedar al margen de la conversación literaria del país. O de la conversación literaria más superficial. En un mercado editorial que produce libros como churros –y que, en consecuencia, produce libros que son auténticos churros–, LaBreu actúa como refugio para todo aquel que quiera mantenerse al margen de ciertas dinámicas. Y no lo consigue por arte de magia: lo consigue con la minuciosidad de quien sabe y confía en que detrás de todo lo que parece pequeño siempre hay cosas grandes. Por eso tiene tanto sentido que La dolçor de viure esté en LaBreu: igual que bajo una impresión de cotidianidad se esconden las cuestiones fundamentales que hacen una vida, detrás de una discreción convertida en método hay gemas muy brillantes.

Igual que bajo una impresión de cotidianidad se esconden las cuestiones fundamentales que hacen una vida, detrás de una discreción convertida en método hay gemas muy brillantes

Antes de ponerme a escribir, mientras leía La dolçor de viure, albergaba la duda de si era coherente convertir esta reseña en una adulación. De si no me haría parecer poco interesante, poco exégeta, de no ponerme un poco de perfil y hacer eso tan propio de país pequeño de mirar de reojo el trabajo de los demás. Y de tener siempre alguna pega que decir, no fuera a ser que el éxito ajeno se nos hiciera una gran amenaza. Pero la honestidad, incluso cuando es contracultural, siempre es la mejor política. La coherencia, pues, es reseñar con la misma despreocupación por el mundo exterior con la que parece que escribe Joan Todó y con la misma pulcritud y franqueza con la que publica LaBreu. Y si de aquí se desprende un reconocimiento que ponga en el centro de la conversación literaria aquello que parece destinado a quedar al margen, aquello que parece secundario e insignificante, todo este trabajo que habremos hecho. Últimamente, me cuesta leer y me cuesta escribir más de lo habitual, por una especie de desinterés general soterrado que aún me cuesta averiguar de dónde sale. La dulzura de La dolçor de viure, sin embargo, me ha sacado de una apatía y de una monotonía amarga durante unos instantes. “Me ha hecho pensar” –en el sentido de que me ha llevado a lugares nuevos, que me ha ofrecido ángulos desde los que mirarme la vida que hasta ahora estaban por estrenar– quizá sea lo mejor que se puede decir de un texto. Con Joan Todó este es un elogio justo. Ya lo veis, La dolçor de viure no me ha permitido escatimar.