La música, entre otras cosas, tiene una capacidad: nos permite bucear sobre temas o cuestiones que, de alguna manera, están en el aire. Por tanto, no ha sido hasta ponerme a escribir sobre el nuevo disco de Oques Grasses que no he buscado qué es exactamente un delirio: “Es un cambio grave de las capacidades mentales. Provoca pensamientos confusos y falta de consciencia del entorno. Normalmente, este trastorno aparece rápidamente, en horas o en un par de días. Por lo general, la causa del delirio puede identificarse con uno o más factores”. Y, verdaderamente, no sé si el delirio estaba antes de grabar este nuevo disco entre los planes de Josep Montero y su troupe, si ellos los sufren o, si fruto de ese estado, la música y ese mensaje es lo que brota.

Si hace tres años, el lema era A tope amb la vida, con un disco que, precisamente, iba por ese camino, enarbolando la bandera de la pasión, calculando cuantos grados de felicidad había en cada surco del mismo; si en sus inicios era la banda más inclasificable entre los suyos, ahora son los que tienen más claro el presente y, seguramente, el futuro. De hecho, esta vuelta de tuerca (por que la hay) en el sonido, es más para asentar las bases, quizá no tanto para el hoy como para el mañana. Y ahí, en esa tesitura, ellos se sienten cómodos, y es que, en Fruit del deliri, Oques Grasses han explorado esa vertiente más íntima y personal. Algo que no pasa nunca de un día para el otro: aquí hay un proceso y el responsable es Montero.

Tal y como me comentaba hace poco uno de los miembros de Hermanos Gutiérrez, la virtud y ventaja de quien viaja y compone, está en el autoconocimiento. Y justo a eso los de Osona han dedicado parte de su tiempo. Eso implica esfuerzo, una reflexión profunda y, al mismo tiempo, una búsqueda: la inspiración como excusa vital. Así pues, en este viaje con billete de ida y vuelta, Montero va del amor al desamor sin apenas un pestañeo, salta de la edad adulta a la inocencia más pura que da y otorga la infancia, y como si fueran fragmentos de una película, desglosa en qué punto y dónde está ahora mismo un mundo con más incógnitas que certezas. Con una sociedad que, aparentemente, está a dos pasos de quebrar. Por tanto, que Oques Grasses acumulen más de 70 millones de reproducciones de sus canciones no es una casualidad, y si como fin de fiesta de su anterior gira montaron un sarao descomunal en el Palau Sant Jordi,  ahora la meta sigue ahí, intacta y sin ningún ánimo de tomar una revancha. Sus fieles van a seguir ahí, a su lado, y ellos también arrimados a su vera.

La esencia sigue viva como desde el primer día; aquí prima el grueso y la importancia del colectivo

Le podemos dar vueltas a lo que queramos, pero la esencia sigue viva como desde el primer día. Aquí prima lo individual, claro está, pero sobre todo, el grueso y la importancia del colectivo. Y el sonido, ¿qué pasa con el sonido? Pues justo en ese lugar está la clave (y si se quiere, el discurso y el debate) de este disco: la producción ha tomado el mando. Pero no como cabría imaginar; la sencillez y los sonidos más cotidianos (y estrambóticos) y callejeros, son el flujo de Fruit del deliri. Te gusten más o te gusten menos, en estas canciones hay verdad. O al menos, su verdad. Con sinceras proclamas personales y un estado de ánimo, que como el de todos, sube y baja. Porque son músicos, pero también son personas. Por tanto, también sienten y padecen. Como en Plora i riu. ¿Existen términos más alineados y contrapuestos que estos dos? Puede que sí y puede que no. Ese es el mensaje directo y sin recovecos de Torno a ser jo y La gent que estimo. De hecho, el disco empieza con Com està el pati y la idealización del sueño, con esta pregunta: “Tú Ramón, ¿qué animal quieres ser?”. A lo que el niño responde: “un gusano”. En cambio, en Bambi, imagino a C. Tangana saliendo en algún momento de su cueva. Su sombra está ahí.

Sin embargo, Al·lèrgiques al pol·len (más gamberras) y Julieta (muy exquisita) son luz y no sombra. Participan en el proyecto sabiendo dónde están, ponen su sello particular a la obra de Oques Grasses. Después, un respiro, un pequeño remanso de paz con Córrer pels camps y Jubilar-me. Aunque poco dura la alegría en casa del pobre, la tranquilidad se acaba con Molta tralla y un mensaje: qué difícil es comprometerse en el amor. Finalmente, algo que parecía que no iba a pasar: la fiesta. Llega de la mano de Figa Flawas, canción veraniega que no sería extraño oírla en algún spot propio de la época en que todo es jolgorio y buen rollo. A todo esto, Sort de tu nos lleva otra vez a la casilla de salida; con ese “suerte tengo de ti”, toca brindar por el anhelo de ese beso y el amor de tu vida. Porque en el fondo, de eso iba esto, ¿no?