Estas vacaciones he intentado leer más libros de los que es posible. Entre mis lecturas ha habido una que me ha sorprendido positivamente. Desconocía a su autor. Hablo de Això no se li fa, a l'Svoboda, del húngaro János Székely, traducida por Jordi Martín Lloret y publicada por Viena. Es una breve novela histórica ambientada en un pueblecito de Bohemia, entre lo que hoy son los estados de Chequia y Eslovaquia, y es una delicia tanto para los amantes de la historia como para los de la ficción.
En la Europa occidental esto nos resulta extraño, porque hace siglos que nuestras fronteras no cambian, pero la realidad de Europa Central y del Este es muy diferente: allí las fronteras bailan, y nadie se sorprende
La imperiosa necesidad de asesinar a Hitler o someterse a él
Svoboda es un eslovaco que no anda del todo bien de la cabeza, un hombretón bueno pero de pocas luces, que vive en la estación de tren de un pueblo pequeño y se ocupa de cargar las maletas de los viajeros. La historia que se nos cuenta está ligada a otra mayor, la invasión nazi de Checoslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial. La conquista alemana no supuso un gran quebradero de cabeza para los soldados, que se encontraron con un pueblo desprevenido. En la novela, un coronel retirado y solterón que había luchado por la independencia del país durante la Gran Guerra –en 1918 Checoslovaquia se había constituido como República– opone una resistencia simbólica a la invasión: todos los vecinos lo acompañan a cuadrarse ante el monumento al Soldado desconocido. Más adelante, los soldados alemanes invasores culpan a Svoboda de hacer volar las vías del tren la madrugada en que el führer debía pasar por la localidad.
El escritor János Székely no inventó esta historia. Intentaron asesinar a Hitler en varias ocasiones a lo largo de su vida, y una de ellas fue en Bohemia y de esta manera: querían hacer saltar las vías del tren por donde tenía que pasar Hitler pocos días después de la invasión de Checoslovaquia. Tras la Segunda Guerra Mundial, el país volvería a cambiar de bando, esta vez como un estado independiente comunista que existió hasta 1989, el año en que Chequia y Eslovaquia se separaron. En la Europa occidental esto nos resulta extraño, porque hace siglos que nuestras fronteras no cambian, pero la realidad de Europa Central y del Este es muy diferente: allí las fronteras bailan, y nadie se sorprende –sin ir más lejos, Alemania se reunificó y se convirtió en lo que es hoy hace apenas 35 años.
Es la amistad entre dos hombres ya mayores que se conocen y se respetan desde jóvenes; también es la vida y milagros de Svoboda y de la mayoría de la gente, víctimas de la política y de los tiempos que les toca vivir
¿Por qué esta novela merece la pena?
Nabókov decía que el arte es una mezcla de belleza y compasión, y ese es el encanto de esta novela. Székely siente una gran compasión por sus personajes, por sus debilidades y virtudes, y eso nos absorbe. Esto no se le hace a Svoboda es una novela breve, pero coral, y contiene multitudes. Es la amistad entre dos hombres ya mayores que se conocen y se respetan desde jóvenes; también es la vida y milagros de Svoboda y de toda la gente como él, en su mayoría víctimas de la política y de los tiempos que les toca vivir. La novela es un friso de la comedia humana, que a veces resiste y otras se somete, porque siempre hay quien está dispuesto a entregarse al enemigo y quien lucha hasta el final por la libertad –y tanto unos como otros tienen motivos de peso para hacerlo.
Székely, un húngaro de familia humilde que llegó a convertirse en guionista de Hollywood, es especialmente fino tanto en el arte de la sátira como en la construcción de personajes entrañables. La prosa es ligera, accesible para todos, tierna como su protagonista –si pienso en Svoboda me viene a la mente Forrest Gump, por poner un ejemplo cinematográfico que trabaja de forma especial la belleza y la compasión, las máximas del arte según Nabókov. Quizá el oficio de guionista no tenga nada que ver, sino al contrario: que Székely pudo ganarse la vida como guionista en EE. UU. (murió joven, en la pobreza) porque era un buen escritor. Al fin y al cabo, la literatura se inventó mucho antes que el cine.