Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) es uno de los pensadores más influyentes del Estado español, especialmente en lo referente al estudio de las transformaciones de la sociedad actual. Sus análisis giran con frecuencia en torno a la democracia y la gobernanza. La editorial Gedisa acaba de publicarle Comprender la democracia, un libro breve en que el filósofo vasco se pregunta sobre la desvinculación de los ciudadanos de la vida política, y sobre el efecto de este desapego sobre la democracia.

Usted argumenta que la democracia no funciona, ¿por qué?

Fundamentalmente porque la democracia es un equilibrio muy frágil y costoso de conseguir, a través de personas e instituciones, en que cada uno tiene su responsabilidad. Y cuando esto se desequilibra, esto pasa a funcionar mal. Por ejemplo, cuando el sistema político, en lugar de resolver problemas, los crea. O cuando los ciudadanos, en lugar de ejercer la ciudadanía, nos comportamos como mirones. O cuando los políticos se dedican a crear espectáculo… El tipo de degradación de la democracia que estamos viendo no es al estilo del viejo golpismo o de las dictaduras, sino una banalización de la vida política que acaba por desequilibrar todo el conjunto.

¿Es culpa de los ciudadanos que la democracia no funcione?

También. Esto no es políticamente correcto, pero hay que decirlo. Hay un triángulo mágico integrado por ciudadanos, políticos y medios de comunicación que debe funcionar bien. Y no funciona como toca. Exonerarnos a nosotros mismos como ciudadanos de la degradación democrática, no es de recibo.

El escándalo es un falso movimiento. Da la impresión de que estamos cambiando las cosas y en realidad estamos chapoteando en las cloacas

En España la política, últimamente, funciona con frecuencia a base de filtraciones y escándalos. ¿Esto es positivo?

Es positivo que sea tan difícil ocultar ciertas cosas, y también que salgan a la luz cosas que si estuvieran ocultas sería peor todavía. Lo que es preocupante, como tónica general, es que vayamos construyendo el debate político en base al escándalo. No es que no nos hayamos de escandalizar de ciertas cosas, pero además de las cosas que provocan escándalo en la vida política, hay otras cosas importantes que no se están abordando. Hay una modificación de las condiciones de nuestra vida cotidiana, hay realidades latentes que no tienen notoriedad… Todo queda en segundo plano en una agenda pública donde hay más agitación que transformación real. El escándalo es un falso movimiento. Da la impresión de que estamos cambiando las cosas y en realidad estamos chapoteando en las cloacas.

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Foto: Laia Borges / Gedisa.

En el fondo uno aprende menos de sus amigos que de sus adversarios

Usted considera negativo que los ciudadanos no conozcan su sociedad. La inmersión en las redes sociales, en las que cada uno sólo se conecta con los que se le parecen, ¿tiene efectos negativos sobre el conocimiento de la sociedad como conjunto?

Las redes sociales tienen un inconveniente: permiten que uno se cree un espacio de referencias muy semejante a uno mismo, y que por ello se prive del contraste con otras realidades, con opiniones opuestas. Las redes se convierten en un espacio de celebración del propio espacio ideológico. Y esto deberíamos corregirlo prestando atención a una pluralidad de fuentes de información. Del mismo modo que debemos tener una dieta alimenticia variada, debemos tener una “dieta informativa” variada. Dentro de poco tiempo en las sociedades habrá una división entre ciudadanos bien y mal informados. Y para estar informado debes tener informaciones contrastadas, para calibrar la realidad. Si no resolvemos esto, nos vamos a quedar en un mundo de ruido que nos desorienta y que nos impide aprender, como sujetos y como sociedad. En el fondo uno aprende menos de sus amigos que de sus adversarios.

¿La democracia no se está deteriorando porque los ciudadanos perciben que no hay verdadera alternativa?

