"Los gitanos y los payos Gràcia se dan la mando. . Con alegria y buen cante nos queremos como hermanos". Como su padre era muy alto, le llamaban "El Pescadilla", un apodo que él heredó involuntariamente, además del talento para tocar la guitarra. Nacido en Barcelona el 3 de marzo de 1925, ayer la capital catalana celebró el centenario de Antonio González Batista con un concierto de homenaje en la avenida de la Catedral al creador de la rumba catalana.
La banda sonora de Barcelona
Gitano catalán de pura cepa, vivió la Barcelona del carrer d'Escudellers y sus alrededores; aquella que, a pesar de las estrecheces de la época, emanaba sonidos y ritmos a todas horas. De aquella coctelera polifónica, mezclando el flamenco con la habanera, surgiría uno de los sonidos más nuestros, la rumba catalana, estilo entusiasta del que El Pescadilla fue uno de sus indiscutibles padres fundadores. Paternidad que con el paso del tiempo quedaría enterrada, en parte por la fuerza eclipsadora de Peret; en parte porque El Pescadilla acabaría marchándose a Madrid. Allí conoció al huracán Lola Flores, con quien terminaría casándose. Fue así como Barcelona fue olvidando que la patente de la rumba catalana no estaba completa sin que en el documento oficial apareciera el nombre de Antonio González Batista. Él, sin embargo, nunca olvidó que era catalán gitano de Barcelona, padre de aquella forma de tocar la guitarra flamenca que emulaba el movimiento del ventilador. La noche de ayer la injusticia quedó subsanada con el concierto de homenaje que la capital catalana le dedicó dentro del programa de las fiestas de la Mercè 2025. Fue, esos caprichos del destino, pocas horas después de que en el Festival de Cinema de Sant Sebastià se presentara Flores para Antonio, el documental dirigido por el cineasta gerundense Isaki Lacuesta sobre la figura de Antonio Flores, hijo del Pescadilla, una de esas icónicas figuras musicales de alma sensible que se marchan demasiado pronto.
Barcelona recordó anoche que la rumba catalana no es solo un género musical, sino una forma de vivir, de compartir y de entender la ciudad
Barcelona recordó anoche que la rumba catalana no es solo un género musical, sino una forma de vivir, de compartir y de entender la ciudad. El Pescadilla, que comenzó a hacer sonar sus guitarras en los barrios más populares de la ciudad, vio reconocido que su música sigue viva. Y la Mercè, fiel a su esencia, volvió a demostrar que la fiesta es también memoria, comunidad y alegría. Sobre el escenario de la Avenida de la Catedral, figuras veteranas y voces emergentes de la rumba, familiares y músicos que habían compartido camino volvieron a hacer sonar canciones que ya forman parte de una banda sonora indisoluble de Barcelona como La niña de fuego o El gitano Antón, repertorio que, como todos esperaban, tuvo sus últimos compases con el resonar festivo de Sarandonga, himno de un hombre que convirtió la rumba en lenguaje universal. Porque, como cantan los Estopa: "Le decían El Pescaílla. Era muy buena persona. Pero lo que más le gustaba. La ciudad de Barcelona".