Génova (República independiente de Génova); 20 de junio de 1705. Hace 320 años. Domènec Perera y Antoni Peguera —representantes del clandestino partido austriacista catalán— y Mitford Crowe —delegado de la reina Ana I de Inglaterra— firmaban un tratado que se traduciría en una sustitución del poder en Barcelona y en el ingreso de Catalunya a la Guerra de Sucesión hispánica (1701-1715). Durante el conflicto, Felipe V dirigió su ejército en varias ocasiones. Y en varias ocasiones, también, sobre todo cuando la cosa se puso fea, huyó despavorido, abandonado el ejército a su suerte. ¿Cómo y cuántas veces desertó el valiente Borbón durante la Guerra de Sucesión?

La primera deserción: Barcelona, 1706
El 9 de octubre de 1705, el pueblo de Barcelona expulsaba el aparato político, militar y judicial borbónico hispánico —que dominaba la ciudad y el país desde 1701— y abría las puertas al ejército austriacista (ingleses, neerlandeses y catalanes) que estaba acampado en las afueras —en el Pla de Barcelona— desde el 14 de septiembre anterior. Cuatro semanas después del cambio de poder (7 de noviembre de 1705), Carlos de Habsburgo juraba las Constituciones de Catalunya, era proclamado conde de Barcelona y establecía su cancillería —la capitalidad de las Españas austriacistas— en el Palau del Rei. Barcelona se convertía en el principal objetivo de los borbónicos.
Pasados seis meses, el 3 de abril de 1706, Felipe V, René de Froulay —general en jefe del ejército borbónico peninsular, que detestaba profundamente a los catalanes— y 18.000 efectivos acampaban en Sarrià y asediaban Barcelona. Según el Dietari de la Generalitat, la capital catalana movilizó 5.000 efectivos del Coronel (las tropas civiles de defensa encuadradas en regimientos gremiales) y 2.000 efectivos de los ejércitos aliados. El mismo Dietari relata que, en varias ocasiones, los mandos del Coronel retiraron, por seguridad, a Carlos de Habsburgo de la primera línea de las defensas. En cambio, otras fuentes —por ejemplo, las francesas— revelan que la conducta de Borbón sería diferente.

El 7 de mayo de 1706, llegaba un grupo aliado para auxiliar la ciudad. Y el 12 de mayo se producía un eclipse solar que, en el campo de batalla borbónico, se interpretaría como el anuncio del fin de Luis XIV (el Rey Sol y abuelo y valedor de Felipe V). Los barcos de Luis Alejandro de Borbón (el tío de Felipe V) que cerraban el asedio por mar, giraron y escaparon sin presentar batalla. Las tropas del fanático Froulay desertaron abandonando artillería y municiones. I Felipe V huyó, despavorido (abandonando a su mujer a Madrid) y no se detuvo hasta Perpinyà. Las fuentes documentales revelan que aquella deserción fue el hazmerreír de todas las cancillerías de Europa.
La segunda deserción: Madrid, 1706
No hay que decir que el enfado de Luis XIV hizo temblar Versalles. El 23 de mayo de 1706 Felipe V llegaba a Perpinyà, con la lengua fuera y con la cola entre piernas. Y el 25, después de una fría y dura reprimenda de Luis XIV, volvía a Madrid, moqueado y humillado. Entraría en las Españas por Navarra y el 2 de junio ya había puesto, de nuevo, las nalgas en el trono. Pero sería por poco tiempo. Porque mientras el eclipse lo desbarataba; el general portugués Antonio Luis de Sousa, marqués das Minas, penetraba en territorio español por Extremadura (12 de mayo de 1706) al frente de una fuerza expedicionaria austriacista formada por portugueses, ingleses, neerlandeses y catalanes.

