Madrid, 23 de diciembre de 1640. Hace 382 años. La Junta Grande de la monarquía hispánica (el equivalente al actual Consejo de Ministros) se reunía para debatir cómo tenían que encarar la crisis de Catalunya. La escalada de tensión y violencia iniciada en 1635, con los alojamientos forzosos —"a pan y cuchillo"— de los Tercios de Castilla en las casas de los catalanes, había culminado con el Corpus de Sangre (7 de junio de 1640), la declaración de guerra de Felipe IV a Catalunya (1 de septiembre de 1640), y la firma de un pacto entre el president Claris y el primer ministro Richelieu (7 de septiembre de 1640). Todos los pasos que se habían dado parecían irreversibles. Pero la Revolución portuguesa (1 de diciembre de 1640) había resucitado un debate que, poco antes, estaba muerto y enterrado: ¿qué hacer con los catalanes? ¿Dialogar o masacrarlos?

La Junta Grande

La Junta Grande estaba presidida por Gaspar Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares y hombre fuerte de las Españas. Y estaba formada por una serie de personajes del poderoso partido cortesano de Olivares, que tenían experiencia de gobierno y mucha carrera como escaladores: Felipe Spínola, marqués de Los Balbases; García de Avellaneda, conde consorte de Castrillo; Fernando de Aragón-Gurrea, duque de Villahermosa; Ambrosio de Spínola, arzobispo-cardenal de Santiago; o José González, el único sin título nobiliario, pero con una considerable fortuna que había amasado en el transcurso de su carrera funcionarial. Lo que se debatía y decidía en la Junta Grande era, totalmente, a espaldas del rey Felipe IV. Es más, habían instituido un filtro que decidía qué asuntos eran de interés del rey (y se lo informaba) y cuáles no (y "no se lo molestaba").

Felipe IV y Olivaste. Fuente National Portrait Gallery Londres y Museo Hermitage Sant Petesburg
Felipe IV y Olivares. Fuente: National Portrait Gallery Londres y Museo Hermitage Sant Petesburg

Quién era quién. Olivares

Olivares había sido el arquitecto y promotor de la crisis hispanocatalana que culminaría con la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59). El proceso de fabricación de aquella crisis (1627-1640) es bien conocido. Pero no lo es tanto la postura del ministro plenipotenciario en aquel momento crucial. La monarquía hispánica se enfrentaba a dos "desafíos" (lo expresan así) de gran envergadura que amenazaban la pérdida de la "España toda" (también lo dicen así): las revoluciones catalana y portuguesa. El profesor Simón i Tarrés, en su trabajo de investigación 1640 (R. Dalmau Editor), revela que Olivares, animado por los éxitos militares de Los Vélez —que había entrado en el Principat a sangre y fuego—, se limitó a alimentar un debate que se presumía estéril, mientras esperaba que los Tercios de Castilla trincharan Catalunya.

Quién era quién. Castrillo

García de Avellaneda, conde de Castrillo, era el hombre de la bragueta. Con tan sólo un pasado académico (había sido catedrático de Derecho en Salamanca y en Granada), y sin ninguna experiencia en los campos de batalla o en el gobierno de las provincias del imperio; había alcanzado la cima de la administración gracias a su parentesco con Olivares; y a su matrimonio con la hija de un reputado oficial de la marina de Felipe II, que se había pasado la vida persiguiendo a los corsarios ingleses Drake y Hawkins. Castrillo, haciendo honor a su trayectoria, adoptó una postura conciliadora y sentenció: "El nuevo accidente de Portugal (la revolución independentista) obliga a que precisamente se acomode luego lo de Cataluña sin esperar la experiencia de los progresos de las armas". Es decir, negociar con los catalanes y concentrar las fuerzas hispánicas en la "impensada" portuguesa.

Balbases, Castrillo, Villahermosa y el cardenal Spínola. Fuente Biblioteca Nacional de España i Arquebisbat de Granada
Balbases, Castrillo, Villahermosa y el cardenal Spínola. Fuente: Biblioteca Nacional de España y Arquebisbado de Granada

Quién era quién. Balbases

Felipe Spínola, marqués de Los Balbases, era un producto de los condottieri (empresarios de la guerra originarios de la península italiana) que habían hecho fortuna en los ejércitos de la monarquía hispánica. Originario de Génova, había alcanzado el cargo en virtud a los dudosos méritos de su padre, Ambrosio, que había sido uno de los más siniestros represores hispánicos en Flandes (1601-1609). No obstante, en aquel momento crucial adoptaría una actitud que el profesor Simón i Tarrés describe como "posibilista". En las actas de la Junta Grande se dice que defendió: que "era importantísimo dejar aquello (Catalunya) ajustado en buena forma, porque a veces había cosas en el mundo de tal calidad que arrastraba a hazer lo que podía menos mal". Es decir, maldecía a los catalanes, pero priorizaba un pacto con Barcelona para liquidar la revolución portuguesa.

Quién era quién. Villafranca

García Álvarez de Toledo, marqués de Villafranca, era la sombra siniestra del estamento militar que se paseaba por los despachos de la corte. Era el comandante de las galeras hispánicas en el Mediterráneo; y era uno de los sospechosos del asesinato de Santa Coloma, virrey hispánico en Catalunya, en un sórdido suceso que tenía traza de crimen de falsa bandera (Corpus de Sangre, 1640). Villafranca no era de la Junta Grande, pero sus informes eran muy valorados por los miembros de aquel organismo. Y el profesor Simón i Tarrés nos explica que en aquella documentación relata su convencimiento de que los catalanes habían perpetrado una traición que amenazaba con "amotinar a todos los reynos de su Magestad"; y desintegrar la monarquía hispánica. Por todo eso proclamaría que "jamás me combendré en ningún concierto con Cataluña".

Representación moderna de los Tercios de Castilla, obra de Augusto Ferrer Dalmau. Font Círculo de Labradores
Representación moderna de los Tercios de Castilla, obra de Augusto Ferrer Dalmau. Fuente: Círculo de Labradores

Quién ganó: ¿Castrillo o Villafranca?

Los partidarios de negociar no defendían la fórmula del pacto como un propósito de enmienda (la terrible ocupación hispánica, 1635-1640). Ni siquiera para rebajar la tensión del conflicto hispanocatalán. Sino que habían puesto en los platillos de la balanza Catalunya y Portugal, y necesitaban una paz con Barcelona para combatir con garantías de éxito la revolución de Lisboa. La prueba sería cuando Los Vélez, con 26.000 asesinos, atravesaba el Llobregat (21 de enero de 1641) y acampaba en el Pla de Barcelona. En aquel momento, Olivares disipó todas las dudas que alimentaban aquel debate: hizo suya la opinión de Villafranca "hay que moler a palos a los catalanes"; y "en el violentísimo genio del conde-duque (Olivares) los deseos de perder (derrotar) a los catalanes preponderaron a la importancia de ganar a los rebeldes luzitanos (portugueses)."