“Soy el presidente del país: haga el favor de bajar los tipos”

- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 27 de julio de 2025. 05:30
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Esta semana, Donald Trump, durante, una visita a las obras de renovación del edificio de la Reserva Federal, en Washington, no solo criticó el coste de las reformas del edificio (solo esto, resulta ya insólito), sino que aprovechó el acto para lanzar una ofensiva directa contra Jerome Powell acerca de su gestión de los tipos de interés del dólar americano.
Trump ha protagonizado un episodio que, más allá de lo anecdótico, pone el foco en una cuestión clave para cualquier sistema económico avanzado: la independencia de los bancos centrales.
En la propia rueda de prensa y publicaciones en redes sociales, Trump exigió una bajada inmediata de los tipos de interés (¡además, especificando que los quería al 3%!), tachó de “inaceptable” la política actual de la Fed y amenazó con cambiar la dirección de la institución antes del final del mandato.
No es la primera vez que Trump presiona públicamente a la Reserva Federal.
La escena, presenciada por medios internacionales, fue corregida in situ por el propio Powell, quien desmintió los costes de las obras del edificio de la Fed lanzados por Trump y defendió el criterio técnico con el que se está manejando la política monetaria actual.
Preocupante de veras.
La independencia de los bancos centrales es una piedra angular en los sistemas democráticos modernos
La noticia obliga a los ciudadanos a recordar por qué existe algo tan aparentemente técnico como la independencia de los bancos centrales, y por qué es una piedra angular en los sistemas democráticos modernos.
Un banco central tiene tres mandatos fundamentales: mantener la estabilidad de precios, favorecer el pleno empleo y garantizar el buen funcionamiento del sistema financiero. Son objetivos que se interrelacionan, y cuya gestión pasa en gran parte por el control de los tipos de interés, es decir, del precio del dinero.
Cuando los tipos suben, se encarece el crédito y se enfría la economía: se reduce el consumo, se frena la inversión y, con ello, también se reduce la presión inflacionista. Pero, a la vez, subir tipos puede hacer daño al crecimiento y poner en peligro el empleo.
Por el contrario, cuando bajan, se estimula la economía, pero se corre el riesgo de calentarla en exceso y provocar burbujas o inflación.
Los tipos son, por tanto, el termostato de la economía. Su regulación afecta a millones de decisiones diarias: hipotecas, préstamos, salarios, inversión empresarial o tipo de cambio y, a la postre, comercio internacional.
La gestión de los tipos de interés y de la cantidad de dinero en circulación, realizadas con criterios electorales o políticos, puede arruinar a un país.
Los tipos son el termostato de la economía. Por eso su gestión debe estar en manos técnicas, no políticas
Por eso su gestión debe estar en manos técnicas, no políticas. Porque si los gobiernos tuvieran control sobre los tipos, sería tentador bajarlos en años electorales para generar crecimiento artificial, aunque eso suponga inflación futura. O imprimir dinero para financiar gasto público directo, aunque ello comprometa la estabilidad macroeconómica a medio plazo.
Diversos estudios del FMI y del BCE han mostrado que los países con bancos centrales independientes tienen una inflación más baja, más estabilidad a largo plazo y una mayor confianza de los inversores internacionales. Es decir: tienen economías más sanas.
Cuando la independencia de un banco central desaparece, el resultado es siempre estrepitoso. Argentina y Venezuela, por poner ejemplos recientes, lo evidencian: en ambos países los bancos centrales fueron sometidos al poder ejecutivo. Se permitió la emisión descontrolada de dinero para financiar gasto público, se falsearon estadísticas y se mantuvieron tipos artificialmente bajos. ¿El resultado? Hiperinflación, desplome de la moneda, fuga de capitales y empobrecimiento masivo de la población.
Hasta ahora, esto solo ocurre en economías inestables o en sistemas con débil institucionalidad. Pero lo que hemos visto esta semana en EE.UU. —una de las democracias más consolidadas del mundo— es alucinante. Y refleja una tendencia más amplia que estamos viendo en esta era: una erosión creciente de las instituciones independientes.
No solo en política monetaria. También en el ámbito judicial, en la fiscalidad, en los medios públicos. Gobernantes de diferentes signos e ideologías están empujando cada vez más hacia un modelo de concentración de poder, en el que las separaciones de poderes se presentan al público como obstáculos y no como garantías.
Esa es la amenaza.
Gobernantes de diferentes signos e ideologías están empujando cada vez más hacia un modelo de concentración de poder
Ahora que tanto se habla de armas de destrucción masiva, les aseguro que un banco central también lo es. Pero a nivel doméstico. Es una forma de guerra civil económica. Para la exterior, Trump utiliza los aranceles. Para la interior, quiere meterle mano al arsenal del banco central de su país.
Sin separación de poderes, sin países capaces de decir “no” cuando el poder político cruza líneas rojas, los estados de derecho se tambalean y diluyen.
La ausencia de educación financiera y política hace que el ciudadano medio no cuestione tales declaraciones o intrusiones en instituciones cuya libertad e independencia son clave.
Y cuando eso ocurre, el peligro no es solo la economía.
Peligra la democracia.