Se había hablado de ello y mucho, pero no ha sido hasta ahora, fruto del acuerdo programático para un nuevo gobierno de coalición entre el PSOE y Sumar, que la jornada laboral máxima de las 40 horas actuales, establecida desde el año 1983, se verá reducida de manera gradual y sin disminución salarial hasta las 38,5 horas en 2024 y las 37,5 horas en 2025.

Y como era previsible, el mundo empresarial se ha manifestado masivamente en contra, asegurando que esta decisión impactará negativamente en la productividad y actividad de las empresas, especialmente en las pymes y los autónomos, y por lo tanto, en la economía y la empleabilidad en el país.

Pero de la misma manera que hoy descartamos totalmente el apocalipsis laboral que cada vez han vaticinado estos mismos sectores económicos ante los aumentos del salario mínimo interprofesional (SMI), esta reducción de la jornada laboral no se tiene que ver como el gran seísmo de consecuencias fatales, sino como una magnífica oportunidad para abordar el gran problema del país, la productividad.

¿Cómo podemos, empresarios y trabajadores, afrontar convenientemente este nuevo escenario sin que la productividad se vea impactada de manera negativa, sino al contrario?

Es irrefutable que la productividad y la eficiencia son las grandes asignaturas pendientes del estado español. Según señalan desde el Banco de España, uno de los principales motivos de este bajo rendimiento viene dado por la naturaleza de nuestra configuración sectorial asentada en los sectores servicios y hostelería. Además, en inversión en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i), que tiene una repercusión directa en la productividad de la economía y en la calidad del empleo, España hoy solo destina el 1,43% del PIB, lejos del 3% marcado por la UE durante la cumbre de Lisboa del año 2000, cuando Europa se conjuró para convertirse en la economía más competitiva del mundo fomentada en el conocimiento.

Está demostrado científicamente que los países más productivos son también aquellos en que sus trabajadores trabajan menos de 8 horas al día

Si analizamos la globalidad de los estados miembros de la UE observamos valores dispares. Desde las 33,2 horas semanales en el caso de los Países Bajos, hasta jornadas que superan las 40 horas como es el caso de Serbia, Grecia o Polonia. Está demostrado científicamente que los países más productivos son también aquellos en que sus trabajadores trabajan menos de 8 horas al día. Alemania, Dinamarca, Noruega, Países Bajos y Suecia son los países en que la jornada laboral es más reducida y, sin embargo, son los países más innovadores del mundo, según el estudio comparativo European Innovation Scoreboard (EIS) publicado por la Comisión Europea.

Que la jornada laboral tiene que ser de 8 horas diarias es, fundamentalmente, un mito. Lo primero que tenemos que poner de relieve es que esta cifra se fijó hace décadas, cuando prácticamente la mayoría de los oficios y empleos requerían de cierto esfuerzo físico. La realidad de hoy, sin embargo, es sustancialmente diferente. Si bien cada empresa tiene sus propias particularidades, y no todas pueden capitalizar de igual manera la irrupción y/o adaptación de la tecnología, lo cierto es que somos una gran mayoría los trabajadores que finalizamos nuestro día a día laboral sin prácticamente movernos de la silla.

Dicho esto, no tendríamos que mirar tanto el número de horas totales trabajadas, sino de qué manera las trabajamos. Las horas, en realidad, no tendrían que ser importantes. Lo único que verdaderamente tendría que importar son los resultados alcanzados. Esta es la clave de la productividad personal y colectiva.

Algunos, y con acierto, dirán que esta afirmación no es extrapolable en todas las industrias y/o posiciones. Obviamente. Pero tendríamos que evolucionar hacia esta manera de hacer y pensar y propagar el trabajo por objetivos en todos aquellos ámbitos y roles que operen fuera del sistema de turnos o de la atención directa al usuario.

Nos cuesta creerlo, porque la lógica nos dice que cuando más trabajamos, más producimos. Pero la realidad es tozuda. Si hacemos caso del último Informe Mundial de la Felicidad de la ONU, los países con jornadas laborales más cortas y políticas de conciliación más efectivas lideran los rankings de felicidad, bienestar y productividad.

Me remito de nuevo a la pregunta anteriormente planteada. ¿Cómo podemos, pues, empresarios y trabajadores, afrontar convenientemente este nuevo escenario sin que la productividad se vea impactada de manera negativa?

Es indispensable que esta reducción de la jornada vaya acompañada de la implementación de nuevas estrategias de trabajo y de una cooperación fluida y continuada entre empleados y empresarios. Un win-win empresa-trabajador.

Un estudio reciente del MIT asegura que, si se liberaran tres días a la semana de reuniones, la productividad de la empresa aumentaría un 73%

Podríamos empezar por la reunionitis, que afecta a todo tipo de entidades y organizaciones. Estos encuentros se convierten en verdaderos ladrones del tiempo, de la productividad y de la energía de los trabajadores. Y es que las excesivas reuniones, a menudo también demasiado largas, son la gran lacra de la mayoría de empresas. Un estudio reciente del Massachusetts Institute of Technology (MIT) asegura que, si se liberaran tres días a la semana de reuniones, la productividad de la empresa aumentaría un 73% e impactaría positivamente en la salud mental de la plantilla, dado que se estima que el estrés podría disminuir un 57%. Otros trabajos académicos también refuerzan esta misma tesis. Entre ellos, una investigación de la Harvard Business School concluye que dos de cada tres reuniones dificultan que los empleados hagan un trabajo productivo. La receta es clara: planificar las reuniones estrictamente necesarias, definir objetivos claros, involucrar solo a las personas que tendrán un rol activo, puntualidad, escoger bien el horario y, muy importante, delimitar el tiempo y respetarlo.

Antes he hecho también referencia en el "cómo" trabajamos en vez  del "cuánto". La calidad por encima de la cantidad. Y al respecto es esencial aprender a optimizar el tiempo, a administrarlo eficientemente, a priorizar tareas y a cambiar, si procede, metodologías o protocolos establecidos y no necesariamente funcionales. Y aquí me remito al exceso de burocratización o en el tradicional "toda la vida se ha hecho así", que ponen topes a la innovación, la transformación y la eficiencia.

La reducción de la jornada de trabajo busca mantener el equilibrio entre la esfera laboral y la familiar, por lo tanto, la competitividad de las organizaciones. Porque las empresas que apuestan por la cultura de la felicidad consiguen una mejora del clima laboral, aumentando la motivación, satisfacción, identificación con la empresa y compromiso de los trabajadores con el proyecto.