El otro día en el bosque todo eran árboles y setas. Árboles y setas... ¡y nada más! Y, efectivamente y evidentemente que un pino es un árbol. ¡Pero es un pino! Un P-I-N-O. Y un pino nunca será un roble, un haya, una encina, un abeto, un fresno, un olmo, una morera o un castaño. Decir solo árbol a un ciprés, por ejemplo... Y decir solo seta a un níscalo, una negrilla, un boletus, un camagroc, un mízcalo, una trompeta de los muertos, una seta de cardo, una seta de ostra, un rebozuelo, un higróforo o una colmenilla... Decirle solo seta a una trufa... ¿Qué queréis que os diga? Es triste, perverso y nocivo. ¡Y peligroso! Porque corremos el riesgo de volvernos básicos, de quedar huérfanos de palabras y de acabar reduciendo todo este abanico de posibilidades y toda esta variedad y riqueza léxica de nuestra señora lengua a dos tristes hiperónimos: árbol y seta. Y ¡ nos acostumbraremos, nos conformaremos!, con el agravante que nos dará igual. Y el raro será aquel que utilice el hipónimo y lo calificaremos de friqui si algún día se le escapa distinguir una lengua de vaca blanca o bien un almendro.

Lo queremos todo masticado

No hay que ser biólogo ni agente forestal para distinguir un níscalo de una seta de ostra. No hace falta que seamos expertos en nada, sólo con que tengamos el interés de saber todo aquello que todavía desconocemos. Y el atrevimiento de preguntarlo. ¡O de buscarlo, caray! Aprovechemos esta manía que tenemos de googlearlo todo, incluso el nombre de los árboles o de las setas. Y con esta idea de la importancia de las palabras en la cabeza, me aparece la imagen de Toni Gomila en Acorar, una obra que tendría que ser declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y que tendría que ver todo el mundo como mínimo una vez en la vida.

Bolets Pexels

En este monólogo fascinante, Toni explica con una ironía magnífica y punzante el hecho de que la juventud de hoy distinguimos perfectamente entre un Iphone 11 XR y un Iphone 12 Pro Max, pero que en cambio nos cuesta encontrar las palabras exactas y justas para todo lo que es importante de verdad. Y tiene razón. Somos la generación genérica y lo queremos todo fácil, muy rápido y todo sencillito y masticado. O sea que si con una palabra lo podemos decir todo... Nos costará reconocer y valorar la necesidad de aprender veinte. Y es este desconocimiento querido, atrevido y descarado en plena era de la información lo que nos tendría que preocupar.

Así que aprovechando la ocasión, cerraré esta reflexión con una cita de un fragmento de Acorar que nos tendríamos que tatuar todos juntos en el frente: Ses paraules diuen qui som, com vivim, què valoram i què menyspream. Y si nuestras palabras no son precisas, son sencillas y son conformistas, estas también dicen mucho de quiénes somos, como vivimos, qué valoramos y qué despreciamos.