Prohibir los vuelos que podamos realizar con un AVE de menos de dos horas y media me parece una aberración. Parece que el Gobierno de España le ha tomado el gustillo a lo de las dos horas y media, pues, casualmente, es también la reducción de jornada que se está barajando. Dos medidas innecesarias y desatinadas como la copa de un pino.

Hoy analizaré la de los aviones. Vamos a ver, la propuesta del ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, se fundamenta en contribuir con esta reducción del tráfico aéreo a reducir las emisiones de dióxido de carbono del cielo español.

Del total de emisiones que produce el transporte en la Unión Europea, el 70% proviene del tráfico rodado de vehículos. Después van los barcos. Y, finalmente, con un 13% del total, los aviones. No se trata de un 13% del total de emisiones, sino solo de las que produce el transporte, que son una cuarta parte del total. Así, en términos absolutos, los aviones suponen el 3,2% del total de CO₂ de nuestro cielo. Los vuelos que se pretenden cancelar suponen aproximadamente la mitad de los vuelos nacionales. Dado que los vuelos cortos emiten menos dióxido que los largos, se estima que la reducción total de CO₂ de esta medida rondaría el 1% del total de CO₂ que se emite en España.

Se estima que la reducción total de CO₂ si se eliminan los vuelos cortos, solo rondaría el 1% del total de CO₂ que se emite en España

¿Tiene sentido esta medida para una reducción de un 1%? Solo que pusieran el foco en una decidida política de puntos de recarga y mejores incentivos y se lograse que tres de cada diez particulares se pasasen a un coche eléctrico, se lograría un 6% de reducción del CO₂. Es decir, seis veces más reducción que cargándose los vuelos que conectan las principales capitales turísticas de España.

La segunda absurdidad de la medida es, precisamente, esa. No llega todavía ningún AVE a ningún aeropuerto español. De los vuelos nacionales que se pretenden eliminar, la mitad de sus ocupantes provienen de otro país que, tras llegar a uno de los hubs de España, están completando su traslado hasta otra ciudad. Piensen en un matrimonio de 70 años norteamericano, aterrizando en Madrid para pasar unos días en Alicante, habiendo de recoger el equipaje, tomar un taxi, irse a Atocha o Guadalajara, tomar el AVE y viajar a la ciudad levantina. Les aseguro que el impacto en la calidad turística de nuestro país sería nefasto.

Incluso el día en que el AVE llegue a Barajas, ese desplazamiento en tren sería terriblemente incómodo para el turismo internacional. Las líneas afectadas mueven tres millones y medio de pasajeros anuales. Más del 40% son viajeros extranjeros. Hablamos de casi un millón y medio de turistas, los de más poder adquisitivo. ¿Qué sucederá? Una parte del turismo se irá a otros destinos más afables en el traslado. Y los que aun así deseen ir una ciudad secundaria española, lo harán volando desde otras ciudades europeas. El matrimonio norteamericano comprobará que, si en lugar de aterrizar en Madrid lo hace en Lisboa o en Roma, una aerolínea dispuesta a capturar la demanda desatendida por los vuelos nacionales españoles, los cubrirá desde otra ciudad. Y pondrá un vuelo Roma-Alicante, que capturará los pasajeros que antes volaban a Madrid para luego ir a Levante. Como resultado, el CO₂ pasará a ser prácticamente el mismo o, a lo sumo, se reducirá solo en un 0,5%, asumiendo que la mitad de desplazamientos a ciudades españolas se cubren desde Lisboa, Oporto, Roma, Milán, París o Londres.

De los vuelos nacionales que se pretenden eliminar, la mitad de sus ocupantes provienen de otro país. Y no llega todavía ningún AVE a ningún aeropuerto español 

En otras palabras, las supuestas reducciones de emisiones no serán tales. Sencillamente, provendrán de vuelos que despegan desde una ciudad europea cercana y se pasan por nuestro país a soltar el CO₂ que quisimos evitar.

Finalmente, los vuelos en cuestión generan 6.000 empleos directos e indirectos y unos 400 millones de euros de contribución al PIB. Los trayectos que se pretenden cancelar tienen ya una cuota de mercado muy baja. Entre el 80% y el 90% de los viajeros que se mueven entre estas ciudades ya optan por el tren de alta velocidad.

Por otro lado, mover a esos tres millones y medio de viajeros en tren precisa de una frecuencia de trenes cinco veces superior a la que está planificada para Barajas, en 2026. Es decir, ¡no habría trenes suficientes para todos! Por lo que la incomodidad sería tremenda y se debería optar por autobuses, vehículos privados y más transporte terrestre… ¡que emite CO₂!

La medida no tiene ni pies ni cabeza. Solo hay una razón de ser. Es ese “aquí mando yo” aunque sea con medidas de bajo vuelo. Toda España sin vuelos nacionales para que nos acordemos, cada vez que no podemos volar entre ciudades españolas, que estamos sometidos al político de turno que, ante la dificultad de cambiar las cosas que realmente afectan a la sostenibilidad, tira de lo fácil: prohibir por real decreto unos cuantos vuelos a unas pocas compañías aéreas. Fácil de decretar, gran impacto mediático y efectivo sometimiento social.

Eso no es gobernar. Aprendan de Portugal con sus puntos de recarga eléctricos. El coche eléctrico está despegando ahí. Aterricen, señores políticos, a la realidad.