Haciendo planes

- Fernando Trias de Bes
- Barcelona. Domingo, 27 de agosto de 2023. 05:30
- Actualizado: Lunes, 28 de agosto de 2023. 09:26
- Tiempo de lectura: 2 minutos
Agosto es el mes de hacer planes.
La parada estival, en comparación a la de Navidades, es mucho más larga y es la única que permite, durante el año, tomar realmente distancia del día a día. El reloj se detiene de veras unos días y tanto el viajar como el estar en algún lugar de veraneo, sea mar o montaña, pero, en cualquiera de los casos, lejos del centro de trabajo y ciudad de residencia, son los estímulos idóneos para lo que llamamos “romper”.
Los primeros días, uno descansa. Pero a medida que el calendario avanza, una semana antes de la reincorporación, es habitual comenzar a hacer planes. Son planes mentales. No necesariamente plasmados sobre el papel o el ordenador. Es más bien una revisión de lo que van a ser las prioridades en el tercer tramo final del año, de lo que no vamos a transigir, de lo que vamos a exigir, de los criterios que vamos a revisar, de las acciones a llevar a cabo… Visualizamos a la perfección lo que deseamos obtener, los objetivos, cómo vamos a hacerlo. Es como si, de pronto, tomáramos consciencia de que la realidad es moldeable, recuperamos la creencia en que podemos influir sobre los hechos y los acontecimientos.
Esta creencia se recupera, precisamente, porque no hay correos, no hay llamadas, no hay contratiempos, no hay fuegos. O hay muy pocos. Los clientes están callados. Los proveedores, desaparecidos. Los equipos de trabajo, desconectados. Incluso se nos olvida revisar los pedidos, las ventas o los márgenes. El reloj empresarial detenido nos ofrece una panorámica y una perspectiva en la que todo es, de nuevo, posible. Nuestros objetivos vuelven a ser factibles.
Esta sensación es muy, muy habitual entre directivos, empresarios y profesionales.
¿Hasta qué punto se trata de un espejismo?
Es una mezcla de cosas. La realidad volverá y lo hará con la fuerza de un huracán. Creemos que podremos dominar el día a día porque la actividad se ha reducido notablemente. Es como ver el remanso de un río. Ese río, cuando llegue el deshielo volverá a ser indomable. Pero en aquel momento se nos antoja nuestro y fácilmente navegable.
Cuando la actividad se retome por parte de todos los agentes económicos, de pronto nuestros planes empiezan a tambalearse. No porque estén mal diseñados, sino porque están pensados para un escenario que no representa la realidad. Por eso yo no recomiendo hacer planes durante el verano. Sirve de poco, en serio. Sí que es un buen momento para repensar nuestros objetivos a largo plazo, para establecer metas a un año vista, tanto en lo personal como en lo profesional. Pero la planificación y el diseño de acciones suele caerse como un castillo de naipes en cuando llega el mes de septiembre.
Por otro lado, hemos de pensar que muchas otras personas también hacen planes, con lo que los planes de los demás colisionarán con los nuestros y ni unos ni otros podrán salirse con la suya.
Parte de la explicación de este afán por planificar durante el verano tiene que ver con el descanso. Necesitamos descansar, parar, detenernos. Y, al recuperar fuerzas, recuperas también la energía, la motivación y la fe. Es una forma de ponernos en marcha de nuevo, de volver a empezar el curso escolar a tope, llevando los apuntes al día. Por ese lado, la actitud está bien y es positiva. Creo que los planes empresariales realizados en verano tienen una componente más motivacional que real. En ese sentido, sí que sirven. Es la forma de gestionar nuestras ilusiones, nuestros deseos. Aunque lo que decidamos que vamos a hacer no podamos hacerlo, nos habremos dado ese chute de energía que necesitamos para “volver a la guerra”.
En definitiva, como dijo John Lennon, la vida es lo que sucede mientras haces otros planes. Así es. Sucederá lo que haya de suceder, pero nos pillará con ganas de plantarle cara al enemigo.
Acaben de disfrutar del verano, haciendo planes…