La semana pasada publiqué un artículo en el que destacaba el gesto del PSC de votar en contra de la investidura de Mariano Rajoy, rechazando así la decisión del PSOE de abstenerse y regalarle el Gobierno al PP. El motivo que me empujó a escribir ese artículo fue la poca sensibilidad que en mi opinión había tenido el diputado republicano Gabriel Rufián al no tener en cuenta que el PSC, no obstante sentarse en la bancada del PSOE, no bajaría del burro. No necesito modificar ni una coma de aquel escrito, pese a las críticas –y los insultos– que he recibido del sector duro del independentismo. Valorar positivamente los gestos del PSC es, según parece, más grave que esforzarse por convencer a los peronistas de En Comú Podem con jornadas nostálgicas dedicadas a rememorar lo que hubiese podido ser y no fue. A los socialistas no les han invitado, pero lo que da risa es que los del PDECat se hayan apuntado a un foro pensado para promover que los degüellen.

La tesis de mi artículo era que el PSC se abstuvo porque no podía hacer otra cosa, dada la agitación soberanista que está viviendo Catalunya. A diferencia de los comuns, el rechazo del PSC al PP no es, digamos, sanitario —de “cordón sanitario”, quiero decir—, porque está claro que los socialistas pactan con los conservadores —en Tarragona, por ejemplo— sin que les duelan prendas. Los comunes no actúan como un grupo político, simplemente esparcen ideología (bastante light, a tenor de lo que explicó Xavier Domènech en el Ateneu Barcelonès) para llegar al poder y ejercerlo de la misma forma que lo ha hecho la socialdemocracia, pero con menos gracia y con mucha más extravagancia. El programa —“pacificador”, lo llaman— de supermanzanas es un ejemplo de ello, aunque bien es verdad que esta idea de Salvador Rueda, director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, ​​ya la había “comprado”, sin que la llegase a implementar, el concejal convergente que ahora el gobierno municipal persigue en los tribunales.

El problema de la izquierda es, en general, la distancia entre lo que predican y lo que actúan. Hablan de autogestión y después, para seguir con el ejemplo de las supermanzanas, se niegan a consultar con los vecinos si aceptan o no un cambio como ese, que no es menor. Entre los extintos comunistas, la distancia entre teoría y práctica llegó a ser sideral, hasta el punto de que todos los regímenes comunistas que ha habido en el mundo han acabado siendo dictaduras puras y duras. El PSUC, que cuando se fundó enseguida se convirtió en un instrumento del estalinismo, bajo el franquismo apareció como un partido defensor de la democracia porque en él militaba gente que era más demócrata que comunista. En el tránsito del franquismo a la democracia, el KGB quiso controlar de nuevo al PSUC y aquello acabó como el rosario de la aurora, con la escisión de los prosoviéticos de Pere Ardiaca y Joan Ramos. La CIA no tuvo nada que ver con aquel episodio, contrariamente a lo escrito en un libro recién publicado. Si acaso se rió.

En el tránsito del franquismo a la democracia, el KGB quiso controlar de nuevo al PSUC y aquello acabó como el rosario de la aurora

