Vivimos en cambio constante, hablamos mucho de innovar en la sociedad, en las empresas, en los equipos, pero ¿y en nosotros mismos?

Hace pocos días Satya Nadella cumplía diez años como CEO de Microsoft. Y no lo hacía de cualquier manera sino superando los 3 billones de dólares de capitalización y ubicándose como la empresa más valiosa del mundo por delante de Apple. Este récord consolida el estatus de Microsoft como uno de los mayores valores cotizados. Las acciones de Microsoft y Apple se han disputado el primer puesto como valor más capitalizado de Wall Street desde principios de año, y de hecho el fabricante del iPhone, que el año pasado se convirtió en la primera empresa en alcanzar los tres billones de dólares en capitalización, perdió brevemente su corona en favor del gigante del software a principios de enero.

Nadella, tercer máximo directivo que ha tenido en su historia la empresa de Seattle, empezó su mandato con una máxima que fue pasar de ser una organización que lo sabía todo (Know it all) a otra que lo quería aprender todo (Learn it all). Y así, con esa mentalidad de crecimiento, innovación y aprendizaje constante para todos los profesionales que forman parte de esta, la compañía no solo ha logrado ese sorpasso a los demás gigantes de la tecnología, sino que parece estar muy bien ubicada en la nueva era de la inteligencia artificial.

Innovar o innovarse no es solo para aquellos que trabajan en puestos de alta tecnología. Para 2027, entre el  40% y el 45% de lo que hacemos dejará de ser relevante

Si algo nos enseñan las estadísticas, una tras otra, es que aquello de innovar o innovarse no es solo para aquellos que trabajan en puestos de alta tecnología. Las últimas predicciones sobre el futuro del mundo del trabajo revelan que para 2027, entre el  40% y el 45% de lo que hacemos dejará de ser relevante. Si nos cuesta verlo solo tenemos que mirar hacia atrás y pensar en nuestro día a día en el trabajo hace apenas tres años. Si bien muchos discursos se enfocan en la pérdida de trabajos que va a suponer el avance estratosférico de la tecnología, pocos hacen referencia a que este mismo avance va a afectar a todos los puestos de trabajo sin excepción.

Si queremos ser resilientes tenemos que ser más adaptables que nunca y de eso va la innovación. De encontrar nuevas propuestas de valor que nos permitan seguir siendo empleables. Y para ello tenemos que aspirar a no ser los últimos en asumir que el teletrabajo existe o que para hacer un texto podemos y quizá debemos utilizar ChatGPT para aumentar nuestras capacidades. O, a su vez, tenemos que integrar en nuestro proyecto profesional, sea cual sea, la sostenibilidad y el impacto de nuestras acciones con el planeta y la sociedad.

Los que aprendan y empujen —principalmente tecnología y sostenibilidad— cuando sus organizaciones se pongan de lleno —porque todas se acabarán poniendo— serán los que continúen allí. Y no seguirán para dar respuesta a lo que se indica en sus descripciones de puesto de trabajo —algo del siglo pasado— sino para hacer realidad la misión y propósito de la organización propia o ajena. Serán sus habilidades las que les harán fluir por la organización asumiendo nuevos roles flexibles y adaptables.

Y para ello, como cualquier proceso de innovación que se precie, deberemos hacer lo que más cuesta y es selectivamente abandonar el pasado. Dejar de hacer aquello que quizá hoy todavía es válido, pero es más que asumible que lo va a dejar ser en breve por los diferentes avances. Hay que ser valientes y, como directores de nuestra propia compañía: “nosotros S.A.”, hay que enfocarse en crear ese futuro para nosotros lo antes posible. En definitiva, ha llegado el momento de decirse a uno mismo “innóvate” para seguir siendo relevante; hoy, mañana y pasado.