Uno de los principales méritos de Black Mirror es haberse convertido en el referente audiovisual de los peligros de la era virtual. Los avances tecnológicos sin debate previo, el uso irreflexivo de las redes sociales, la normalización de los simulacros y la falta de privacidad han sido algunos de los ejes de la serie creada por Charlie Brooker.

Empezó muy fuerte, con el ya clásico The National Anthem y su cerdo, y después ha ido preservando su influencia aunque nunca ha sido una ciencia exacta. Nunca todos los capítulos de una temporada han tenido la misma calidad, pero esta irregularidad todavía se ha hecho más evidente desde que Netflix se implicó en la producción. En esta etapa, han surgido grandes episodios (como San Junipero , Hang the DJ o Nosedive) y también un puñado de relatos muy desiguales que, además, se alejaban del espíritu fundacional de la marca. Justamente este es el principal problema de las cinco narraciones que conforman la sexta temporada de Black Mirror. Hay un capítulo brillante y algunos con muy buenas ideas, pero en términos generales da la sensación que la serie se ha desnaturalizado y se ha acabado convirtiendo en un contenedor más de historias que basculan entre el thriller, el fantástico y el terror. Por eso esta temporada es interesante cuando se aproxima a la Black Mirror que esperemos, y más cuando se atreve a ironizar o advertir sobre los peligros de los tiempos del streaming, y en cambio resulta bastante decepcionante cuando dilata las narraciones o las lleva a terrenos demasiado convencionales.

Hay un capítulo brillante y algunos con muy buenas ideas, pero en términos generales da la sensación que la serie se ha desnaturalizado y se ha acabado convirtiendo en un contenedor más de historias que basculan entre el thriller, el fantástico el terror

Foto Black Mirror 3
Black Mirror, una serie que se ha desnaturalizado

Joana es terrible (y el resto de episodios, peores)

El mejor episodio de la sexta temporada es el primero, Joan is awful. Es la historia de una chica con muchos problemas personales que descubre atónita que en una plataforma muy parecida a Netflix hay una serie que reproduce punto por punto su vida, incluso aquellos aspectos que preferiría mantener en secreto. A medio camino entre el juego metalingüístico y la Black Mirror original, consigue poner el miedo en el cuerpo con temas como la privacidad, la esclavitud de los algoritmos y el mal uso de la inteligencia artificial. Y además cuenta con una Salma Hayek sensacional. El segundo, Loch Henry, parte de un espíritu similar. Dos jóvenes estudiantes de cine se proponen hacer un True Crime típico de Netflix a partir de una sucesión de atrocidades que se produjeron al pueblo de uno de ellos. Tiene gracia que mire con acidez hacia el mismo sistema de producción de la compañía y acierta el aire trágico de la historia, pero es fácil que cualquier aficionado al thriller adivine los giros mucho antes de que se produzcan. Beyond The Sea es el episodio más ambicioso: una epopeya íntima de ciencia ficción sobre dos astronautas (Aaron Paul y Josh Hartnett) que se sincronizan con unos avatares para poder pasar tiempo con sus respectivas familias. Está lleno de apuntes de interesantes, pero el metraje de 80 minutos le va a la contra porque saca eficacia al (previsible) conflicto dramático. Mazey Day es el más corto y también el peor, con la historia de una paparazzi que quiere fotografiar a una actriz muy famosa que desapareció misteriosamente después de ser despedida de un rodaje. Aquí el giro no es tan obvio, pero el camino que lleva va muy faltado de ritmo e interés. Y finalmente, Demon 79 es una curiosísima fábula de terror sobre una chica que invoca a un demonio y este le dice que, para evitar el apocalipsis, tiene que matar a tres personas. Es divertida como homenaje al género y tiene una gran actriz al frente, Anjana Vasan (protagonista de We are Lady Parts), pero en el fondo es muy poco Black Mirror y vendría a ser la síntesis de los problemas que tiene la serie para mantenerse fiel en ella misma.