Viendo cómo están las cosas en la ciudad, no sería de extrañar que mucha gente decidiera ir a pasar las vacaciones a algún pueblecito perdido donde haya nieve, igual que cuando Joel Fleischman fue a parar a Cicely, Alaska, para ejercer la profesión de médico. En su caso, sin embargo, no tenía ninguna intención de abandonar su vida en Nueva York para acabar en aquel lugar remoto que no le interesaba, aunque a lo largo de las 6 temporadas y 110 capítulos de la serie fue cambiando de opinión al establecer vínculos con toda una serie de personajes con quien también conectó el espectador. Y fue gracias a ellos, y a los guionistas que escribían sus historias, que Doctor en Alaska se convirtió en este pequeño gran clásico que vale la pena recordar.

doctor en alaska

Nadie creía en ella

Cuando Joshua Brand y John Falsey propusieron la idea a la CBS, casi nadie creía que aquella producción pudiera funcionar. Todo lo que pudieron obtener fue un presupuesto minúsculo y ocho episodios para llenar la parrilla de verano del año 1990. Pero para sorpresa de todos, la serie empezó a tener muy buenas audiencias, y las renovaciones no tardaron en llegar.

Los espectadores se engancharon a las excentricidades del doctor Fleischman y a la forma dinámica, a menudo incluso cómica, que tenía Rob Morrow de interpretar al personaje. Pero lo que realmente hizo que Doctor en Alaska funcionara fue el maravilloso pueblo de Cicely y sus entrañables habitantes, que fueron evolucionando con sus propios arcos excelentemente diseñados.

La magia de Cicely

Si no fuera por la relación de amor-odio de Maggie con el protagonista, o el carácter del millonario Maurice, o la generosidad de Holling y Shelly, o las reflexiones de la recepcionista Marilyn, o los comentarios radiofónicos de Chris, la serie no habría sido nunca lo que fue. Aunque la verdadera magia aparecía cuando todos los personajes se unían con un objetivo común, con propuestas sociales extravagantes que mantenían a la comunidad unida como representaciones artísticas, deportes extraños o tradiciones únicas del pueblo.

Y si a toda esta magia a la cual el doctor se fue añadiendo poco a poco le sumamos la icónica introducción de un alce paseando por el pueblo con la música de David Schwarts, entendemos de dónde salen las más de 80 nominaciones que obtuvo la serie y aquel Emmy a mejor drama en 1992 o los Globo de Oro en la misma categoría durante dos años consecutivos.

Un final inexistente

La única mancha oscura de Doctor en Alaska la encontramos en su final. O en la ausencia de este. A partir de la cuarta temporada, Rob Morrow empezó a pedir que le subieran el sueldo, teniendo en cuenta el éxito de la serie y los bajos salarios con que habían empezado cuando nadie confiaba en ella.

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Pero los productores no atendieron sus demandas. Empezaron a reducir su papel y dieron más protagonismo a los secundarios, hasta el punto que enviaron al doctor a una reserva india para sustituirlo por una nueva pareja de doctores. El cambio no funcionó. Las audiencias cayeron en picado y la sexta temporada fue cancelada sin un final satisfactorio.

Una lástima para una serie que habría podido ser redonda si no fuera por este detalle. Porque no es más que un detalle. Doctor en Alaska no necesitaba un gran final que lo cerrara todo como pasa en otras series, porque su calidad surgía de la vida cotidiana de aquellos fantásticos personajes de Cicely, que le robaron el corazón al doctor Fleischman y también a todos los espectadores.