Dicen que cada teatro tiene su alma. Desde hace unos días, el Teatre Tívoli de Barcelona tiene una nueva: una alma que canta, que llora y que se mueve entre bastidores con una máscara blanca y un corazón atormentado. El Fantasma de la Ópera ha llegado a Barcelona, y lo ha hecho como sabe hacerlo: seduciendo al público con su sombra, su música y un encanto clásico que sigue resistiendo el paso del tiempo.
El montaje, que forma parte de la primera gran gira estatal del musical, llega después de un largo éxito en Madrid y mantiene toda su esencia: una puesta en escena trabajada, un reparto de lujo y una orquestación que emociona desde las primeras notas, gracias a la dirección de Miquel Tejada. Pero, en el Tívoli, el Fantasma juega en casa: el escenario barcelonés, más íntimo, permite que el espectador sienta su aliento, que note cómo cada movimiento de los personajes resuena entre las paredes centenarias del teatro.
Una voz gallega enamorada del catalán
En esta producción, la gallega Ana San Martín brilla con luz propia como Christine Daaé. Con una voz delicada, pero poderosa y una presencia escénica cautivadora, su interpretación respira verdad y emoción. La actriz, que años atrás enamoró al público catalán con su papel en Mar i Cel, domina el catalán con naturalidad y se ha convertido en una de las protagonistas más destacadas de esta versión. A su lado, Daniel Diges da vida a un Fantasma apasionado e intenso, capaz de combinar la fragilidad y el terror.

El Nacional.cat nos hemos podido colar entre bastidores para vivir, de la mano de Ana San Martín, qué es lo que pasa antes de un espectáculo de esta magnitud y cómo se prepara un papel tan complicado como el de Christine Daaé. Dos horas antes de que arranque la función, los actores y actrices se reúnen en el vestíbulo del teatro (que unas horas más tarde estará lleno de espectadores embelesados y ansiosos para ver la función) para corregir los errores de la función anterior y preparar la voz. El maestro Tejada los dirige entre la seriedad del trabajo y el buen rollo que desprendre este equipo de artistas.
Ana rápidamente nos ve y se acerca a charlar con nosotras y a explicarnos su vínculo con Catalunya y el catalán, y es que cuando llegó en 2014 y consiguió el papel de Blanca en Mar i Cel, se puso las pilas para que ningún espectador sospechara que no era catalana de nacimiento (al menos mientras estaba sobre el escenario). "Hicieron que toda la compañía me hablara siempre en catalán, y así hice una superinmersión lingüística", recuerda entre risas. Como buena actriz que es, Ana San Martín asegura que "le encanta conocer la cultura catalana a través de su lengua". Dicho esto, nos convertimos en su sombra y después de estirar un poco el cuerpo la acompañamos a su camerino para empezar a transformarse en la dulce Christine.
Calentar y recalentar
El Fantasma de la Ópera es un musical que casi es lírico, y seguramente el personaje que interpreta Ana es el que tiene que dar las notas más altas, es por eso que necesita preparar muy bien la voz, así que ya nos avisa de que escucharemos canturreos de lo más peculiares. En su pequeño camerino Ana se despinta las uñas mientras nos recuerda que en el siglo XIX seguro que nadie las llevaba pintadas, se maquilla, siempre de forma un poco exagerada, es teatro, y se recoge el pelo con una especie de redecilla para prepararlo para la peluca. Nos pide que no la grabemos mientras está "calva", como dice ella, pero su naturalidad hace que al final acabe aceptando y ella misma se ría de su aspecto divertido.

Cuando faltan cinco minutos para que se apaguen las luces del Tívoli, dejamos a Ana en su camerino. Ella se despide con una sonrisa serena y aquella concentración que precede a la magia. Nosotras salimos al vestíbulo con el corazón acelerado, contagiadas de los nervios previos al estreno, con ganas de ver cómo aquella mujer que hace un momento se preparaba entre espejos y pelucas se transforma ante mil espectadores.
Dos horas y media más tarde, salimos emocionadas. El Fantasma de la Ópera vuelve a demostrar por qué es uno de los grandes clásicos de Broadway: una historia de amor, obsesión y belleza que continúa cautivando generaciones desde que Andrew Lloyd Webber la estrenó en 1986. Su música resuena aún dentro del teatro, como si el Fantasma no quisiera marcharse del todo. Y quizás es mejor así — porque cuando una obra te hace sentir tanto, siempre vale la pena que se quede un rato más.