Cerca de Banyoles, dentro del término municipal de Porqueres, un conductor circula en dirección a Olot. De improviso, una bifurcación divide la carretera GI-524 en dos. Si el conductor pecara de impasible, seguiría su rumbo sin alteraciones, pero no es el caso; más bien se trata de un ser inquieto y curioso. Atraído, pues, por el magnetismo de un sendero que penetra en la espesura de encinas, acebos y robles; pinos y enebros; espinos y madroños, advierte la presencia de organismos anómalos donde se reconoce la huella de la mano humana. Junto a la señal metálica, delatora, las figuras lo anticipan: “Can Ginebreda”. Evitando fijarse demasiado y con el motor en segunda, asciende hasta llegar a lo alto de una colina coronada por el verdor de un claro donde dos paneles informativos le dan la bienvenida. Allí, en pocos segundos, hará chirriar la puerta giratoria ubicada en el lateral izquierdo, accediendo al bosque de Can Ginebreda, taller-museo regentado por Xicu Cabanyes, ilustre escultor de la provincia gerundense.

Bosc de Can Ginebreda. Home nu vinclat.
Bosc de Can Ginebreda. Hombre nudo doblado.

Xicu Cabanyes o la Meca de la escultura catalana

Hablo de un conductor porque recuerdo con mucho afecto la primera vez que atravesé el corazón del Pla de l’Estany acompañado de Ari, fiel amistad que me incitó a sujetar el volante durante una hora y tres cuartos, incapaz de olvidar el documental de La 2 donde hizo el descubrimiento. Refiriéndome a mayo del 23, ninguno de los dos éramos conscientes de la magnífica inversión en que se convertiría el simple gesto de deshacernos de cuatro duros; activar el mecanismo giratorio nos adentró en la Meca de la escultura catalana. Igual que los visitantes que nos habían precedido, perturbamos la intimidad del autor perdiéndonos a lo largo de once calles circulares llenas de genitales hechos de barro, hierro y hormigón —entre otros materiales— integrados orgánicamente en el entorno que habitaban y siguen habitando, oxidados o cubiertos de musgo. Tal como se indicaba en los paneles mencionados, nada menos que un conjunto de siete hectáreas de arboleda mediterránea, propiedad del Ayuntamiento de Porqueres desde el año 2009.

Xicu Cabanyes cambió el campo —oficio de sus padres— por una fábrica de muebles que encendió la chispa creativa que lo empujó a dar vida a sus primeras tallas de madera

¿Cuál es el motivo, entonces, que hace que Can Ginebreda sea tan especial? ¿Qué llevó a dos jóvenes que creían haberlo visto todo a desplazarse hasta allí? Bien, la respuesta es muy sencilla: Xicu está hecho de otra pasta. Nacido en 1945 en Serinyà (Girona), cambió el campo —oficio de sus padres— por una fábrica de muebles que encendió la chispa creativa que lo empujó a dar vida a sus primeras tallas de madera. Bajo la atenta mirada de Domènec Fita Cristo Yacente (Catedral de Girona), Vía Crucis (Monasterio de Montserrat), San Pedro y San Antoni Maria Claret (Fachada de la Pasión, Sagrada Familia de Barcelona)— realizó una primera exposición en la Caja de Ahorros de Girona con solo veinte años. Tiempo después, en 1975, el colectivo artístico del que era miembro, el TINT de Banyoles, cesó su actividad justo cuando el Bosque de Can Ginebreda empezaba a tomar forma. Desde entonces, lo ha ido llenando de obras fruto mayoritariamente de su etapa más rica en cuanto a creación y experimentación, comprendida entre 1981 y 1991.

Ahora bien, digo que el M.H. Señor Cabanyes está hecho de otra pasta puesto que evidencia una inventiva poco convencional. Tiene una fijación peculiar respecto a la vida, la muerte y la sexualidad que lo convierten en un artista atípico, contrario a la “cultura oficial” y políticamente posicionado. Dos atributos que, me da la impresión, el siglo XXI echa en falta. De hecho, de ahí es de donde mana el jugo: de la crítica político-social inherente en cada una de sus producciones. El caso es que, cuando pisamos el enclave, descubrimos por qué se trata de su obra magna. Absorbidos en medio del paseo que acabábamos de iniciar, ante nuestros ojos apareció toda una proeza del arte prohibido; un oasis anticensura formado por más de cien esculturas que campean a sus anchas ignorando cualquier norma u opinión. Desde un papa Francisco enroscado y desnudo (Francesco, 2016), pasando por un hombre asesinado por su propio pene (La mort de l’home, 2005), hasta el arte procesal de Chernóbil (1997-1998), la oferta es diversa, original y curiosa.

El museo erótico con vistas a La Molina y el Pic de les Bruixes

Con todo, el desestimado Monument al llit (1998) y Calze Felatori 1981) son, a mi parecer, las dos joyas de la corona. El primero es una cama a la que ha crecido un colchón natural hecho de hierbas que bailan con el viento, simbolizando las cuatro acciones que llevamos a cabo en el mueble durante la existencia humana: nacer, dormir, copular y morir. El segundo muestra un rostro anónimo realizando una felación que el propio Xicu ha calificado de “espléndida obra escultórica”. Llama la atención ver la forma en que el resto de visitantes interactúan dándose cuenta de que la parte superior actúa como macetero vegetal. Cabe decir que, si uno es afortunado, Xicu permite visitar el estudio donde guarda bocetos, pruebas y versiones reducidas de algunas esculturas, sin olvidar la ristra de nalgas reales que cubren la fachada o la gustosa conversación que te regala. Al respecto, la anécdota para nosotros fue coincidir con una salida escolar que había venido a disfrutar del museo, jugando con el espacio y las obras como si fuera un parque infantil.

Aprovecho también para recordar que fuera de Barcelona la cultura existe, muchas veces de mayor calidad 

Así pues, aunque la etiqueta de “museo erótico” sea el reclamo principal, nada justifica más la comparecencia de miles de personas cada temporada que la experiencia vivida en directo. En consecuencia, invito a todo el mundo a ir siempre que lo hagan con la mente abierta, así como predispuestos a reflexionar, dejándose hipnotizar por el estado de disociación al que induce el paraje bucólico con vistas a La Molina y al Pic de les Bruixes. Aprovecho también para recordar que fuera de Barcelona la cultura existe, muchas veces de una calidad mayor. En este sentido, vale la pena pasar allí el día, marchándose con la sensación de haber valorado el privilegio de tener un museo de esta naturaleza tan cerca de casa.