No sé cuándo llega ahora la senectud, en un época en la que un tipo como Mike Jagger puede ser tatarabuelo y a la vez padre de una tierna criatura que todavía está por nacer. Esto de las generaciones está muy alterado. Todo el mundo quiere ser joven y le da pánico hacerse viejo. La pulsión de la muerte que antes llevaba a escribir buenas novelas, hoy, en cambio, abre la puerta de los quirófanos o bien invita a inyectarse biotoxinas hasta adquirir un aspecto monstruoso.

Hoy se cumplen 80 años del levantamiento militar franquista que derivó en una sangrienta guerra civil y, a partir de 1939, en una dictadura que duró, con intensidades diversas, hasta la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975. Han pasado 41 años desde entonces, la mitad de esos 80. la historia ha entrado en la edad adulta y, con permiso de los Rolling Stones, en la senectud. Y sin embargo, la herida sigue abierta. Tan abierta como la brecha que aún separa a los negros de los blancos de EE.UU., a pesar de que la Guerra Civil con la que se dirimió la cuestión de la esclavitud tuvo lugar entre 1861 y 1865. En EE.UU. no hay, por lo menos formalmente, esclavos, pero los muertos provocados por la policía son mayoritariamente negros y en las cárceles los reclusos negros ganan de calle a los blancos. Las batallas raciales son constantes, como los asesinatos de ayer en Louisiana, donde el 5 de julio ya fue abatido, tiroteado por la policía, el joven negro Alton Sterling.

Salvo cuatro alocados, en España tampoco hay franquistas, por lo menos sobre el papel. Y sin embargo, todo el mundo puede constatar que la cultura franquista domina en la administración del Estado y entre varios políticos. Por ejemplo, este es el caso de Jorge Fernández Díaz, nacido en 1950 e hijo de un teniente coronel de caballería del ejército y subinspector jefe de la Guardia Urbana de Barcelona, ​​y él mismo, primero, delegado provincial de trabajo en Barcelona (1978 a 1980), y luego gobernador civil en Asturias (1980-81) y Barcelona (1981-82). Este inspector de trabajo y seguridad social es el ejemplo viviente de hasta qué punto la transmisión de la cultura totalitaria puede impregnar a políticos tardofranquistas como él. El suarismo, por contra de lo que aseguran los aduladores de la Transición, no fue una corriente democrática, fue la plataforma de salvación de antiguos franquistas. Pactar la liquidación de la dictadura no convirtió automáticamente en demócratas a los que habían mirado hacia otro lado o bien habían sido directamente cómplices de la dictadura.

El suarismo no fue una corriente democrática, fue la plataforma de salvación de antiguos franquistas

La sombra de la dictadura franquista aún oscurece la democracia española. En Catalunya, menos; pero como se pudo comprobar con la discusión sobre el monumento franquista tortosino del Ebro, las heridas no están del todo cerradas y el franquismo sociológico sigue bien vivo. A veces incomprensiblemente, como les digo a mis alumnos, algunos de los cuales, los más militantes, encaran el estudio de la Guerra Civil y el franquismo con una dosis de ideologismo impropio del momento actual. Los hay que abordan la Guerra Civil como si fueran partisanos salidos de las trincheras de Belchite o de la batalla del Ebro. Tanta ideología, de derecha o de izquierda, daña al conocimiento histórico.

La Guerra Civil española fue un episodio más de la historia de Europa dominada por los extremos. El ascenso al poder del fascismo y del nazismo es anterior a la victoria franquista, aunque la Segunda Guerra Mundial arrancara al cabo de unos meses de la finalización de la Guerra Civil española. Todo forma parte de la misma ola que arrasó la democracia en Europa. El triunfo aliado, con la URSS como potencia oriental, condenó a España —y por tanto a nosotros, los catalanes— a vivir bajo una dictadura, como los alemanes del este tuvieron que sufrir la dictadura comunista hasta 1989. Unos y otros estuvieron sometidos a una tiranía, ideológicamente de signo contrario, que capó a varias generaciones y dejó una herencia que todavía se nota.

Cuando a finales de la década de los años noventa del siglo pasado se desató la llamada "polémica Goldhagen" (que es hija, por cierto, de lo que ya había apuntado antes la socióloga harvariana Liah Greenfeld, profesora en Harvard, donde coincidió con Daniel Jonah Goldhagen) a raíz de la publicación del libro Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, se dijo que hay un "pasado que no pasa", con lo que se quería destacar que la "mentalidad aniquiladora" alemana contra los judíos era recurrente. El antisemitismo, muy extendido, propició que muchos alemanes miraran hacia otro lado cuando los judíos eran deportados a los campos de concentración. Muchos catalanes también tenían una venda en los ojos para no ver las atrocidades franquistas, a veces justificadas por las atrocidades previas cometidas en la retaguardia republicana.

Muchos catalanes tenían una venda en los ojos para no ver las atrocidades franquistas, a veces justificadas por las atrocidades previas cometidas en la retaguardia republicana

Estoy leyendo la biografía de Jorge Semprún (1923-2011) que ha escrito Soledad Fox Maura, una profesora parienta suya, y que ha titulado Ida y vuelta. La autora explica un montón de detalles que Semprún obvió en los 21 relatos autobiográficos que escribió. Por ejemplo, la petición de su padre, José María Semprún Gurrea (1893-1966) al embajador franquista en París, José Félix de Lequerica (1891-1963), para que intercediera ante los nazis alemanes que tenían retenido a su hijo Jorge. Lo que más impresiona es que el embajador de Franco aceptó el encargo, a pesar de las evidencias de las actividades partisanas de Semprún, porque había trabajado como pasante de Antonio Maura, el abuelo de Jorge, y en el despacho de abogados de la familia había coincidido con Miguel Maura, el tío republicano del nieto comunista de quien había sido primer ministro conservador de los años de la Restauración. Historias de familia que no ligan mucho con la historia heroica.

Jorge Semprún no dijo nada de eso, a diferencia de su hermano Carlos (1926-2009), cuya evolución ideológica fue más radical que la de Jorge después de que ambos abandonaran las filas comunistas. Jorge se quedó en el socialismo mientras que Carlos abrazó el liberalismo. Quizás los motivos de cada uno para abordar el pasado familiar tengan una explicación más política que psicológica. Idolatrar a los muertos es siempre un error. Además, la banalidad del mal no tiene color ideológico, más bien al contrario; es la ideología lo que distorsiona el pasado y engaña a la memoria.

La historia es, por encima de todo, complejidad. Como la vida. Querer simplificar el pasado es una estafa, pero intentar hacer creer que el impacto del pasado sobre el presente se desvanece tan sólo porque se promulga una Constitución es, también, una gran mentira. La democracia es una práctica, es una discusión —tal como la definió el primer presidente checoslovaco de entreguerras, Thomas Masaryk—, que se enriquece con la claridad. Si la democracia no rompe el silencio, ese silencio construido sobre los nichos de la falsedad bárbara, es que realmente no es un sistema virtuoso de gobierno.

Conocer la historia, exponer las cosas tal cual fueron, es lo que dará fuerza a la virtud de perdonar

Conocer la historia, exponer las cosas tal cual fueron, es lo que dará fuerza a la virtud de perdonar. Refugiarse en el miedo, en cambio, será una muralla que nos impedirá saber y avanzar, que son dos de las palancas que abren las puertas al futuro. El día que el pasado pase de una vez y que los hijos de la dictadura hayan desaparecido para siempre, estaremos en condiciones de liberar a la democracia de la senectud.