Las últimas crisis, incluidas la pandemia de covid-19 y la guerra en Ucrania, han concienciado a productores, empresas, gobiernos y consumidores de la importancia de la industria alimentaria, su seguridad y sostenibilidad. La producción agrícola es uno de los pilares de la economía, ya que representa el 3% del PIB mundial y casi el 30% del empleo global.

Los datos muestran un mercado mundial convulso, con precios disparados e inflación, preocupación sobre el suministro de energía, e interrupciones en las cadenas de suministro de alimentos. Como siempre, los países más pobres serán los más afectados, incluidos muchos en la región Mediterránea y África debido a su dependencia de las importaciones de alimentos.

La seguridad alimentaria de un país no debería estar en juego. Hay muchos factores externos que afectan a la producción y reparto de alimentos: depender de las importaciones, las restricciones comerciales que se activaron con el coronavirus, los acaparamientos de alimentos, las guerras, la interrupción de rutas comerciales por conflictos o intereses políticos o el cambio climático.

En general, los mercados agrícolas son inestables. Reaccionan a pronósticos especulativos de los operadores con variaciones en los precios como pasó en 1974, 1986, 1996 o 2008. Los graves aumentos de precios desencadenaron revueltas entre los consumidores e inestabilidad en los ingresos para los productores, sean pymes, agroalimentarias o granjas.

Las consecuencias sobre el bienestar humano en general y el sector agrícola en particular son claras, y la situación exige movilizar y construir a nivel Mediterráneo un medio ambiente sostenible. Además, la logística precisa evolucionar, construir cadenas mundiales de suministro de alimentos más resistentes y optimizar el movimiento de mercancías para responder a las crisis en tiempo real. 

Con la globalización de los mercados, las cadenas agroalimentarias se han fragmentado. En el Mediterráneo, a todos estos se suma ahora la degradación de los recursos naturales (tierra, agua, biodiversidad) y el cambio climático, con efectos extremadamente nocivos en la región, y que cuestionan directamente el sistema alimentario agroindustrial actual.

La historia del Mediterráneo ha ido siempre unida al clima, y el agua ahora es el elemento vital en peligro. No hay que olvidar que los productos de la tierra dependen del cielo. Es imprescindible un consenso para crear una industria agrícola eficiente y resistente al clima, que evite el despilfarro. Sin cooperación, los países de la región no lograremos la sostenibilidad y el estrés hídrico aumentará inevitablemente.

Este es el primer paso hacia un futuro que debe aumentar la cooperación entre las riberas del Mediterráneo, y que requiere medidas para ordenar los usos, proteger los ecosistemas y realizar planteamientos eficientes, como la dieta alimentaria patrimonial. La dieta Mediterránea debería ser la base para construir un sistema alimentario regional basado en la proximidad, solidaridad y autonomía, y, con ello, más resistente a las crisis del clima, económicas, sociales o de salud.

Es urgente una nueva visión que pase por la asociación del sector agrícola y alimentario en el Mediterráneo, basado en redes de desarrollo conjunto que ayuden a superar las crisis actuales y futuras.

Europa cuenta con un sector agroalimentario cooperativo y privado ansioso por desarrollarse en el Mediterráneo y, a través de la orilla sur, llegar al continente africano. Las empresas europeas tienen además músculo financiero, medios que brindar a las empresas de la región, y conocimientos técnicos, más allá de la condición de mero proveedor. El Mediterráneo sur y oriental, así como el África oriental y meridional, ofrecen importantes posibilidades de expansión para las empresas europea. Por otra parte, la Zona de Libre Comercio Continental Africana, que entró en vigor, conectará a 1.300 millones de personas, creando un bloque económico de 3,4 billones de dólares. El potencial de la región mediterránea es considerable en cuanto a qué indicadores financieros alentadores pueden combinarse con objetivos reales de desarrollo sostenible.

Urge impulsar medidas para reactivar el sector agroalimentario y evitar su asfixia, pero también es imperativo sentar las bases para un nuevo modelo de desarrollo sostenible, es el momento de tomar decisiones valientes. En el Mediterráneo hay que aunar voluntades, defender los intereses convergentes y apostar por una mejor cooperación.