Estamos en un tiempo de veganos y de foodies. Probablemente nunca se había hablado tanto sobre la alimentación y nunca la gente había estado tan obsesionada por las posibilidades de que su salud se viera afectada por lo que come. Ahora bien, nunca ha habido tanto consumo de productos alimenticios procesados, que están fuera de nuestro control. El periodista Jean-Baptiste Malet, en El imperio del oro rojo. Una apasionante investigación sobre lasconsecuencias del consumo globalizado (ed. Península), presenta una larga y profunda investigación sobre el tomate concentrado. Y nos descubre que muchas cosas no son como pensábamos.

El problema no estaba en las albóndigas

Hay mucha gente que tiene reticencias a pedir en bares y restaurantes productos como albóndigas, croquetas o canelones. Teme que le cuelguen los restos de la comida del día antes (o de la semana antes) convenientemente triturados. Pero, probablemente, que te coloquen los restos del día antes no es lo peor que te puede pasar cuando pides las albóndigas. Hay otros problemas que el consumidor no puede ni siquiera imaginar. Mientras la carne se ve como una cosa "sospechosa", el sofrito se suele ver como un elemento "natural". Nada más lejos de la realidad.

Un tomate que no es un tomate

Visitar una frutería a buscar tomates puede convertirse, hoy en día, en un ejercicio complejo. Al viejo tomate, de pera o de rama, se le ha añadido el tomate Raf, el de corazón de buey, la Montserrat, el pimentero, los cherry, los de colgar... El que nunca se ve, en las tiendas, a pesar de todo, es el que más se consume: el tomate "de industria". Y es un tomate muy especial, sólo útil para hacer concentrados. En realidad, no es un tomate para morder ni para poner en el pan. Contiene una proporción ínfima de agua, y eso lo convierte en una fruta peculiar: es una especie de preconcentrado. Es extremadamente duro, y eso facilita su transporte. No hay que ponerlo en cajas: puedes amontonarlos en un camión sin problemas: llegan igual de buenos, o de malos, a la planta de transformación. Porque sólo sirven para una cosa: para hacer concentrados.

La mafia del tomate

El término mafia a menudo se ha banalizado. Cuando dos individuos se combinan para no pagar el parquímetro ya se habla de mafia. En el mundo del tomate no interviene una de estas mafias de pacotilla: actúa la mafia-mafia. Hay grupos mafiosos italianos que usan la empresa del concentrado como un sistema para blanquear dinero, y que han llegado a crear laboratorios químicos para que falsificaran los análisis sanitarios para sus productos. Los envasadores italianos, antes se dedicaban a producir conservas y concentrados para exportarlos. Más adelante descubrieron que era mucho más fácil comprar triple concentrado chino, añadirle agua y revenderlo como concentrado para uso doméstico en vistosas latas decoradas con banderas italianas.

El general de los tomates

Pero la mafia italiana ha encontrado a un enemigo de talla que lo ha aplastado: el ejército chino. Los italianos se enriquecieron comprando tomate concentrado deXinjiang a los chinos y reenvasándolo después con un proceso extremadamente simple. La principal empresa proveedora china, Chalkis, era propiedad del ejército chino y era dirigida por un general. Una rígida estructura propia del comunismo al servicio del capitalismo salvaje. Gracias a los bajos sueldos pagados a los campesinos, Chalkis conseguió ofrecer concentrado de tomate a precios ridículos y logró liderar el mercado. Pero pronto los chinos se dieron cuenta de que no necesitaban a los italianos para nada, que podían exportar el tomate directamente. Ahora son los chinos los que lideran el mercado internacional del tomate concentrado. Les siguen, a poca distancia, los italianos, que reexportan, básicamente, tomate concentrado de origen chino. El general chino que había dirigido Chalkis no tuvo ningún problema en confesar a Malet que varias empresas con posición predominante en el mercado pactaban los precios a establecer. Y Malet, en una visita a otra empresa china, vio cómo añadían al puré de tomate productos que no figuraban a la lista de ingredientes.

Los africanos como vertedero

Al empezar a leer El imperio del oro rojo nos puede dar la impresión que nuestro mundo es un infierno. Jean-Baptiste Malet se apresura a dejarnos claro que nuestra situación es privilegiada si la comparamos con la de los africanos, que reciben lo peor de la industria tomatera. Los concentrados que se distribuyen en África suelen estar hechos por las pieles y las semillas, unos subproductos no aceptables en los concentrados según la legislación europea. Por eso no suelen tener color rojo; popularmente les llaman "black ink", tinta negra. En ocasiones apenas contienen un 33% de tomate, el resto son aditivos. Pero, además, en muchas ocasiones se ha detectado que al África envían productos en mal estado, con la fecha de caducidad pasada o contaminados. Algunas partidas incluso contenían gusanos.

Grito de advertencia

Hace algunos años había un cartel electoral que no se sabe si era conmovedor por su inocencia o fastidioso por su cinismo. Una política aparecía descalza sobre un prado, muy bucólica, con un eslogan surrealista: "Para que los tomates vuelvan a tener sabor a tomate". No sé cómo sus votantes valoran su gestión durante el tiempo que estuvo en el cargo, pero lo cierto es que los tomates siguen sin tener sabor a tomate. Especialmente, los tomates concentrados. De hecho, según Malet, la situación tiende a empeorar.

¿Industrofobia?

No hay ninguna duda de que la industria agroalimentaria ha supuesto algunos avances notables. Nunca se habían producido tantos alimentos, en la historia de la humanidad. Nunca tanta gente había estado tan alimentada. Incluso es probable que nunca un porcentaje tan alto de gente haya estado tan bien alimentado (como mínimo cuantitativamente hablando). Pero a pesar de esto, la falta de control sobre un mercado que tiende al oligopolio ha provocado, en los últimos años, un descenso de la calidad de los productos que consumimos. En el libro de Malet aparecen mencionadas marcas blancas de cadenas de supermercados que tienen una fuerte presencia en nuestra ciudad. Los concentrados fatídicos están entre nosotros. Y es probable que los concentrados menos recomendables también estén, en todos los supermercados, incorporados a pizzas, salsas, latas... Y que también nos los podamos encontrar en los platos de los restaurantes o de las cadenas de comida... Probablemente el concentrado de tomate no es la excepción dentro de la industria agroalimentaria; otros productos semielaborados tendrán problemas similares. Debemos estar atentos.