Seguramente en sociedades como la nuestra no hay alternativa a las democracias liberales, y para mí esto es bueno. Lo que ocurre es que llamamos democracia a un sistema en el que hay fundamentalmente concurrencia entre diferentes opciones ideológicas, y que esto se mantenga es bueno. Lo que deteriora la democracia es que la ciudadanía no sea capaz de superar la confusión que procede de la avalancha informativa. Se tiene que discriminar el ruido de la opinión relevante. No habrá democracia si no hay una ciudadanía que tenga instrumentos de formación, que sea capaz de orientarse en un universo en el que cada vez hay más ruido. El problema, en estos momentos, no es la falta de información, sino la orientación.

Usted afirma que la política es muy complicada. Ante esta complejidad, ¿no habrá la tentación de dejarla en manos de tecnócratas? Algunos piensan que lo harían mejor que los ciudadanos...

Las dos simplificaciones groseras de la democracia son el populismo y la tecnocracia, y una y otra simplifican inadecuadamente el panorama político, y no ofrecen solución a sus problemas. Los tecnócratas aseguran que pueden resolver los problemas sociales sólo a través de una competencia técnica, prescindiendo de la legitimidad popular, y muchas veces han fracasado. Y los populistas parasitan la cólera de la gente, pero no parecen demasiado interesados en resolver los problemas que causan esta cólera. La suerte es que no estamos condenados a elegir una de estas dos simplificaciones.

Según usted, el exceso de información provoca una devaluación de su valor. Pero estamos en una sociedad en que la información se multiplica. ¿Qué se puede hacer frente a esto?

De entrada, creo que es importante no prestar atención a todo. En un universo informativo sobrecargado, atender a todo es perder el tiempo, sencillamente. En segundo lugar, se debe buscar filtros en los que uno pueda confiar: opiniones autorizadas, criterios relevantes... Y la tercera recomendación que yo haría es recordar que no siempre lo más ruidoso es lo más significativo. Hay muchos intereses no suficientemente representados, tendencias latentes en la sociedad que no han emergido y que hay que ser capaces de identificar… No podemos estar siguiendo únicamente el dictado de los que tienen más poder para hacerse oír.

¿Cómo lograr que los ciudadanos tengan una información de calidad ante unos medios de comunicación con frecuencia bajo control?

Esto es muy difícil, porque esto contradice una tendencia natural: el mundo, por su propia configuración, es de los poderosos. Y la política debería servir para rectificar esta injusta distribución del poder mundial. No debemos hacer la ola a las opiniones dominantes… No lo más llamativo es lo más verdadero. Y esto vale tanto para los periodistas, como para el ejercicio de la ciudadanía. Nada nos va a ahorrar el ejercicio crítico de pensar. Detrás de un movimiento reivindicativo hemos de decidir si hay argumentos de justicia. A veces hay grupos, personas, asuntos, que no están en la agenda política; y los movimientos sociales tienen la ventaja de deshacer la agenda pública y poner sobre la mesa problemas que no estaban entre las principales preocupaciones de nuestros representantes políticos, como pasó con los desahucios.

La represión no sólo es ilegítima, sino que también es ineficaz

Usted llama a la implicación de los ciudadanos en la política, pero las medidas que limitan la libertad de expresión y de manifestación, ¿no provocarían un alejamiento de los ciudadanos de la vida pública?

Sin duda. Una de las cosas que están afectando gravemente a la vitalidad de la democracia es una desconfianza hacia la gente, que procede seguramente de que el sistema político no ha entendido bien que la sociedad democrática, por su propia naturaleza, es imprescindible… La gente protesta, y protesta en sentidos diferentes e incluso contrarios. Este movimiento reactivo de restricción de ciertas libertades existe porque no se acaba de entender que la sociedad ha escapado de los marcos que la encuadraban, la disciplinaban y la hacían previsible. Pero, por más que se intenten limitar estas libertades, hay dinámicas sociables que no son fácilmente reprimibles. La represión no sólo es ilegítima, sino que a la larga también es ineficaz.

El problema de la democracia, ¿surge automáticamente de los cambios sociales, o hay colectivos interesados en frenar la participación de los ciudadanos?

