Hay suficiente con pasear por varios puntos del centro de Barcelona para constatar que la protección, dignificación y mantenimiento en estado óptimo del patrimonio histórico es una de las asignaturas pendientes del actual gobierno municipal. Ejemplos los hay de sobra en el distrito de Ciutat Vella: el Baluard de Migdia, la plaza de la Vila de Madrid, la muralla romana de la plaza Berenguer, el Call, la plaza de Carme Simó, el antiguo Hospital de la Santa Creu, el Moll dela Fusta o las fachadas de las iglesias de Santa Maria del Pi y Santa Maria del Mar. Todo ello, ejemplos de situaciones donde el vandalismo y la suciedad han dado paso a la degradación.

Degradación patrimonio público plaza de la Villa de Madrid vista general / Foto: Carlos Baglietto
La plaza Vila de Madrid contiene los restos de una necrópolis romana en un entorno degradado / Foto: Carlos Baglietto

Al principio de este mes de septiembre, este mismo medio denunciaba el deplorable estado del Baluard de Migdia, un remanente de la antigua muralla del siglo XVIII que ha sido doblemente víctima de la mala gestión municipal, primero cuando se permitió construir edificios de viviendas dejando los restos totalmente descontextualizados y con accesos delirantes -para ver bien el baluarte hay que bajar a un aparcamiento privado-, y segundo cuando, después de un proceso de dignificación, ha sido víctima del vandalismo y el abandono municipal. Con respecto a este espacio patrimonial, el portavoz del Grupo municipal de Junts per Catalunya en Barcelona, Jordi Martí Galbis, hizo referencia a la conocida como teoría del cristal roto y acusó a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de aplicarla al patrimonio histórico de la ciudad. ¿Sin embargo, que es la teoría del cristal roto?

La teoría del cristal roto, más conocida como de las ventanas rotas, es una teoría sociológica formulada James Q. Wilson y George L. Kelling en el año 1982 que, a grandes rasgos, considera que hay que resolver los pequeños desperfectos de manera inmediata para evitar que se reproduzcan. Es decir, si de golpe alguien rompe un cristal de una ventana y no se repara en un plazo corto de tiempo, aumentan las posibilidades que alguien rompa más cristales y que la situación empeore de manera exponencial, generando una situación de degradación. Otro ejemplo sociológico de la misma teoría es que si alguien se encuentra en la necesidad de tirar un papel a una papelera y no encuentra ninguna, será más proclive a tirarlo al suelo si este está sucio que si está limpio. Dicho de otra manera, la suciedad llama a suciedad.

Degradación patrimonio público paseo de Colon guardia urbana / Foto: Carlos Baglietto
El Moll de la Fusta no se escapa de la degradación, en este caso, al patrimonio más reciente / Foto: Carlos Baglietto

Aunque se trata de una teoría controvertida, en particular por su aplicación criminológica en la ciudad de Nueva York en la década de los años noventa del siglo pasado, porque dio lugar a políticas de tolerancia cero indiscriminadas que incluían cacheos y detenciones arbitrarios, su aplicación con respecto a la conservación del patrimonio se puede simplificar en la necesidad de actuar de manera inmediata para evitar la degradación del entorno. O como declaró a elNacional.cat el antiguo teniente de alcaldía del mandato de Xavier Trias, Jaume Siurana, ante "una pintada o un espacio degradado, lo que hace falta es arreglarlo enseguida", mientras que el actual gobierno municipal "en cuentas de arreglarlo enseguida y enviar a la brigada al día siguiente, permite que se perpetúe".

Sólo 14 delitos contra el patrimonio histórico cinco años

De hecho, según datos de la Guàrdia Urbana a los que ha tenido acceso elNacional.cat, desde inicios de 2018 hasta el 3 de junio de 2022 se han presentado un total de 29 denuncias por ataques al patrimonio público, pero sólo se han iniciado 14 procedimientos por delito. En concreto, en este periodo se han hecho 3 denuncias por "colocar en monumentos o edificios catalogados o protegidos, carteles, pancartas y adhesivos" (1 en 2018, 1 en 2020, y 1 en 2021) y 26 denuncias por "realizar grafitis o pintar monumentos o edificios catalogados o protegidos" (4 en 2018, 3 en 2019, 5 en 2020, 10 en 2021 y 4 en lo que llevamos de 2022), mientras que se han registrado 14 procedimientos por "delitos contra el patrimonio histórico" (4 en 2018, 3 en 2019, 1 en 2020, 4 en 2021, y 2 en los primeros meses de 2022).

Baluarte del Mediodía en la Barceloneta - Montse Giralt
El Baluard de Migdia, otro espacio patrimonial en un estado deplorable / Foto: Montse Giralt

En todo caso, y más allá de la persecución de los delitos, lo que se reprocha al ayuntamiento es la falta de diligencia a la hora de limpiar y redignificar aquellos espacios que han sido víctimas del vandalismo. De ejemplos prácticos se pueden ver en varios lugares de Ciutat Vella, entre los cuales la acumulación de suciedad a los pies de la muralla romana en la plaza de Ramon Berenguer el Gran, la aparición de jeringas en la plaza de Carme Simó, un espacio también al pie de la muralla romana que, para colmo, se utiliza como patio para los alumnos de la próxima escuela Baixeras.

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Fachada de la calle del Carme del complejo del antiguo Hospital de la Santa Creu / Foto: Jordi Palmer

Más ejemplos: la plaza de la Vila de Madrid, donde todo el entorno de la necrópolis romana está absolutamente olvidado, degradado y rodeado de grafitis y suciedad, y todo ello en un espacio que forma parte de muchas de las rutas turísticas de la ciudad; el Baluard de Migdia, tres cuartos de lo mismo; las fachadas de Santa Maria del Mar y del antiguo Hospital de la Santa Creu, también con pintadas y la de Santa Maria del Pi, incluso con sillares expoliados. El Call, también otro punto neurálgico del centro, está degradado y la antigua sinagoga Mayor sufrió hace poco un acto vandálico. Al menos, en este caso, ya se han limpiado las pintadas, aunque no hay constancia que lo haya hecho el Ayuntamiento de Barcelona. Como mucho, una ventana reparada en medio de un mar de cristales rotos.

Imagen principal: La plaza de la Vila de Madrid, un espacio con patrimonio romano en plena degradación / Jordi Palmer