Barcelona, 2 de diciembre de 1963. Las cinco y media de la tarde. Una docena de miembros de la Sexta Brigada Regional de Investigación Social, adscritos a la comisaría de la Via Laietana y capitaneados por el comisario Creix, se presentaban en la sede de Òmnium Cultural —en la planta noble del Palau Dalmases— e iniciaban un registro que duraría dos horas. Aquella operación policial había sido ordenada por el gobernador civil de Barcelona, Antonio Ibáñez Freire, siguiendo instrucciones del vicepresidente del gobierno español, el general Agustín Muñoz Grandes. A las siete y media, el operativo policial clausuraba la sede de Òmnium y confiscaba toda la documentación, no tan solo de la entidad sino también de las que estaban bajo su cobijo. Dos horas después se produciría un hecho insólito propio de una novela negra: Creix se presentaba en casa de Joan Baptista Cendrós —dirigente de Òmnium— y no precisamente con el propósito de registrar su domicilio y detenerlo, sino con el de modificar el acta de la operación policial.

Nula repercusión mediática

A pesar de la importancia de la operación policial, que afectaba de forma directa a un colectivo de miles de personas asociadas a las entidades que actuaban bajo el cobijo de Òmnium, la prensa de la época no dedicó ni una sola línea al hecho. Los principales rotativos de Barcelona —tanto al día siguiente como dos días después de la operación— destacaban la visita oficial del rey de Grecia —el suegro del entonces príncipe Juan Carlos— a Madrid, y el cumpleaños del jefe de Estado español, el dictador Francisco Franco. Ni en las secciones "Cataluña" ni en las de "Barcelona" ni en las de "Sucesos" se hacía mención alguna de la operación policial contra Òmnium. Un silencio mediático que solo se explica por el control que el régimen tenía sobre la prensa y por el interés del mismo régimen en ocultar la operación policial. Buena parte de las informaciones disponibles, recogidas en la biografía de Joan Baptista Cendrós, obra de Genís Sinca y publicada con el título El cavaller Floïd, apuntan a que aquel silencio mediático obedecía a un pacto entre el poder provincial del régimen y la dirección de Òmnium.

Escarré, Cendrós, Millet y Vallvé

Quién era quién en aquel thriller

La modificación del acta policial y la devolución a Cendrós de la documentación confiscada a Òmnium por el comisario Creix que se produjo un par de horas después de la operación es el gran misterio que podría explicar la cuestión que plantea el titular; cuando menos, en buena parte. Para entenderlo hay que saber quién era quién en aquel thriller, y qué papel jugaba en una trama ambientada en la Barcelona represaliada del franquismo que se movía a través de las grietas del régimen. Por una parte, el vicepresidente del gobierno Muñoz Grandes, el gobernador provincial Ibáñez Freire y el comisario Jerez, superior jerárquico del comisario Creix; por la otra, el abad Escarré, de Montserrat, el empresario financiero Fèlix Millet y el empresario químico Joan Baptista Cendrós. Un curioso entramado de personajes que jugarían papeles muy destacados tanto en los hechos precedentes, como en la operación policial contra Òmnium y en los acontecimientos posteriores, que salvaron la entidad de ser liquidada.

¿Qué motivó el operativo policial?

Seis meses antes de la clausura de la sede de Òmnium, su presidente, Fèlix Millet i Maristany, promovió el envío masivo de instancias al vicepresidente del gobierno español para pedir la normalización de la lengua catalana. Se enviaron 20.000 instancias particulares. A Muñoz Grandes no le afectó el colapso administrativo, sino que le molestó chocar con la realidad; no habían conseguido el objetivo por el que habían provocado la Guerra Civil, que habían ganado: la despersonalización de Catalunya a través de la persecución implacable de su lengua y su cultura. Muñoz Grandes, que había obtenido los galones en las campañas de ocupación del Rif (1920-1926), de ocupación franquista de Catalunya (1938-1939) y en la División Azul (1941-1943) era un halcón del régimen que había conseguido situarse justo por debajo de Franco. Las declaraciones del abad Escarré en el diario francés Le Monde, en las que cuestionaba la ideología cristiana del régimen nacional-católico franquista (14 de noviembre de 1963), precipitaron la operación.

Muñoz Grandes y Hitler en Wolfschanze, 1942 / Berliner Verlag Archiv

La correa de transmisión

El coronel Ibáñez Freire también había ganado los galones en los campos de batalla. Había sido compañero de armas de Muñoz Grandes en la Guerra Civil y en la División Azul. A diferencia de Muñoz Grandes, sin embargo, tenía un perfil más flexible que, en un futuro, le permitiría adaptarse a los cambios políticos: sería ministro del Interior (1979-1980) del régimen constitucional con el gobierno de Suárez. Este dato es muy relevante para entender qué pasó en noviembre de 1963 en Barcelona. Como lo es la figura del comisario general Ramón Jerez. Según Sinca, Jerez era el policía más poderoso de Barcelona. Su capacidad de influencia abarcaba el aparato político y judicial del régimen en la capital catalana. Castellano, seco, hijo y neto de militares y franquista convencido, tenía una opinión condescendiente del catalanismo. Era también, sorprendentemente, amigo personal de Cendrós. Era quien le había facilitado el pasaporte para viajar y expandir su marca comercial por todo el mundo. Y era quien aceptaba regalos y, probablemente, sobornos a cambio de sus gestiones.

