Hay pocas cosas que pongan más nerviosa a la gente que tener que hablar en público. Seamos sinceros: para mucha gente, es más fácil hacer la declaración de la renta que presentarse a sí mismos ante un auditorio. Basta con ver lo que pasa cuando, en una reunión o charla, alguien pregunta: “¿Quién quiere empezar?” Las miradas se bajan en masa y todo el mundo finge estar distraído. Hablar en público es una de las grandes fobias modernas. ¡No es una broma! Está documentado: supera el miedo a volar e incluso a la muerte. Hay quien preferiría someterse a una colonoscopia antes que hacer una presentación en el trabajo. Y no les juzgo: todos hemos vivido esa sensación de garganta seca, manos temblorosas, mente en blanco y la inexplicable convicción de que todo el mundo está a punto de descubrir que eres un fraude. Pero, ¿por qué nos da tanto miedo?
Hay quien preferiría someterse a una colonoscopia antes que hacer una presentación en el trabajo
Hablar en público nos deja al descubierto
El miedo a ser juzgados es la principal causa. Hablar en público nos deja al descubierto. Nos hace visibles. Y eso, en una sociedad en la que nos han enseñado a tener pánico al ridículo, es muy complicado. Tememos hacer el ridículo, equivocarnos, y sobre todo tememos que los demás nos juzguen y analicen nuestra voz, nuestro cuerpo, la ropa, la manera en la que nos expresamos… Y sí, claro que hay gente que nos juzga, ¡pero la mayoría solo espera que terminemos y que no soltemos un discurso soporífero! (y con eso ya tienen bastante). ¿La segunda causa? El perfeccionismo. Hay una idea instalada —falsa, pero persistente— de que hablar bien en público significa hacerlo sin errores, con voz firme, con el humor justo, ni demasiado ni demasiado poco… ¡Pero no somos robots! Y no hace falta ser Obama para explicar una idea con claridad. De hecho, a veces un pequeño error o un momento sincero puede hacer que el público empatice contigo. La perfección no emociona; el lado más humano… quiero pensar que (todavía) sí.
El hábito (o la falta de este) es otra de las causas más comunes a la hora de hablar en público. Como todo, hablar en público se aprende practicando. Nos falta rodaje. No es que no sepamos hablar en público: es que no tenemos suficientes ocasiones para hacerlo con tranquilidad. Lo dejamos para cuando toca dar un discurso en una boda, presentar un proyecto en el trabajo o defender un trabajo ante un tribunal. Y, claro, entonces el cerebro entra en modo “huida o muerte”. ¡Pero no todo está perdido! No hace falta vivir con ese nudo permanente en el estómago. Y no, no todo se puede resolver con ChatGPT, porque este puede escribirte un discurso, pero eres tú quien tendrá que leerlo, con tu voz y delante de personas que respiran. Así que aquí tienes algunas ideas para convertirte en alguien que no solo sobrevive ante el micrófono, ¡sino que incluso lo disfruta!
No es que no sepamos hablar en público: es que no tenemos suficientes ocasiones para hacerlo con tranquilidad. Lo dejamos para cuando toca dar un discurso en una boda, presentar un proyecto en el trabajo o defender un trabajo ante un tribunal. Y, claro, entonces el cerebro entra en modo “huida o muerte”
En primer lugar, te recomiendo que empieces por algo facilito. Hablar en público no significa arrancar con una charla TED. Puedes empezar presentando una idea en una reunión con poca gente. Pide la palabra en clase, en una reunión del AMPA o de la comunidad de vecinos. Lo importante es romper la inercia. Cuanto más lo hagas, menos raro te parecerá tomar la palabra. Y si al principio te tiembla la voz, traaaaanquilo… Es normal. En segundo lugar, tienes que practicar, y a ser posible, hacerlo en voz alta. Leer en silencio no cuenta. Cuando prepares un discurso o intervención, léelo en voz alta. Prueba cómo suena y fíjate dónde te trabas. Hablar no es solo pensar: es respirar, vocalizar, seguir un ritmo. Y eso no se mejora solo tecleando frases bonitas, hay que sacarlas por esa boquita de oro.
Acepta que los nervios forman parte del juego
¿Otro consejo? No intentes “no estar nervioso”. No funciona. Acepta que los nervios forman parte del juego. De hecho, son buenos: significan que te tomas en serio lo que haces y que estás en alerta. El truco es que no te controlen. Empieza con una respiración profunda y recuerda: el público no sabe cómo debería sonar tu discurso. Si te equivocas y sigues adelante, nadie lo sabrá. También es importante que seas tú mismo. No hace falta copiar el estilo de un famoso ni parecer un robot. Si eres tranquilo, habla con calma. Si eres más divertido, usa el humor. Encuentra tu voz y tu tono. ¡La gente conecta con la autenticidad! Y aún más importante: no intentes memorizar el discurso palabra por palabra porque es una trampa mortal. ¿Por qué? Pues porque el mínimo error puede hacerte perder el hilo y luego no sabrás cómo continuar. Es mejor que te quedes con la estructura básica, la idea principal, los puntos clave, los ejemplos, etc., y que improvises un poco dentro de ese marco. La flexibilidad es amiga de la naturalidad. Y, para acabar: grábate (en vídeo o audio). Mírate, escucha cómo lo haces y sé crítico contigo mismo. Sí, da mucha vergüenza, pero si te escuchas, verás cómo hablas, si te comes palabras, si te dejas alguna idea importante, si usas diez “eh… am… esto…” por minuto… Qué manías tienes y qué necesitas corregir. No hace falta que te martirices, pero sí que te observes para mejorar. Y ríete un poco de ti mismo y de todo esto, que también ayuda mucho.
¡Hablar en público puede ser un don innato, pero también puede ser una habilidad! Como cocinar, escribir o ir en bici. Por lo tanto, como todas las habilidades, se aprende a base de experiencia y práctica
Hablar en público puede ser un don innato, pero también puede ser una habilidad. Como cocinar, escribir o montar en bici. Por tanto, como todas las habilidades, se aprende con experiencia y práctica. Con paciencia y ganas. Así que, la próxima vez que te pidan hacer una presentación, un brindis, o leer un texto en voz alta: no huyas. ¡No bajes la cabeza! ¡No cedas al miedo! Respira y recuerda que solo estás compartiendo una idea con otros humanos que, como tú, también han tenido miedo alguna vez. Y si todo falla… improvisa, pero no huyas, ¿vale? ¡Venga, suerte!