El mundo siempre ha estado gobernado por la escasez. La economía, el management, la política o los mercados no son sino mecanismos para gestionarla y distribuirla. Hasta la Revolución Industrial, el crecimiento mundial solo dependía de la demografía —también limitada— y el PIB per cápita en Occidente aumentaba cada año entre un 0,05% y un 0,07%, prácticamente nada. La Revolución Industrial multiplicó esas cifras por diez, pero no ha sido hasta épocas relativamente recientes que la esperanza de vida ha crecido de manera generalizada y el hambre y la desigualdad global (no la interna de cada país) han disminuido de forma significativa.

Sin embargo, este patrón no se ha reproducido en todos los ámbitos. El mundo digital ha roto radicalmente esta lógica. Hoy cualquiera de nosotros lleva en el móvil toda la cultura acumulada por la humanidad: música, libros, revistas e incluso modelos inteligentes capaces de ayudarnos a entender y aprender. Nunca antes había sido posible. La cultura estaba reservada a quien tenía una gran biblioteca, la música a quien podía pagarla y la educación a quien podía acceder a ella. Hoy, si quieres escuchar a Boismortier, Andrew Manze, Sting o Bruce Springsteen, leer a Kant, Pérez-Reverte, Pedrolo, Vázquez Montalbán, Pere Calders o Anselm Turmeda, o aprender ecuaciones diferenciales, dinámica de fluidos, astrofísica, Python, Mojo, Rust o Julia, todo eso está a tu alcance, estés en la India, en China o en cualquier otro lugar. Todo el conocimiento de la humanidad está en la red: solo necesitas un móvil.

Esta abundancia es fruto de la digitalización y de centros de datos extraordinariamente eficientes, que permiten distribuir contenidos en todas partes a un coste casi nulo. El coste marginal, como el de una canción más, una página web o un vídeo adicional de YouTube, es prácticamente inexistente. Esto ha dado lugar a lo que hoy llamamos economía del conocimiento, que ya no está confinada en universidades o bibliotecas elitistas, sino que es universal. Disponemos de una tecnología capaz de generar costes marginales casi inexistentes y con una escalabilidad infinita: un hecho único en la historia de la humanidad.

Hoy cualquiera de nosotros lleva en el móvil toda la cultura acumulada por la humanidad

Ahora bien, este escenario solo se aplica a los bienes digitalizables. En el mundo físico no es así. Las restricciones no son tecnológicas: hace décadas que sabemos construir trenes eficientes y viviendas de calidad, pero en ciudades como Barcelona eso no funciona, no por falta de tecnología sino por incapacidad de gestión social y política. En cambio, en Japón o en China no hay problemas de vivienda y los trenes rápidos permiten vivir lejos de las grandes ciudades con una movilidad excelente.

Estamos, sin embargo, a las puertas de que lo que ya hemos vivido en el mundo digital llegue también al mundo físico. Dos tecnologías empiezan a estar lo suficientemente maduras como para hacerlo posible: los vehículos autónomos y los robots humanoides.

Vehículos autónomos y movilidad eléctrica

Los vehículos autoconducidos permitirán un transporte por carretera continuo, 24 horas al día, con vehículos eléctricos alimentados por energía solar a costes muy bajos. Cuatro grandes transformaciones ya se perfilan:

  1. Robotaxis y autobuses autónomos: ya funcionan en ciudades como Wuhan y pronto se extenderán por todas partes. Permitirán movilidad bajo demanda, a precios muy bajos, y sustituirán rutas de tren de baja capacidad. En territorios sin conexiones ferroviarias viables, pueden ser una solución inmediata.
  2. Transporte por carretera: eliminando la necesidad de descanso de los conductores, podrá operar 24x7, reduciendo costes logísticos hasta cinco veces y multiplicando la velocidad del transporte. Esto abrirá la puerta a modelos de negocio basados en plataformas que eliminen muchos intermediarios.
  3. Camiones y vehículos industriales: en China ya hay minas donde camiones totalmente autónomos operan sin interrupción, reduciendo costes de manera drástica.
  4. Distribución de la última milla: vehículos autónomos y drones están empezando a asumir la distribución directa al cliente final dentro y fuera de las ciudades.

Dado que buena parte de los costes de los alimentos y de los bienes físicos provienen de la logística, el impacto de esta transformación será profundo y puede otorgar ventajas competitivas inimaginables a los territorios que sepan gestionarla con eficiencia y energías renovables.

Robots humanoides

La segunda gran revolución son los robots. Hace décadas que existen y han reducido costes de fabricación en muchos sectores. Pero siempre han sido máquinas específicas, diseñadas para tareas concretas. Ahora, sin embargo, emerge una nueva generación: robots humanoides conectados a modelos de lenguaje que, aunque de manera limitada, pueden entender e interactuar con el mundo físico.

Como internet o la inteligencia artificial generativa, los robots humanoides son tecnologías genéricas, aplicables a casi cualquier ámbito y con la capacidad de reducir costes y acelerar innovaciones de manera exponencial. Los casos de uso son prácticamente infinitos y la carrera tecnológica en este campo ya ha comenzado.

Un nuevo escenario de abundancia desigual

Todo ello nos llevará a un mundo físico con dinámicas similares a las del digital. Pero la desigualdad en la distribución será aún mayor. En algunos lugares —San Francisco, Wuhan, Shanghái, Shenzhen o Austin— esto ya es una realidad. En otros, como en nuestro entorno, todavía ni se vislumbra.

La gran pregunta es: ¿quién se beneficiará?

La primera respuesta es: todos. Del mismo modo que todos tenemos acceso instantáneo a todo el conocimiento de la humanidad con solo tener un móvil, los productos serán más baratos, la logística más eficiente, habrá menos accidentes… Pero también desaparecerán muchos empleos y empresas, como ya ocurrió con los carruajes de caballos o los talleres artesanales.

La segunda respuesta es más incómoda: ¿quién capturará el valor? Todos sabemos la respuesta: quienes los fabriquen. No es difícil, ¿verdad? Lo mismo que ha pasado en el ámbito digital ocurrirá en el físico, solo que ampliado. El coste de un coche autoconducido o un robot será bajo, pero no nulo; el de los servicios asociados tampoco.

La captura de valor pasa por la innovación y no el uso. Pasa por una adopción que innove y no solo utilice

Como el coste marginal de todos estos productos será significativo, aunque decreciente, y la difusión no será tan inmediata como lo fue en el campo digital —porque son productos y servicios que actúan sobre bienes físicos: robotaxis, camiones, autobuses, robots— estaremos en una situación de muchos proveedores y no de unos pocos. Aunque en casos como los chips que utilizarán, sí puede haber pocos, muy pocos, y ahí NVIDIA está muy bien posicionada.

Pero, en definitiva, la captura de valor pasa por la innovación y no por el uso. Pasa por una adopción que innove y no solo utilice. La captura de valor pasa, como siempre, por la capacidad de crear, desarrollar y capturar valor de estas tecnologías.

Las sociedades que solo discuten sobre fiscalidad y reparto, sin crecer ni construir, no serán las ganadoras. Los ganadores serán aquellos que pongan el foco en crear, desarrollar y aplicar estas nuevas tecnologías.

Y nosotros, ¿de qué lado queremos estar?