El duque de Berwick, responsable de la defensa de Castilla en ausencia de Felipe V, esperó a Das Minas en Toledo; pensando que el portugués elegiría el camino más rápido para llegar a Madrid (ruta oeste-este, por el valle de los ríos Tajo y Manzanares). Pero Das Minas, uno de los mejores militares de su época, sabía que si avanzaba por el camino más rápido podía quedar aislado y alejado de su retaguardia; y recorrió la frontera hispanoportuguesa, en sentido sur-norte, desde de Alcántara (12 de mayo) hasta Ciudad Rodrigo (2 de junio). Desde allí, dibujó sobre el terreno un ángulo recto y se dirigió a Madrid por el norte (por Ávila), mientras Berwick todavía lo esperaba en el sur (en Toledo).
El 27 de junio de 1706, el ejército de Das Minas acampaba en El Pardo, una pequeña villa al norte de Madrid y lejos del alcance de Berwick (Toledo estaba a dos días de camino). El alcalde y los concejales de la "villa y corte", asustados por los acontecimientos, corrieron a El Prado a jurar fidelidad a la causa austriacista; y a implorar piedad y benevolencia por su adscripción al partido borbónico. Y mientras tanto, Felipe V y su mujer Luisa Gabriela abandonaban precipitadamente el Alcázar Real y emprendían la huida hacia el nordeste, dirección Francia. El carruaje real hizo varios cambios de caballerías, pero los Borbones no pusieron pie a tierra hasta Burgos, justo a medio camino de Francia.

La tercera deserción: Zaragoza, 1710
Si la deserción de Barcelona había sido el hazmerreír de todas las cancillerías europeas, la de Madrid se convirtió en un chiste recurrente. Después de aquella deserción, alguna cosa se rompió —para siempre— entre Luis XIV y Felipe V. En la correspondencia que el rey francés dirige a la princesa de los Ursins, consejera sexual de la pareja real Felipe-Gabriela, y su "garganta profunda" en Madrid; o a Jean Orry, el ministro plenipotenciario del Gobierno impuesto por Versalles; se revela que después de aquella esperpéntica deserción, el abuelo se convenció de que el nieto era un perfecto inútil y que nunca más podía confiar en él. Pero lo peor todavía estaba por llegar.
Luis XIV impulsó la figura de Lluís Josep de Borbón, duque de Vendôme (otro de sus nietos, su mejor general y primo-hermano de Felipe V), como relevo del Borbón español. Era tanta la desesperación del de Versalles, que poco importaba que aquel relevo llegara precedido por su escandalosa condición homosexual. Y en aquel escenario de incertidumbre, Felipe V —obligado por su mujer— decidiría tomar la iniciativa. A inicios de 1710, el bando austriacista había desplegado un contraataque general y el ejército de Carlos de Habsburgo y Starhemberg —el virrey austriacista en Catalunya— había abierto un pasadizo entre Lleida y Zaragoza, para recuperar el control de Aragón.

El 20 de agosto de 1710, los ejércitos borbónico y austriacista se citaban en Monte Torrero, a tres kilómetros en el sur de la muralla de Zaragoza. Aquella batalla se saldó con la derrota más absoluta de los borbónicos y cuando Carlos de Habsburgo ocupó el campamento enemigo y arrestó a los oficiales borbónicos, Borbón no apareció por ningún lado. Pasados los días se sabría que, mucho antes de la rendición, había huido del campo de batalla, a través de los campos de cultivo y había conseguido que un molinero le vendiera la ropa —no se sabe si de la madre o de la esposa— para escapar hasta la retaguardia camuflado bajo la apariencia de una molinera.
La cuarta deserción: Madrid, 1710
La cuarta deserción no sería más que la segunda parte de la comedia de Torrero. Al día siguiente de la batalla (21 de agosto), Carlos de Habsburgo entraba en Zaragoza. Y el 9 de septiembre, mientras los ejércitos austriacistas avanzaban imparables hacia Madrid; pero a tres semanas, todavía, de ingresar en la capital española (28 de septiembre); Felipe V y Luisa Gabriela, abandonaban precipitadamente el Alcázar Real y la "villa y corte" y no se detenían hasta Valladolid. Luis XIV, hartísimo, activaría el relevo; pero el duque de Vendôme moriría, misteriosamente, el 11 de junio de 1712 en Vinaròs. La misma corte de Felipe V haría correr el rumor que había muerto después de una noche loca de sexo anal.