Los comunistas, que habían sido hegemónicos bajo el franquismo, enseguida dejaron paso al PSC como referente de la izquierda catalana, especialmente porque la ERC de Heribert Barrera no supo —o no quiso— encabezar la izquierda nacional, de orientación liberal y no marxista, que hubiera podido ser y no fue hasta la Crida Nacional de 1987, un manifiesto que firmaron un centenar de personalidades de la vida pública catalana, encabezadas por Àngel Colom y Josep Lluís Carod-Rovira, con el que proponían que ERC aglutinara a la nueva generación independentista surgida a raíz del desencanto de la Transición española, lo que incluía la renuncia del PSC a ser la izquierda nacional que combatiese al pujolismo. Barrera no entendió el mundo que se avecinaba y Joan Hortalà y su gente eran liberales a la vieja usanza, o sea, más de derechas que de izquierdas, y estaba muy lejos del espíritu que había animado el republicanismo de preguerra. Así pues, el PSC, una vez culminada la unificación de los tres partidos que se reclamaban socialistas en 1978, se convirtió en el partido de la izquierda catalana, vinculado al PSOE, y, por lo tanto a menudo ha padecido las tensiones derivadas de esta relación. Josep Maria Triginer, jefe de la Federación Catalana del PSOE en el congreso de unificación, siempre se ha quejado de que el PSC no haya hecho como el PSPV, que se rindió al PSOE sin ninguna especificidad: “el PSC no puede tener autonomía en Madrid porque podría tener la tentación de hacer una política catalanista y no para el bien de España”. En la unificación no se impuso esta tesis y sin embargo el PSC se convirtió en un híbrido que pasó de tener voz propia en los Pactos de la Moncloa (véase la fotografía donde salen Joan Reventós y el mismo Triginer junto a Felipe González) a lo que es ahora, un grupo diputados díscolos a los que la gestora del PSOE sancionará por su no a Rajoy.

A pesar de lo que creen los republicanos, la izquierda unionista no los considera de izquierdas. No los ha considerado así jamás

En las primeras elecciones democráticas a los ayuntamientos de Catalunya, en 1979, el PSC (PSC-PSOE) consiguió una gran número de alcaldes, lo que le consolidó como uno de los partidos fuertes del nuevo marco político catalán. Desde entonces ha sido tradicionalmente la fuerza política dominante en Catalunya en las elecciones municipales, generales y europeas. Se le resistieron las elecciones autonómicas hasta que ERC propició el cambio que se produjo en 2003. A pesar de lo que creen los republicanos, la izquierda unionista no les considera de izquierdas. No les ha considerado así jamás. Y quien más lo padeció fue Carod-Rovira, que era muy consciente ello antes de llegar a la vicepresidència de la Generalitat. Por eso actuó como actuó, para redimirse. Pero aquel PSC hegemónico fue declinado con el tiempo y ahora pasa por la peor etapa de su historia. El PSC se aferra al catalanismo, como sinónimo de regionalismo, del mismo modo que se aferran a él los viejos y corrompidos convergentes, abandonando a la vez el derecho a decidir y la vía canadiense y cualquier otra solución que no pase por una imposible reforma constitucional española, lo que ya sabían Iceta y cía. cuando decidieron votar no a Rajoy. Una de cal y otra de arena, como siempre.

Miquel Iceta, que proviene del PSP de Enrique Tierno Galván, un partido más jacobino incluso que el PSOE, puede acabar como Heribert Barrera y convertirse en líder subsidiario de otro partido. A Barrera le animó su anticomunismo, a Iceta su antisobiranismo puede matarlo. Quizás sí que esté muy bien que el PSC “apueste por la república, la eutanasia y legalización del cannabis”, pero renunciar al derecho a decidir es renunciar a ser central en la actual situación política, algo que es tan absurdo como creerse que implantar supermanzanas “pacifica” las ciudades y cambia el mundo. El PSUC se tragó una mentira marxistoide, que ahora recuperan los comunes, según la cual la burguesía catalana se inventó el catalanismo para intervenir en España y como no lo lograron, debía ser la izquierda la que se encargase de realizar tan gran tarea. Hoy, el PSC y los comunes vuelven a la carga y se preparan para desactivar la revolución nacional catalana que se puso en marcha en 2010 con la excusa de que en ella también participa la derecha. Para la izquierda unionista el único objetivo serio y “revolucionario” es ayudar a los políticos españoles para derrotar a la derecha cavernícola del PP. Están intentando encontrar el aliado que les falta, porque siempre van cojos del mismo pie, el nacional catalán. Es sólo por eso que les supo tan mal el inflamado y exagerado discurso de Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados. Quien no lo vea es que está ciego.