¿Sería Ausiàs March un buen protagonista de Cómo conocí a vuestra madre? A pesar de saber que técnicamente no, su vida amorosa previa a la primera boda no sólo tiene más aventuras que una película de Indiana Jones, sino que su obra poética se puede convertir, si se quiere, en un anzuelo sorprendentemente sensual en el noble arte del flirteo amoroso. Antes de argumentar esta última afirmación y de seguir con el artículo, que sin duda hablará de March, permíteme avisarte de dos cosas: la primera es que te bien prometo que cuando llegues al final del texto habremos ido y vuelto de Italia a través del mar, pero no en barco, sino con versos; la segunda, que quién escribe estas rayas debe confesarte que estudió un breve tiempo en la Università por Stranieri di Siena que tiene por rector a Pietro Cataldi y donde trabaja Cèlia Nadal Pasqual, es decir, los responsables de la publicación hace pocos meses del volumen Ausiàs March, un male strano: poesie d'amore (Nuova Universale Einaudi, 2021).

En efecto, Ausiàs March ha vuelto a Italia seis siglos más tarde de su retorno a casa después de participar el año 1420 en la primera parte de la expedición para consolidar el dominio catalanoaragonés en la isla de Cerdeña, por eso el anuncio de esta edición italiana de la obra del poeta más importante de las letras catalanas con el sello implícito de Siena me ha hecho pensar que fue allí, hace años, al llegar a una universidad en la cual tenía que averiguar si el mito del Erasmus convertido en orgasmus era cierto, cuando comprendí que a pesar que el poeta valenciano no fuese nunca padre de ningún hijo legítimo, todos aquellos que sentimos la literatura catalana como nuestra literatura somos un poco hijos de Ausiàs March.

Estatua de Ausiàs March en Gandía

Escultura en piedra de Josep Rausell Sanchis en Gandía representante Ausiàs March. (Creative Commons / Wikipedia)

Dime en qué verso piensas cuándo hace viento y te diré quién eres

La noticia del nuevo libro de March editado por Einaudi, una de las grandes editoriales italianas, me hizo escribir un whatsapp a una amada amiga sienesa a quien, hace años, le hablé de "Veles e vents" en la primera cita. Nada de postureo humanista, sin embargo, sino decisión justificadísima: antes de la segunda cerveza, con un aire finísimo en la Piazza del Campo de la ciudad toscana, me preguntó en qué canción pensaba cuándo hace viento. Yo le hablé de March y de Raimon, y ella de una balada del cantautor Francesco Guccini denominada "Scirocco", que es como los italianos llaman al jaloque. Aquella pregunta inesperadamente bonita me hizo perder el juicio, sin embargo, ya que aquella noche estuve a punto de catapultar lo que tenía que ser una cita amorosa de aquellas que hacen nacer mariposas al estómago por culpa de March; en efecto, al igual que te pasaría a ti, hablar de "Veles e vents" me convirtió en un pseudo-académico de pacotilla que entre copa y copa de vino no paró de dar la tabarra sobre poesía medieval, o sea, haciendo todo eso que nunca hay que hacer en una primera cita: aburrir. Todo hasta que, casi sobre la bocina y cuando el partido ya parecía perdido, comenté que March era un fucker.

Ahora, ocho años más tarde, mi amiga me respondió el whats diciendo "Andrò in libreria a cercare il libro di March, quel vero ciclone sessuale valenciano" cuando le dije que Ausiàs March se había editado en italiano. Sí, lo has entendido bien, ciclone sessuale quiere decir huracán sexual. ¿Hablar de poesía medieval mientras ligas es una mala idea? Por desgracia, sí, excepto si lo haces hablando del poeta de Gandía, quizás porque "la carne quiere carne" es, más allá de un verso precioso, conciso e insultantemente cierto, un eslogan maravilloso que alguien nacido en el Reino de Valencia hace más de seiscientos años regaló a Durex en la mejor campaña publicitaria ante-lettre para promover el fornicio que nunca se pueda haber hecho. ¿Quién fue, sin embargo, Ausiàs March? ¿Por qué él mismo se considera un "maestro de amor"? ¿Y sobre todo, por qué el amor es para él un mal extraño? Responder a todas estas preguntas con profundidad es imposible en el humilde y breve espacio de este artículo, pero sí que estamos a tiempo de recordar que el hijo de Pere March y Leonor de Ripoll, después de guerrear por el Mediterráneo en nombre de la Corona de Aragón y convertirse en halconero real del rey Alfonso, vivió unos años bastante convulsos durante su juventud en Valencia.

Ausias March male strano Einaudi

Ausiàs March, un male strano, en la edición traducida en italiano con poesías originales en catalán. (Einaudi)

El joven Ausiàs, antes de revolucionar la lírica catalana rompiendo con la tradición poética de los trovadores, asimilando la herencia del dolce stil nuovo o el petrarquismo y creando versos de una intimidad y crudeza nunca vistos en nuestra casa, se bregó como un hombre inquieto, nervioso, caprichoso y de vida tempestuosa. El año 1427, sin ir más lejos, el poeta es procesado por una demanda amorosa mientras su vida se mueve entre burdeles y peleas, haciendo hijos ilegítimos a distintas mujeres y negándose al matrimonio a pesar de la insistencia de su madre o de la misma reina Maria, que ven en la vida nupcial la única opción para redimirlo de ser una bala perdida. Es en esta época previa a la boda con Isabel Martorell, hermana del escritor Joanot Martorell, entre tabernas, conflictos, amantes y líos de faldas, cuando March, a medio camino entre el protagonista de un capítulo de Hermano mayor y del encastador Steve Stifler d'American Pie, escribe los cantos de amor de los ciclos Plena de seny y, más tarde, Lliri entre cards, donde el amor honesto y espiritual significa un deseo para alguien como él, a quién domina, sin embargo, el amor sensual y carnal.

