Entre el estallido de la Guerra Civil y el año 1938 huyeron de Catalunya unas 45.000 personas, entre catalanes y residentes extranjeros. La mayoría huyeron por mar, gracias a los barcos de las diferentes potencias europeas y los servicios consulares, que con la complicidad de la Generalitat de Catalunya y burlándose la presión y el control de las organizaciones revolucionarias que dominaban el puerto de Barcelona. Así escaparon del peligro de muerte religiosos, militantes de la Liga y otros partidos conservadores, familias burguesas, militares, aristócratas o carlistas, que conformarían un exilio de muy mal explicar.

Un exilio incómodo

En primer lugar porque muchos de estos evacuados conformaron los renglones del franquismo catalán y sus estructuras de poder, y al régimen no le hacía ninguna gracia entrar en el detalle de cómo se habían salvado estos sectores sociales vencedores. Hacerlo, habría sido reconocer el papel determinante de la Generalitat y su Presidente, Lluís Companys, condenado a muerte precisamente bajo la acusación de ser el principal responsable del asesinato de las más de 8.000 víctimas de la retaguardia republicana. Una acusación que se mantiene viva entre sectores nostálgicos del franquismo y del revisionismo histórico.

Al mismo tiempo, el peso de la represión franquista y el exilio del 39 ha hecho que la historiografía se haya acercado con muchas prevenciones a un fenómeno todavía incómodo, que rompe el relato de blancos y negros. El historiador Arnau González Vilalta, especialista en la Guerra Civil y las implicaciones diplomáticas en el conflicto, coge parcialmente el reto planteado por Albert Manent, uno de los primeros autores que escribió sobre el exilio del 36, centrando su investigación en las evacuaciones a través de los consulados y los barcos italianos, franceses y británicos. El resultado es H Humanitarisme, consolats i negocis bruts (Evacuacions a Barcelona (1936-1938) (Editorial Base), un volumen que llega coetàniament a lo que reúne las actas del congreso 1936. Desplaçaments forçosos i primers exilis y primeros exilios organizado por el Memorial Democrático.

Jugarse la vida para ayudar o hacer negocio con el sufrimiento

Como hemos visto en otros conflictos más próximos, los principales esfuerzos de las potencias europeas ante el golpe de estado fallido que dio lugar al conflicto civil y el estallido revolucionario del verano de 1936 fueron evacuar a sus ciudadanos de Barcelona. Italia, Francia y Gran Bretaña fueron los primeros países que desplazaron sus flotas respectivas en el puerto de la ciudad, prueba de la importancia y volumen de sus colonias de residentes en Catalunya. A partir del embarque de los suyos nacionales, Francia e Italia pusieron sus naves a disposición de quién se sintiera en peligro y quisiera abandonar el país.

Una operación diplomática y humanitaria para la cual contaban con el apoyo de los titulares de Cultura Ventura Gassol o Gobernación Josep Maria Espanya, que firmaron pasaportes y documentos a todo el mundo que se los pidió hasta que el propio peligro de ser víctimas de los anarquistas los llevó a ellos mismos a exiliarse. También Companys, el presidente del Audiencia Territorial Josep Andreu Abelló o el conseller Josep Tarradellas hicieron gestiones a favor de unos fugitivos que, en algunos casos, tuvieron que recurrir a operaciones no del todo claras.

En este sentido, la sospecha de pagos para la obtención de pasaportes de alguna de las repúblicas sudamericanas con legación consular en Barcelona o bien para asegurar la huida de estos sectores desesperados ha sido una de las sombras persistentes a la hora de aproximarse al primer exilio. El cónsul francés Jean Trémoulet vio su reputación manchada por acusaciones de cobro por esta acción humanitaria –el autor presenta una lista conservada por el mismo diplomático, de trayectoria tortuosa, en que se contabilizan aportaciones de buena parte de estos primeros exiliados a entidades francesas– y diplomáticos como el representante nicaragüense también fueron acusados de vender a alto precio pasaportes falsos que otros cónsules ofrecieron gratuitamente.

De hecho, el líder de la Liga Francesc Cambó abonó grandes cantidades en sobornos, canalizados a través de sus colaboradores como el súbdito francés Armand Hazard y el prochico Marcel·lí Moreta, para conseguir la evasión de buena parte de la plana mayor del partido. Agentes diplomáticos, miembros de organizaciones anarquistas y comunistas y algún funcionario de la Generalitat podrían haber sido receptores o cómplices de estas redes de evasión a cambio de grandes cantidades de dinero. Negocios sucios hechos con el sufrimiento de la gente.

Personalidades de la Liga Catalana como Joan Ventosa i Calvell, Lluís Duran i Ventosa, Josep Puig y Cadafalch, eclesiásticos como el cardenal Francesc de Asís Vidal y Barraquer o el obispo de Girona Josep Cartañà, los marqueses de Alella y de Sentmenat, el dibujante Valentí Castanys, el dirigente de Acción Catalana Claudi Almendra o el futbolista Josep Samitier conseguirían llegar a Francia o Italia gracias a estas operaciones humanitarias en que se involucraron la diplomacia y el gobierno catalán, de las cuales, como señala González Vilalta, no hay una réplica en el bando franquista. De hecho, el libro pone de manifiesto como los gobiernos republicano y franquista se opusieron a operaciones de evacuación de niños, mujeres y no combatientes patrocinadas por el Comité Internacional de la Cruz Roja, por lo que tenía de reconocimiento internacionales de los gobiernos de Companys y José Antonio Aguirre, lehendakari de Euskadi.