Hace unas semanas BBVA Research y el IVIE publicaban un informe que analizaba la productividad en España. Dicho documento no hizo más que confirmar lo que ya es sabido desde hace años: España cae en productividad desde hace dos décadas y diverge del resto de países de la UE y otros países desarrollados.

Cabe recordar que la productividad, aunque se suela denominar como el cociente entre la producción de un país y los factores necesarios para llevarla a cabo, esconde cuestiones más complejas. Estas indican tanto el factor humano, como el capital que se invierte en una economía, bien en tangibles como en intangibles. La teoría económica siempre nos dice que aquellas economías y sectores más productivos y con mayor valor añadido, son las que invierten más en capital productivo y tecnología. Esto maximizará los resultados de la mano de obra humana. La innovación, la digitalización y la formación son los clásicos.

Sin embargo, el informe al que hacía referencia al inicio también arroja datos curiosos: el sector productor TIC español es el menos productivo de todos los países desarrollados, y el de menor aportación al PIB total, superando solo a Italia; y los sectores intensivos en el uso de TIC presentan peores tasas de productividad que aquellos menos intensivos en tecnologías. ¿Esto no es lo contrario?

Si un país se especializa en sectores de menor competitividad, no podrá esperar tener salarios muy altos y su renta per cápita no crecerá. Como le está pasando a España

Otro dato relevante: aquellos países más productivos suelen tener salarios más altos. Esto, que puede parecer de cajón, indica que los productores (las empresas) pagan más a sus trabajadores en aquellos sectores donde se genera más valor añadido. Por tanto, si un país se especializa en sectores de menor competitividad, no podrá esperar tener salarios muy altos y su renta per cápita no crecerá. Como le está pasando a España en los últimos años. Curiosamente.

Aquellas industrias que perciben salarios más altos o que han reducido voluntariamente jornadas son las que aportan tal valor añadido que pueden competir, incluso internacionalmente.

El problema de la productividad española es una cuestión para la que ningún gobierno, sea del color que sea, ha puesto solución en las últimas dos décadas. Es cierto que requiere de políticas muy complejas, pues afecta a muchas variables. Y la simplificación de la política y su discurso no ayudan mucho.

El incremento del empleo en los últimos dos años puede distorsionar la productividad, ya que, por un lado, el empleo público ha doblado la creación del empleo privado y el sector público no es muy productivo. Y, además, las horas totales se verán afectadas por la inactividad de los fijos discontinuos y la proliferación de contratos a tiempo parcial.

El factor humano es esencial y ahí podemos tener problemas por dos razones: la falta de mano de obra con los perfiles que se necesitan en las empresas y el envejecimiento de la población. De ello hablé en mi artículo "La escasez de talento, ¿cómo afecta a la evolución de la economía internacional?". No afecta solo a España, pero aquí el sistema educativo no provee la formación que se debería esperar de un país de nuestro tamaño y situación económica y social. Como siempre repito, una cosa es tener la generación con más títulos de la historia y otra la más formada.

Estos que se rifan en el exterior y que perdemos en España no son la media del país, sino que, o son los más brillantes (talento perdido) o su familia ha podido invertir mucho en su formación

Y aquí siempre escucho que a los españoles se los rifan en otros países y la inmigración se debe a los salarios bajos. Como expatriada que he sido y trabajando aún principalmente en el ámbito internacional, hay dos respuestas a esto: sí, te encuentras a compatriotas trabajando en el exterior; y sí, suelen estar muy bien considerados. Sin embargo, la correlación no implica causalidad. Muchos de esos emigrantes han estudiado parte de su formación en otros países (y se han quedado), hablan varios idiomas y/o eran los más destacados en su periplo formativo. Por tanto, estos que se rifan en el exterior y que perdemos en España no son la media del país, sino que, o son los más brillantes (talento perdido) o su familia ha podido invertir mucho en su formación.

La formación continua puede ser y es una solución. Pero aunque es imprescindible, va a haber perfiles y conocimientos que, ni con ella, se podrían alcanzar.

La otra pata es la inversión en capital, en su sentido más amplio. España sigue invirtiendo menos que los países desarrollados en intangibles. La inversión en innovación es baja entre las empresas españolas. Y es curiosa la acumulación de activos inmuebles en el sector empresarial. Quizá esto corresponda a una característica cultural, la de ser propietarios, o a la laxitud de la política monetaria, que facilitó el crédito durante gran parte de las últimas dos décadas.

Es muy inocente aumentar los salarios o disminuir la jornada laboral porque lo hacen en Alemania o Noruega

La política industrial y el entorno administrativo no destacan por favorecer el dinamismo empresarial en nuestro país. Nunca estamos en los primeros puestos ni en los índices internacionales de innovación, ni en los de facilidad de hacer negocios. Tampoco ayudan a que las empresas crezcan, pues el tamaño es otro de los hándicaps del ecosistema empresarial. Sorprendería la cantidad de normativa y requisitos que hay que cumplir a partir de 50 empleados y un millón de facturación (y otro salto a partir de los seis). Por ello, hay empresas que prefieren no saltar al siguiente escalón para ahorrarse dolores de cabeza administrativos.

Por qué el ecosistema de innovación necesita una revisión será materia de un artículo completo.

¿Pero también hay que preguntarse por qué un empresario, cuyo objetivo debe ser maximizar la rentabilidad, no va a querer invertir en algo que le permita mejorar su posición en el mercado y aumentar ingresos? Además de las inclinaciones del emprendedor, el mercado también tiene mucho peso en estas decisiones. Desde lo que compramos como consumidores hasta las posibilidades de financiar grandes adquisiciones de activos o proyectos de innovación. Es más común de lo que se cree que una empresa desarrolle un producto o servicio innovador y, después de la inversión y el esfuerzo, el mercado no lo compre, bien porque no está preparado para ello, o porque no quiere pagar su precio. Y el precio sigue siendo una variable muy relevante en las decisiones de compra en España.

Por tanto, hay tantas variables que afectan a las políticas de impulso de la productividad, que es muy inocente aumentar los salarios o disminuir la jornada laboral porque lo hacen en Alemania o Noruega. Países con unas condiciones muy dispares a las descritas en este artículo y con sectores mucho más productivos.

España es uno de los únicos tres países de la UE que no han creado aún el Consejo Nacional de la Productividad que se mandató en 2016. Ahí lo dejo.