Los "carniceros" Creix

Cuando se produjo la operación contra Òmnium, el comisario Antonio Juan Creix acababa de ser nombrado jefe de la Sexta Brigada. Creix y su hermano pequeño, también policía, tenían un tenebroso historial de violentas persecuciones y de brutales torturas contra personas opositoras al régimen. Según Sinca, el comisario Creix y algunos de los elementos que habían participado en la operación contra Òmnium se presentaron en casa de Cendrós —muy probablemente por orden de Jerez y posiblemente también de Ibáñez Freire— y convirtieron la chimenea en un crematorio. No solamente destruyeron la documentación confiscada, sino también la que Cendrós guardaba en su casa para eliminar las pruebas incriminatorias que requería Muñoz Grandes. Curiosamente, pasados once años (1974), cuando el franquismo tocaba a su fin y tenía lugar una huida masiva de elementos políticos del régimen hacia posiciones pseudodemocráticas, Creix, el eslabón más débil de aquella cadena, acabaría expedientado por apropiación de caudales públicos.

Ibáñez Freire y Juan Antonio Creix, condecorado por el gobernador civil de Vizcaya / EFE

¿Qué había en aquella documentación?

Este pacto de silencio escenificado con la destrucción de una documentación que, forzosamente, tenía que ser muy reveladora sería lo que, paradójicamente, evitaría la decapitación y liquidación de Òmnium. Existen muchas hipótesis posibles. Una muy probable es la que apunta hacia la revelación de datos sobre personalidades catalanas muy relevantes de la vida académica, empresarial e, incluso, política —y, por lo tanto, colaboradores del régimen, cuando menos aparentemente— implicadas en el proyecto Òmnium. Una hipótesis plausible, más si cabe cuando Millet, Cendrós y Carulla, empresarios de éxito en aquella Catalunya de la posguerra, catalanistas —incluso independentistas—, pero nada sospechosos de simpatizar con la oposición comunista en la clandestinidad, habían conseguido llegar a personalidades muy relevantes de la sociedad catalana e implicarlas en su proyecto. Otra hipótesis, no menos probable y más complementaria que alternativa, sería la revelación de la trama de sobornos que relacionaba a los empresarios con el aparato provincial del régimen.

La delegación de París

Carulla y Cendrós habían aplicado su exitosa estrategia empresarial de expansión internacional al proyecto de Òmnium. Cuando se produjo la operación policial, Òmnium ya disponía de una delegación en París, desde donde se proyectaban internacionalmente no tan solo las reivindicaciones culturales y lingüísticas, sino también el hecho nacional catalán: el nervio de Òmnium. Este dato es de una gran importancia para acabar de explicar por qué la clausura de la sede de la entidad no precipitó su liquidación. O por qué el régimen franquista no pudo liquidar definitivamente Òmnium. La delegación de París estaba muy bien relacionada no tan solo con destacadas personalidades catalanas en el exilio con proyección internacional, sino también con los organismos internacionales. Y la prensa de la época revela que el régimen franquista, en pleno despliegue de los Planes de Desarrollo Quinquenales, estaba tan necesitado de la inversión extranjera como de las relaciones internacionales que garantizaban aquellas inyecciones económicas.

Franco en una imagen de 1963 / Getty

"... y Gibraltar caerá como la fruta madura"

Esta frase del dictador Franco se convirtió en el nervio ideológico del régimen a partir de 1960, adaptada a todos los escenarios y a todas las circunstancias. La fuerza de la gravedad —y no el viento— sería la que se llevaría a Muñoz Grandes y a todo un grupo de personajes con un pasado que los dejaba amortizados o incluso los hacía incómodos para el franquismo. Estaban muy relacionados con la Guerra Civil o con la Segunda Guerra Mundial, es decir, con el Movimiento o con el nazismo, o con ambos a la vez. La operación de maquillaje del régimen, iniciada en 1951 por imposición del presidente norteamericano Einsenhower con la firma de los pactos bilaterales que rescataban la España de Franco del aislamiento internacional, se completaría, con algunas excepciones notorias, durante el trienio 1963-1966. Precisamente, y muy reveladoramente, el periodo en el que Òmnium, con su sede clausurada y con el apoyo del tejido folclórico y de la Iglesia catalana, haría su particular travesía del desierto.

Imagen principal: Segunda acta de clausura de la sede de Òmnium Cultural / Archivo Laura Cendrós