La apisonadora judicial española ha sido implacable con los miembros del Govern de Catalunya. Estaba cantado que si los consellers y las onselleres se personaban en Madrid serían encarcelados. Todos los juristas demócratas que conozco se llevan las manos a la cabeza por el auto de procesamiento de la jueza de la Audiencia Nacional. La sensación de indefensión ha sido tan grande, que ahora se entiende que los organismos internacionales valoren tan mal la calidad de la justicia española. Y cuando uno de los poderes fundamentales del estado, como es el judicial, traspasa los límites y responde a las órdenes del ejecutivo, eso quiere decir que la democracia está en peligro. Pero es que, además, el Gobierno español está en manos de uno de los partidos más corruptos de Europa. Solo queda en pie el poder legislativo. Y eso también merecería un comentario. Porque el nacionalismo español impregna de tal manera los partidos estatistas, incluyendo a Podemos, que las Cortes españolas parecen el legislativo serbio que dio apoyo a uno de los últimos genocidas europeos en la década de los 90. La sesión del Senado que aprobó la aplicación del 155 parecía talmente una reunión de psicópatas que reclamaban la sangre del enemigo. Nada que ver con las corridas de toros que tan gustan a los españoles, porque en la plaza el público incluso admira al toro que acabará siendo sacrificado después de torturado.

Catalunya está hoy ocupada, con policía armada y Guardia Civil apostada en el puerto de Barcelona y en cuarteles militares, y porque el estado tiene intervenido el autogobierno y las finanzas de la Generalitat. Además, cierra webs, detiene a personas simplemente porque opinan de una manera concreta, envía a la prisión líderes civiles independentistas y persigue al Govern y la mesa del Parlament. La oposición en Catalunya lo celebra con mayor o menor alegría. Los más extremistas, PP y Cs, ponen cara de satisfacción, porque solo sueñan con cercenar al adversario. Son los reales nacionalistas en Catalunya, los defensores de la Marca España a bastonazos, a base de multas y de insultos. El PSC es un partido de cínicos, como hemos podido constatar. Por una parte, Meritxell Batet negocia con el PP los detalles de la aplicación del 155 y cómo perseguir al Govern legítimo de Catalunya y, por otra parte, Miquel Iceta va difundiendo en Twitter los lamentos socialistas en forma de haikus. Pura hipocresía. Lo que ha hecho siempre el PSC desde que se unió al PSOE, pero en una época en que es difícil tirar la piedra y esconder la mano. Hoy día, política y secretismo no van juntos. A todo el mundo se le ve el plumero enseguida. La traición del PSC hoy es comparable a la de la Lliga en 1936.

Tenemos a los Jordis en prisión y también tenemos a una parte del Govern. Ya se verá qué pasará con la Mesa y con la orden de detención internacional contra el president Puigdemont y los cuatro consellers y conselleres actualmente en Bruselas. Esta persecución, que da miedo si se compara con el pasotismo judicial con la corrupción de una parte de la familia real española, los exministros del PP y la trama Gürtel, no tiene que hacer perder de vista que la maquinaria gubernamental española pretende imponerse como sea. Se han convocado unas elecciones de una manera irregular, impuestas por un gobierno que pretende tapar la boca a los independentistas, y habrá que velar para que este gobierno y sus partidos cómplices, PSC incluido, no aprovechen este estado de cosas para colarnos el pucherazo del siglo. Lo que no saben ganar en las urnas lo han impuesto con las porras y la prisión. El soberanismo, en cambio, ha convertido las urnas en el bastión de la democracia. Europa no lo entiende —o no lo quiere entender—, pero si no rectifica pronto, acabará siendo cómplice de la represión española y de la destrucción de los valores fundacionales de la UE. El europeísmo natural de los catalanes puede debilitarse por este desprecio europeo a defender los derechos políticos y humanos de los catalanes que defienden la independencia de su patria.

La respuesta del soberanismo, de los independentistas, no puede ser otra que encarar estas elecciones bien unidos, sin disputas inútiles

La respuesta del soberanismo, de los independentistas, no puede ser otra que encarar estas elecciones bien unidos, sin disputas inútiles, como pasó en el 2014. Hay que impulsar una candidatura cívica única, que supere la coalición de partidos que fue Junts pel Sí, para reunir el 50 por ciento del votos, si es que puede ser. Las circunstancias son tan excepcionales, que incluso el president Carles Puigdemont ha aceptado presentarse a las elecciones en una lista única. Para recuperar la República, primero hay que salvar la democracia. No sería bueno repetir la batalla campal que se produjo el 27-S. Entonces todavía no sabíamos, aunque se podía intuir, que mientras los independentistas se peleaban a saco, los partidos españoles iban confluyendo poco a poco al detectar la amenaza soberanista. Si hay un partido que se quiera desmarcar y acudir en solitario a las elecciones del 21-D, que lo haga. Las urnas pondrán en su sitio a todos los que no saben percibir el momento político que estamos viviendo. En las manifestaciones y en las concentraciones, solo la gente muy sectaria mira de reojo a quien tiene al lado. El resto grita a pleno pulmón: "las calles serán siempre nuestras, libertad presos políticos" y "es Puigdemont nuestro president". Creo que son muchas las personas que creen que hay que construir una lista única con todo el Govern actual como candidatos. Es hora de afianzar la República Catalana.