La tesis que defiendo en el libro es que la sociedad contemporánea cada vez politiza más cosas. Antes el círculo de temas politizados era más pequeño. Ahora se considera que hay muchos más temas susceptibles de ser discutidos, muchos temas que antes estaban regidos por la tradición y no se cuestionaban, y que ahora son debatibles. Y esto genera una sobrecarga: se puede decidir sobre muchas cosas, como sobre el género… Ahora puedes decidir si quieres ser hombre o mujer, puedes decidir sobre cosas sobre las que nuestros padres no decidían en absoluto. Esto choca con mucha gente interesada en despolitizar ciertas cosas, en poner ciertos expedientes en manos de los expertos. Esta gente también pretende prohibir que nuestro espacio político toque ciertos temas que se consideran sagrados, como las naciones, la forma del Estado… Pero la capacitación de la ciudadanía para debatir cualquier asunto no se puede limitar o, como mínimo, no se puede limitar de forma estable y duradera.

Para usted, ¿en qué estado se encuentra en estos momentos la democracia española?

Hay dos asuntos. En una línea muy similar a lo que pasa en países de lo que llamamos nuestro entorno, España está sufriendo los embates de un nuevo escenario en el que no sabe cómo actuar. Además, hay algunas peculiaridades de nuestro sistema que hacen la democracia española más fragilizada. Entre estas peculiaridades, en estos momentos nos encontramos en un momento de desgaste del sistema político e institucional, que tiene muchas causas, pero entre otras se encuentra la politización de la justicia… Estamos en una estructura que fomenta el conflicto entre poderes (como se ve en casos recientes); también está el problema del desgaste de la Corona, que ejerce una función para la que no estaba pensada, actuando en el conflicto de Catalunya con una dureza desmesurada… Y, finalmente, está el conflicto territorial. Se ha visto que la constitución del 78 que abría unos cauces bastante indeterminados para encauzar las distintas concepciones del Estado, se ha visto incapaz de abordarlas de una manera abierta y con garantías democráticas…

¿Qué ha implicado el conflicto catalán para la democracia en España?

Claramente ha habido un empobrecimiento de la democracia española, como consecuencia del conflicto. Que en un sistema constitucional no haya cauces para resolver, en su justa medida, sin necesidad de dar toda la razón a uno, reivindicaciones como las que expresaba el soberanismo catalán, es un fracaso colectivo. Pero el mismo desarrollo del conflicto ha empobrecido la democracia española, porque se han aplicado medidas limitadoras del derecho a la autonomía y a la libertad de expresión. Y el episodio más lacerante es la existencia de políticos que están fuera de Catalunya y en la prisión. Esto es, evidentemente, un fracaso democrático.

Entramos en un tiempo basura. En los próximos meses no habrá ninguna oportunidad para abordar problemas de fondo

¿Qué hacer ahora, cuando un conflicto político está en manos de la justicia, y por ende, en manos de una justicia terriblemente desprestigiada?

Creo que se están encargando de la gestión del conflicto instituciones que no tienen capacidad para ello: pienso en la monarquía y en el poder judicial. Estamos ante un conflicto que se ha de resolver de forma negociada, y ni la monarquía ni el poder judicial están pensados para la negociación. Entramos en un tiempo basura, un tiempo de enfrentamiento, con un gobierno de España en su última fase de legislatura, sin capacidad de abordar problemas de fondo, y con un calendario judicial endiablado, que seguramente se resolverá de una forma escandalosa… Y esto me permite deducir que en los próximos meses no habrá ninguna oportunidad para abordar los problemas de fondo con serenidad y procedimientos democráticos. Lo máximo que podemos hacer es ir trabajando para el tiempo posterior. Y dentro de la trifulca que supondrá el juicio a políticos, será el momento de ir anticipando lo que aunque difícil, podría hacerse después, con un gobierno en España que ojalá tenga mayor estabilidad, y que esto le permita una agenda territorial audaz, y con unos partidos soberanistas que hayan hecho un proceso de reflexión y autocrítica sobre los resultados del procés.

 

Foto de portada: Laia Borges / Gedisa.