“Llegados a este momento histórico, y como president de la Generalitat, asumo al presentarlos los resultados del referéndum ante el Parlament y de nuestros conciudadanos, el mandato de que Catalunya se convierta en un Estado independiente en forma de república”. Esta fue la frase literal —traducida— que leyó el president Carles Puigdemont a las 19:37 del día 10 de octubre. Si la comparecencia hubiera acabado en ese momento, creo que nadie habría dudado de lo que acababa de proclamar el president. Supriman la frase subordinada que habla del referéndum y la afirmación es la siguiente: “Asumo el mandato de que Catalunya se convierta en un Estado independiente en forma de república”. Quienes dudan sobre lo que anunció el president o bien es que no entienden el catalán o es que necesitan tiempo y requerir explicaciones se lo proporciona. Dejo a un lado las interpretaciones de los hiperventilados, puesto que responden a las típicas miserias partidistas del bloque soberanista. Y prescindo de ellas porque, como leí en un tuit, en esta hora grave las peleas entre soberanistas son casi antipatrióticas. Los unionistas no se pelean jamás.

La cuestión es que, después de leer la declaración “por responsabilidad y por respeto” con el 1-O —que, sea dicho de paso, no se pensó en votarla en ningún momento—, el president cogió aire y anunció que “con la misma solemnidad, el Govern y yo mismo proponemos que el Parlament suspenda los efectos de la declaración de independencia para que en las próximas semanas emprendamos un diálogo sin el cual es imposible llegar a una solución acordada”. Nadie suspende el efecto de un acto si previamente no ha acontecido. Sería una tontería suspender la aplicación de la declaración de independencia si realmente antes no la has proclamado. Por lo tanto, el requerimiento del Gobierno español pidiendo explicaciones es, sencillamente, la expresión de su debilidad. Es una forma de ganar tiempo, que es lo mismo que había hecho el president el pasado martes.

Sería una tontería suspender la aplicación de la declaración de independencia si realmente antes no la has proclamado

La respuesta del gobierno español ante la declaración de independencia ha sido, a pesar de la amenaza de activar la aplicación del artículo 155, light. Lo único que ahora sabemos de verdad es que la Unión Europea presionó a Carles Puigdemont para que actuara con moderación a cambio de la promesa de que ellos presionarían a Rajoy. No sé hasta qué punto esto es cierto o bien si es otro autoengaño del president y de su entorno. En los círculos del Palau de la Generalitat hay mucha preocupación por la posibilidad de que el gobierno español esté dispuesto incluso a matar para defender la sagrada unidad de la patria. No es una metáfora. Es una idea que ha calado en el entorno de Junts pel Sí. El expresident Mas lo insinuó en la entrevista que ayer viernes le hicieron en Els Matins de TV3. Es un temor que no comparto precisamente porque la violencia policial durante la jornada del referéndum fue el detonante de la máxima internacionalización del conflicto. Si la policía española matara a uno o a dos o a tres y ni que decir tiene a cien manifestantes soberanistas, como hicieron los serbios en Eslovenia, entonces sí que España ya habría perdido la partida. La UE ha demostrado que no tiene ni poder ni agallas para defender la democracia, pero no puede permitirse un baño de sangre en Catalunya.

Hasta el día de autos el president Puigdemont tenía la confianza del mundo soberanista. El pasado martes se la jugó porque quiso dar una última oportunidad al diálogo

Lo que les quiero decir es que si ahora el Govern levanta la suspensión de los efectos de la DI y la gente tiene que defenderla en la calle, la represión española será más técnica y jurídica que violenta. Pueden suspender la autonomía pero no pueden convertir Catalunya en un campo de concentración. La tentación de los burócratas madrileños de las corbatas rosa es enviar a los fascistas violentos como los que el 12-O se peleaban entre ellos a las puertas del Zurich. Arengar a los pelotones del chándal es más o menos fácil, pero resulta insostenible que se dediquen a matar a nadie. El unionismo es lo que es y tampoco está dispuesto a seguir el sueño de Jordi Cañas de convertir Catalunya en un nuevo Ulster. Le gusta demasiado la cerveza y la fiesta para tener el coraje de romperle la cara a alguien todos los días. Fanfarronadas, todas las que hagan falta, heroicidades pocas. Además, a la gente de los barrios de la “zona nacional”, que es donde viven los directivos de las empresas que cambian la sede de sus empresas y donde hay más banderas españolas colgadas en los balcones por metro cuadrado, les gusta más exhibirse en el Club de Polo que dedicarse a perseguir soberanistas.

Es por eso que si, como parece evidente, la mediación internacional es débil o inexistente, mi opinión es que el Govern tendría que levantar la suspensión anunciada el día 10 para proclamar a continuación la independencia con todas las consecuencias. No hay otra vía. Pero cuando se haga, que se explique bien a la ciudadanía por qué se hace y qué motivó la suspensión del otro día. Hasta el día de autos el president Puigdemont tenía la confianza del mundo soberanista. El pasado martes se la jugó porque quiso dar una última oportunidad al diálogo, cosa que aprovecharon los oportunistas de siempre para cargar contra él y su partido. Ahora no hay marcha atrás. El próximo lunes, antes de enviar la respuesta al requerimiento, también sabremos si el Estado da señales de distensión. Si Sánchez y Cuixart son encarcelados —y no digamos si encarcelan al major Trapero—, sería ingenuo seguir manteniendo una propuesta negociadora que estaría claro que había sido una trampa europea para domesticar a Catalunya.