Detrás el piano y ejerciendo como director de orquesta desacomplejado de la banda que lo acompañaba. Así salía al escenario en el concierto inaugural de Alma Festival de Poble Espanyol Fito Páez. Vestía una americana verde, chillona, y una camisa blanca, que hacía que el pelo y la barba del rockero argentino parecieran todavía más grises. Nada que reprocharle teniendo en cuenta sus más de cuatro décadas de carrera musical y sus sesenta años.
Hervía lleno de sus seguidores el Poble Espanyol. Se amontonaban tanto en la pista, en las gradas y por encima de los laterales. Algunos incluso se habían subido a los tiestos de las plantas y en los peldaños de los bares para poder ver alguna cosa. Otros se estaban de puntillas y trataban de entrever el escenario en medio de un muro de espaldas, mientras oían entonar a Páez los primeros compases de 11 y 16, canción con la cual inició la actuación.
Los que habían podido coger lugar pudieron ver al músico también derecho en muchos momentos del concierto, moviéndose con desenvoltura por encima del escenario. Y también levantando las manos y pidiendo al público que lo acompañara, con tres grandes pantallas de color rojo iluminando la parte de detrás del escenario. Los asistentes, daban palmas para seguirlo y el ruido rebotaba en las paredes del recinto del pueblo Español. "Qué gusto ché", decía Páez.
Un "loco de Rosario"
"No tengo prisa para donde quiero llegar" cantaba en Trafico por Katmandú. Y tampoco parece que tenga para llegar al final de su carrera musical. Páez es, en pocas palabras, una leyenda del rock latinoamericano, con casi treinta álbumes a los hombros, un puñado de Grammys e incursiones como cineasta y novelista. Incluso tiene una serie dedicada a su vida, producida por Netflix, que toma el nombre de uno de sus temas más famosos: El amor después del amor. Unas cuantas horas de metraje para retratar los vínculos y parejas que han marcado la vida del artista. Pocos lo pueden decir.
Páez es, en pocas palabras, una leyenda del rock latinoamericano
Tampoco parecía tener prisa mientras se entretenía con un pequeño monólogo en medio del concierto dando las gracias a sus seguidores. "Yo sé que me amáis y estáis muy equivocados", decía con ironía. Y agradecía su apoyo de forma original y con modestia: "qué espacio que le habéis dado a un loco nacido en la ciudad de Rosario".
Acto seguido presentaba Hay otra canción, grabada y compuesta con otro nombre destacado de la música argentina y amigo de Páez, Luis Alberto Spinetta: "un tema creado en el barrio de Caballito de Buenos Aires", explicaba. Y antes de arrancar los primeros compases, aprovechaba para cargar contra uno de los avances tecnológicos que ha irrumpido con fuerza los últimos meses: "la inteligencia artificial nunca podrá crear a un artista que genere frases como estas", decía convencido refiriéndose a Spinetta.
Páez alternó, durante todo el concierto, sus temas más rockeros y encendidos con algunas de las baladas célebres su repertorio como Pétalo de sal, que relajó el ambiente de la actuación desde los primeros compases. Y eso que el público, entre el cual había un número destacable de hombres vestidos con la camiseta de Messi, el otro genio nacido en Rosario, de la selección argentina, la aclamó con entusiasmo.
La acompañó enseguida con una ráfaga de temas al más puro estilo rock para reflotar el ambiente: "Nunca te vi, que estupido que fui", cantó en Naturaleza sangre delante del micrófono y con su Les Paul colgada en la espalda. Y después brillaron los vientos en Solo los chicos que, eso sí, no solo coreó el público masculino.
Una ceremonia tribal
El músico de Rosario mezcla en su discografía un amplio abanico de estilos, de los cuales ha dejado testigo su actuación. Desde el predominio del rock, también se aventura en territorio de tango, de salsa e incluso de funk. Lo demostraba por ejemplo a Ey, You!, con la cual hizo arrancar el público con pasos de baile. El tema dio paso a una serie furiosa de canciones que el artista interpretó uno tras otro sin casi respirar. Una energía admirable después de tantas décadas en el escenario, que no ha dejado decaer ni un momento.
Mientras cantaba al desamor, las pantallas de detrás del escenario mostraban imágenes de bombas cayendo. Más tarde, lucían cenefas luminosas multicolores y desconcertantes. Nada que ver, sin embargo, con el colofón gráfico: una gran cruz católica de color blanco que mostraron en un momento del concierto mientras dejaba ido gritos de "Gloooria". Le respondió el público con gritos de "Olé, olé, Amojono, Olé".
Ayer no hubo sacrificios a un Dios extraño, pero sí una sintonía entre público y artista que alguna cosa ancestral tuvo
Páez incluso tuvo tiempo de dedicar un tema al escritor argentino Rodrigo Fresán, autor de la novela Melvill. Lo hizo refiriéndose al poder de las palabras, a las cuales sacó importancia, afirmando que él prefería "el clavo, la rima, el abrazo, la mirada". Le tendremos que hacer caso.
Para el final del concierto, el músico se reservó el que seguramente es su tema más célebre, Mariposa tecknicolor. El público la recibió con el mismo entusiasmo que el resto de éxitos, saltando y abrazándose tanto los asistentes de delante del escenario como los que se habían situado en los laterales. Y el músico agradeció el apoyo en un parlamento final mientras presentaba a la banda, en el que resumió bastante bien la actuación. "Los conciertos son siempre una ceremonia tribal". Y ayer no hubo sacrificios a un Dios extraño, pero sí una sintonía entre público y artista que alguna cosa ancestral tuvo.