Los pronoms febles son la materia pendiente, el quebradero de cabeza lingüístico de cualquier aprendiz de catalán, eso que da pereza y que acabamos detestando porque nos parece imposible entendre-ho-li’n-us. Y es que los pronombres débiles se consideran, injustamente, la pesadilla por excelencia de la lengua catalana. ¿Cómo es posible que su complejidad nos cree este rechazo hacia cualquier cuestión pronominal? ¿Por qué somos incapaces de cambiar y transformar este odio y repugnancia que nos generan en una intriga incontrolable para poderlos dominar?

Tal como decía @cabrafotuda en uno de sus vídeos insuperables, los pronombres débiles, aunque el nombre nos pueda hacer pensar que son flojos o débiles... ¡Los pronombres débiles no son débiles! Los débiles somos nosotros, que hace muchos años que intentamos comprendre’ls-los-lis-en-ho y no hay manera de utilizarlos correctamente. Es cierto: son complicados, enrevesados y a veces imprevisibles, perversos e imposibles, incluso para los propios catalanohablantes. Admitámoslo: nos hacemos unos líos considerables con las combinaciones pronominales (-les’hi, n-hi, els-n), a veces reduplicamos pronombres innecesariamente (l’hi hi) y si nos conviene, nos los inventamos (lis). Y en vez de intentar averiguar su funcionamiento, somos cobardes: los evitamos y somos capaces de cambiar enunciados, frases enteras y si se da el caso, titulares, para ahorrarnos problemas con los dichosos pronombres.

Los 'pronoms febles' no son débiles, los débiles somos nosotros

Un compañero de trabajo de origen madrileño, pero que a estas alturas ya es catalán, me explicaba la dureza de aprender los pronombres débiles cuando llegó aquí y la complicación que suponía para un castellanohablante de pura cepa entender y aplicar toda la teoría de los pronombres débiles. Pero que ahora, catalanohablante en el trabajo y en casa, cuando escribe en castellano... ¡Los echa de menos! Y no sólo eso: ¡se le hace raro no escribirlos! Esta historia es la declaración de amor pronominal más bonita que me han explicado nunca. Y es que, aunque sean rebuscados y a veces maliciosos... Los pronombres débiles se hacen querer. Y si no, pregunteu-li-ho-hi’n a Rafa, este compañero que os digo.

Así que si un madrileño puede llegar a echarlos de menos cuando escribe o habla en castellano, lo mínimo que podemos hacer los catalanohablantes es respetarlos, no criticarlos tanto y esforzarnos un poco más cuando los utilizamos. Volvámonos locos cuando alguien nos diga «Tinc vint-i-quatre!» como respuesta y escandalicémonos: «Vint-i-quatre què? Vint-i-quatre què!? Vint-i-quatre anys, volies dir? Volies dir que en tens vint-i-quatre, oi?». Exijamos los pronombres débiles, salvémoslos, querámoslos y quizás así no hará falta que adoptemos uno nunca más.