Todos los amantes del mundo creen ser los mejores amantes del planeta. Si son catalanes, sin embargo, todavía se lo creen más después de haber compartido una noche de pasión y haber ido por el suelo “a rebolcons, entre besos i arraps” en Valencia, entre gemidos, suspiros y orgasmos que de madrugada resuenan en el patio de luces de alguna pensión con más fuerza que las campanas del Micalet. Es verdad que nunca podremos saber si Raffaella Carrà había leído a Vicent Andrés Estellés, pero sí que sabemos que la difunta artista de Bolonia tenía la misma idea que el poeta de Burjassot cuando cantaba aquello de "para hacer bien el amor hay que venir al sur": si se quiere hacer un buen polvo, nada mejor que ir al sur. ¿En qué sur, sin embargo?

El sur, metonímia del placer

La muerte de la diva italiana hace escasos días convirtió por una noche los telediarios de medio mundo en el obituario más animado de la historia, a medio camino entre el karaoke y la disco móvil de fiesta mayor, ya que Raffaella Carrà era alegría, desenfreno y transgresión, pero sobre todo inconformismo. Un buen ejemplo es la ya universalmente famosa Tanti auguri, que en la versión española, editada el año 1978 con el cuerpo de Franco todavía caliente, clama a la carnalidad sin tabúes y al empoderamiento sexual de la mujer, ya que “lo importante es que lo hagas con quien quieras tu/ y si él te deja no lo pienses más/ búscate otro más bueno y vuélvete a enamorar”. Para hacerlo, la canción hace una arenga al fornicio sudista, cosa tremendamente lógica teniendo en cuenta que en España todo el mundo sabe que el auténtico "problema vasco" es que en Euskal Herria no se folla, como glosó años más tarde el grupo de punk Lehendakaris Muertos.

En castellano, aquel "da Trieste in giù" [de Trieste en abajo] italiano tan recóndito se deslocalizó para acabar convirtiéndose en una generalización donde cabía todo, ya que "el sur" no es un lugar, sino más bien una idea. Para la mayoría, cuando escuchan la canción, "el sur" fue, es y seguirá siendo una marca relacionada con la maravillosa alegría salá de los andaluces y el alma pasional, sensual y eléctrica de todo aquello que tenga relación con el flamenco, los versos de Lorca o Góngora y la voz de Lola Flores. Para otros, "el sur" es un concepto que engloba toda la cultura mediterránea en sí, la que tiene el aceite de oliva como eje vertebrador y que va de Grecia a nuestra casa pasando por Italia y Occitania. Para unos cuantos, sin embargo, "el sur" ha sido siempre el País Valencià, aquello que Joan Fuster denominó como "el territorio más meridional de los Països Catalans". También en la canción, ya que uno entiende las cosas gracias al marco mental con que mira el mundo.

Vicent Andrés Estellés Murales Espinar Batán, Muro de Alcoy / Francesc Fort

Mural dedicado a Vicent Andrés Estellés, poeta sin pelos en la lengua, en Muro. (Francesc Fort)

Siete años antes de la canción de Carrà, el poeta Vicent Andrés Estellés ya había conseguido resucitar la esencia de un fucker 'sui géneris' como Ausiàs March y poner el País Valencià en el imaginario colectivo cuando se hablara de sexo pasional en catalán. El célebre poema "Els amants", publicado en Llibre de meravelles (1971), significó precisamente eso: un texto que desde el primer momento fue más hot que una película de Nacho Vidal. Cuando Ovidi Montllor hizo la versión musicada el año 1974, además, se acabó de convertir en el mito que todavía hoy muchos catalanes -del norte, del sur, de las islas, de la Franja y de todas partes- siguen teniendo en la punta de la lengua cuando viven una de aquellas noches de sexo frenético. De sexo salvaje. De sexo casi juvenil que después, "tombats en terra de qualsevol manera", nos hace comprender "que som bàrbars, i que això no deu ser, que no estem en l'edat, i tot això i allò."

En unos tiempos en qué para los catalanes ir hacia el norte, en Perpinyà, era sinónimo de transgredir la prohibición para ver tetas y culos en el cine, Estellés fue un faro, desde la poesía, que desde el sur decía lo mismo que aquellas películas prohibidas en España, pero con versos. Lo mismo, también, que las canciones de Raffaella Carrà como Tanti augure o A faro l'amore cominci tú.

El País Valencià, entre Yugoslavia y Menorca

Dice la leyenda que hay que medir bien el uso del verso "no hi havia a València dos amants com nosaltres", sobre todo porque es técnicamente mentira. En Valencia hay amantes únicos y singulares cada noche, seguramente también ahora, mientras lees este artículo, pero también están en Cornellà, Capdepera o Tamarit de Llitera. Els amants de Estellés no poetiza sólo un lugar, sino sobre todo un hecho: reivindicar el sexo prohibido entre gente aparejada y hacerlo en pleno franquismo, cuando el adulterio era penalmente un delito. Raffaella Carrà, simpatizante abiertamente comunista, fue todavía más allá y pregonó el amor libre, enalteciendo el disfrute del buen sexo a quien tenga la suerte de tener más de un amante. ¿Por qué Trieste, sin embargo? Más abajo de Trieste sólo hay el territorio terrestre de la actual Croacia, en aquellos tiempos República Federal Socialista de Yugoslavia, uno de los paraísos nudistas de Europa. Encontrar en la canción una oda alegórica al régimen de Tito lo dejamos para otro día, sin embargo.

Parece claro que lo importante en Para hacer bien el amor tampoco era el dónde, pues, sino el qué. Lo demuestra también el hecho, por ejemplo, de que el videoclip no se grabara en Andalucía, en Nápoles o en la Puglia, sino en Menorca, precisamente la isla menos meridional de las Baleares. Por eso, por poco que se quiera, se hace difícil no tropezarse con la huella de los Països Catalans en esta ecuación musical cantada por Raffaella Carrà hace más de cuarenta años, ya que si mirar el vídeo da ganas de hacer el amor salvajemente en Cala en Porter o en una habitación del Hotel Capri de Maó en la cual empezar una botella de champán en plena madrugada, escuchar la letra da ganas de bajar al sur y sentir lo que Vicent Andrés Estellés plasmó eternamente: hacernos creer que en Valencia incluso tender la ropa es una cosa erótica. Tal cual. Parece evidente, pues, que una tierra en la cual colgar unos calzoncillos con pinzas en el balcón es un acto de sensualidad es, por narices, una tierra en la cual hacer el amor es un acto insuperable.