J. M. Coetzee, autor galardonado con el Nobel de Literatura en 2003, ha conversado con su traductora al castellano Mariana Dimópulos y la editora neoyorquina Valerie Miles sobre el último libro del autor, Don de lenguas (El hilo de Ariadana, 2025). El acto se ha celebrado en el CCCB de Barcelona, con una concurrencia de público relativamente modesta. El nombre de Coetzee podría haber atraído a más gente, pero sospecho que la temática lingüística ha hecho que parte de los lectores se echaran atrás. La charla ha comenzado con el catalán roto y loable de la editora residente en Barcelona, Valerie Miles, y ha continuado en inglés, muy acorde con la cuestión de fondo de todo ello, el ascenso del inglés como lengua única. En la sala también estaba Dolors Udina, la traductora de Coetzee al catalán. Sin afán de victimizarnos (aún más), es igualmente significativo que quien traduce a una lengua minorizada no tenga un lugar en el escenario.
Propuso a las editoriales que consideraran por igual el original que la traducción, porque la prosa de Coetzee en esta novela ha sido voluntariamente neutralizada
En el libro-ensayo con formato de entrevista, Don de lenguas, el escritor sudafricano nacionalizado australiano y su traductora (argentina de origen griego, también novelista) hablan de un experimento que hicieron juntos a raíz de la publicación de la novela El polaco de J. M. Coetzee, una obra ambientada entre Barcelona y Mallorca en la que un pianista de Polonia se enamora de una Beatriz a la que no puede entender. Los protagonistas no hablan la misma lengua, ni vienen del mismo contexto. Según la misma contraportada del libro, el escritor ha querido recrear la historia de amor entre Dante y Beatriz ambientada en los tiempos que corren ahora. En cualquier caso, el quid del libro es que está escrito en inglés aunque ninguno de los personajes habla inglés, y que el escritor se propuso usar una lengua tan neutral y desarraigada como fuera posible. No solo eso, sino que dio cierta carta de libertad creativa a Mariana Dimópulos, también autora, para que hiciera una traducción al castellano bastante liberal. Además, propuso a las editoriales que consideraran por igual medida el original que la traducción: la idea de fondo es que da igual una lengua que la otra, porque la prosa empleada por Coetzee en esta novela ha sido voluntariamente y claramente "depurada", neutralizada. Como ha dicho el autor mismo, el experimento no sirvió de nada: las editoriales querían traducir del original en inglés, no del castellano, a pesar de la insistencia del autor.
Si la novela fuera en albanés raramente conoceríamos a Coetzee, por muy bien que escribiera, y que, por lo tanto, nadie tendría mucho interés en traducirlo
"Si el original de la novela hubiera estado en albanés", ha apuntado Coetzee, "estoy seguro de que nadie habría insistido tanto en la importancia de traducir del original: esto es así porque el albanés es una lengua pequeña y el inglés es una de gran prestigio". Aquí apuntaría dos factores más que derivan de lo que apunta el autor: en primer lugar, si la novela fuera en albanés raramente conoceríamos a Coetzee, por muy bien que escribiera, y que, por lo tanto, nadie tendría mucho interés en traducirlo a otras lenguas; en segundo lugar, traducir del inglés es mucho más sencillo porque hay muchos traductores del inglés al resto de lenguas, fruto, evidentemente, de la importancia imperial de la lengua inglesa.
Durante la conferencia nos ha explicado la cadena lingüística de su familia: del polaco al alemán, del alemán al inglés, del afrikáans al inglés de nuevo.
J. M. Coetzee, uno de estos autores
Coetzee se convirtió en el escritor de renombre que es hoy antes de ganar el Nobel, sobre todo a raíz de una novela titulada Desgracia que narra la historia de un profesor de universidad acusado de acoso. La novela está ambientada en su Sudáfrica natal, en el país donde Coetzee creció y se convirtió en escritor. Coetzee es un descendiente de los colonos blancos, y por parte de padre la lengua transmitida es el afrikáans, una lengua cercana al neerlandés que fue la principal en la Sudáfrica del apartheid. Durante la conferencia nos ha explicado la cadena lingüística de su familia en las últimas tres generaciones: del polaco al alemán, del alemán al inglés, del afrikáans al inglés de nuevo. Cuando aún era un adolescente, J. M. Coetzee decidió convertirse en escritor en una lengua que no era su lengua materna, pero que, en cambio, estudiaba en la escuela: el inglés, la lengua de más 'prestigio' o utilidad (en este caso son sinónimos, utilidad y prestigio) del mundo de hoy. Y así, el hombre se convirtió en un autor inglés que nunca ha tenido nada que ver con el mundo anglosajón: en África, el continente que le ha servido de hogar, se hablan muchas lenguas europeas coloniales y una infinidad de lenguas autóctonas, pero justamente el inglés no tiene mucha cabida en el continente. La excepción notable es Nigeria, con una población gigantesca, pero Coetzee no escribe en el pidgin nigeriano.
"Si el esperanto hubiera tenido la fuerza del inglés, habría escrito en esperanto", nos ha admitido. De ahí el experimento que quiso hacer en El polaco, una novela en una lengua que es el sistema de comunicación más práctico para todo el mundo, pero que no es la lengua propia de ninguno de los protagonistas ni de los figurantes (en este caso, los figurantes son los barceloneses y los mallorquines: siempre nos toca lo peor). Pero el experimento de Coetzee en esta última obra y en general no es nada extraño: muchos otros autores lo han hecho antes que él, incluso grandes autores de la literatura universal. Lo hizo el ruso Nabokov (también se pasó al inglés), y lo hicieron autores como Cioran o Ionescu, que eran rumanos que miraban a Francia, que entonces era, y que ya no es, el centro del mundo. Cioran aseguraba que "el francés le había salvado del sentimentalismo excesivo de su lengua materna". Y, a pesar de todo, a mí me parece, y a los dos autores y traductores sobre el escenario también les parecía, las lenguas no son nunca del todo intercambiables, ni pueden limar del todo sus diferencias con un toque de ChatGPT.
El vietnamita no tiene una palabra neutral para "hermano"
Y, a pesar de todo, las lenguas
Perdonadme que empiece por el principio de la conferencia. Coetzee nos ha explicado una anécdota deliciosa que ejemplifica por qué cada lengua es el reflejo inexacto y precioso de una determinada visión del mundo. En una de sus obras, Coetzee había escrito una frase sencilla que, aun así, confundió a un traductor del inglés al vietnamita. La frase era: Roger y su hermano subieron al autobús. El traductor contactó con él por correo y le preguntó: "¿quién de los dos hermanos es mayor?". J. M. Coetzee no lo sabía. No había pensado en este detalle: no era necesario para la acción, de la misma manera que tampoco era imprescindible saber de qué color era el autobús. Pero resulta que en vietnamita sí, que la lengua no tiene una palabra neutral para "hermano", sino que tiene una para designar "hermano mayor", otra para designar "hermano pequeño" y otra para designar "gemelo". Me parece que ocurre lo mismo con las lenguas maternas de algunos de nuestros compatriotas de origen senegalés, que también tienen términos específicos en función de la relación familiar. Coetzee respondió a la traductora que él no sabía nada de quién de los dos hermanos era mayor. Y la traductora se lo inventó.