El viento, el mar y el amar

El amor se convierte para March, tanto antes como después de casarse, en un concepto asociado al dolor, al riesgo -entre el sacrificio y la soledad- y a la tragedia, quizás por eso sus poemas contienen comparaciones ligadas al mar y al viento, dos elementos eminentemente oscilantes y nunca uniformes, siempre en tensión permanente entre la calma y la tormenta. Tenemos la suerte o la desgracia de haber nacido en un palmo de mundo en el cual, a excepción del Empordà, el viento es un elemento poético pero casi anecdótico, ya que amamos la brisa o incluso el ventet, pero nuestra relación con el viento es tan lejana que, cuando nos toca enfrentarnos a él, nos sentimos delante suyo tan vulnerables como después de oír a uno "tenemos que hablar, esto nuestro no funciona". Volvemos al viento, sin embargo, que la última cosa que quiero es convertir este artículo en un texto metaliterario lleno de comparaciones entre el amor y el viento basadas en las comparaciones entre el amor y el viento hechas por Ausiàs March.

Gabriel García Márquez dijo en su cuento Tramontana que el viento que sopla en el Empordà “dicen que lleva consigo los gérmenes de la misma locura”, y décadas antes Joan Maragall había renombrado la plana ampurdanesa como un "palacio del viento" en una descripción que, al mismo tiempo, Josep Pla siempre encontró una gilipollez. La pregunta, sin embargo, es: ¿aparte de los ampurdaneses, gente extraña y genial a partes iguales, puede describirse con palabras una cosa que es difícil de observar a simple vista? "Veles e vents" es un hit de Raimon escrito cinco siglos antes por el poeta y caballero de Gandía, pero sobre todo es una de las composiciones poéticas más monumentales de nuestra pobre, sucia, triste y desdichada historia, y como todas las obras maestras habla de una situación que todos hemos vivido: la de arriesgarse hasta el límite por amor, con valentía, pero sin embargo con el sufrimiento de saber que no todo depende de nosotros, sino del otro. Plantea, en definitiva, la desazón de un amante ante la incierta lucha para conquistar su amada.

Quizás cuando leas esto no hace viento en la calle ni ves hojas moviéndose más allá de la ventana, pero da igual: si quieres entrar hasta el fondo al poema, lo que te hace falta es que ponerte el chubasquero y tomar una biodramina, ya que salimos a cubierta, a mar abierto. March plantea la confesión de un amante que compara su deseo para volver a intentarlo con el intento de un retorno en casa a pesar del mar alborotado, por eso en la primera estrofa afirma que “Mestre i ponent, contra d’ells veig armar;/ xaloc e llevant, los deuen subvenir,/ ab llurs amics lo grec e lo migjorn”, es decir, que para llegar entero a casa y superar la fuerza del mistral (NO) y el poniente (O), el amante necesita la ayuda de los vientos contrarios a estos dos, por lo tanto del siroco (SE) y el levante (E), sumando la inestimable ayuda del gregal (NE) y el viento del Mediodía (S). Más allá de este planteamiento inicial, ya planteado antes por Boecio, Lucano u Ovidio y capaz de poner a prueba nuestro dominio de la rosa de los vientos, el poema resume casi todo su sentido en los dos primeros versos, “veles e vents han mos desigs complir/ faent camins dubtosos per la mar”.

¿Por qué? Porque dice que las velas y los vientos tienen que cumplir el deseo del amante, aunque los caminos sean dudosos, no sólo por el mar, sino también para el amar. La perífrasis de obligación del primer verso, sumada con la homofonía del mar/el amar y la presencia del concepto dudosos, nos otorgan las claves para comprender todo lo que vendrá después: la confesión de alguien dispuesto a arriesgar la vida por amor y que, al final, se da cuenta que amar de forma extrema es como jugárselo todo a una tirada de dados, al amparo de la fortuna. Seguramente por eso cada vez que salgo a la calle y una ventolera me fastidia más que una etiqueta en el cuello de la camiseta pienso Ausiàs March y su visión del amor, porque igual que la fortuna, es incontrolable. Y sobre todo, porque al fin y al cabo sólo hay una cosa más incómoda que el viento: la incertidumbre amorosa, aquel male strano [mal extraño] invisible y lleno de desazón que se ensaña con nosotros sin que sepamos dominarlo y ante la cual parece que sólo podamos consolarnos cantando. Al igual que llevamos haciendo desde que nuestros antepasados, cuando eran simples animales que sólo pensaban en procrear y comer, dejaron de caminar a cuatro garras para empezar a entender que la carne quiere carne, sí, pero el corazón quiere calma.