El hambre emocional en la sociedad occidental es cada vez más frecuente, ya que activa la sensación de placer y neutraliza todas las emociones negativas como la tristeza, el aburrimiento, la rabia, etc.

La llegada del buen tiempo inevitablemente equivale para muchas personas a intentar bajar de peso poniéndose a dieta. Muchas de estas dietas terminan en fracaso, no sólo porque los planes alimentarios prometan milagros o porque no estén bien organizados, sino porque interactúan ciertos aspectos psicológicos que boicotean el proceso de pérdida de peso.

¿Qué es el hambre emocional?

La comida no únicamente sirve para nutrirnos. También activa directamente la sensación de placer, por lo que se está convirtiendo cada vez más en una especie de droga para la sociedad occidental. No sólo nos genera satisfacción, sino que además es legal y no produce estados de conciencia alterados, por lo que podemos seguir normalmente con las responsabilidades de nuestro día a día sin sufrir estigma social.

La comida no únicamente sirve para nutrirnos

Diferencias entre hambre física y hambre emocional

La primera forma de cortocircuitar el problema es entender cuándo nos invade el hambre física y cuándo la emocional, y aprender a diferenciarlas. Esto nos permitirá elegir qué tipo de “alimento” necesitamos: ¿comida o reajuste psicológico?

Hambre Emocional
Hambre Emocional

Veamos las diferencias:

  • Origen: el hambre física se produce por una necesidad energética de nuestro organismo, mientras que el hambre emocional se activa por nuestra manera de sentir dificultades o problemas.
  • Aparición: el hambre física aparece de forma progresiva, mientras que la emocional aparece de repente, como consecuencia de algún detonante.
  • Tipo de alimentos: con hambre física nos puede apetecer cualquier tipo de alimento, mientras que con hambre emocional tendemos a buscar los alimentos menos saludables.
  • Tempo: el hambre física nos permite degustar los alimentos pausadamente, mientras que el hambre emocional nos aboca a la inminencia, es más impulsiva.
  • Atención: el hambre física nos permite atender y ser conscientes de lo que comemos, mientras el hambre emocional es automática y nos dispersa la atención a los problemas.
  • Fin: el hambre física termina con la saciedad, mientras que la emocional va más allá del apetito y da lugar a excesos.
  • Post-ingesta: saciar el hambre física genera sensaciones de bienestar (porque se ha cubierto una necesidad fisiológica), mientras que el hambre emocional activa sentimientos de culpabilidad.

¿Cómo podemos tratarla?

 Entiende qué hay detrás de tu hambre emocional. ¿A qué debes realmente prestar atención o reenfocar diferente en tu vida?

  • Crea nuevos hábitos: la voluntad se educa, se entrena. Para ello es necesario tener objetivos muy concretos y mantener la repetición; es así como se instauran los nuevos hábitos, somos animales de costumbres. ¿Cómo hacerlo?
    • Haz un planning alimentario: diseña de antemano qué vas a comer y cuando.
    • Identifica y registra tus emociones negativas a lo largo del día. Anota situaciones, pensamientos y sentimientos que te generan malestar ¿cómo se relacionan con comidas? Registra también qué comiste, cuánto, dónde, cuándo, con quién…
  • Practica la alimentación consciente a partir de ejercicios de atención plena.
  • Modifica pensamientos o conductas poco saludables.
  • Piensa a corto, medio y largo plazo. Cuando utilizamos la comida para calmarnos u obtener placer, sólo obtenemos este efecto unos segundos o minutos, mientras masticamos y tragamos. Una vez el alimento deja de estar en boca se activa la culpa.