Esta semana hemos sabido que la energía fotovoltaica para consumo propio en España se ha duplicado. Doscientos mil hogares españoles ya producen su propia electricidad.

Los factores que han acelerado este fenómeno son varios. Por un lado, sin duda, al shock de oferta energético de este 2022, que disparó durante unos cuantos meses el precio del kWh a cotas impensables, hizo que los períodos de amortización de la inversión en placas solares bajasen a menos de la mitad. Lo que iba a llevar unos ocho años salir a cuenta, se convirtió en un período de tres o cuatro años. No solo era un tema de recuperación de la inversión, sino también de gasto corriente. La gente quería dejar de ver facturas de la luz que se llevan un porcentaje apabullante de los ingresos mensuales y, si para ello había que tirar de ahorros, era el momento.

Hay también un componente social. Si vas a una barbacoa de amigos y el tema son las placas, las baterías, el ahorro y la mitad de los amigos están en ello, tendemos a poner el tema en nuestra propia agenda. El ser humano es gregario y la emulación es parte de nuestra forma de consumo.

Y, desde luego, está el factor sostenibilidad. Plásticos, envases, emisiones y demás factores de sostenibilidad ambiental forman ya parte de la cultura y la educación de los europeos, España incluida.

Sin embargo, la normativa actual en placas solares, aerotermia, calderas híbridas y similares no lo permite todo. No siempre puedes instalarte más potencia de la que necesitas y en la mayoría de los casos es obligatorio estar conectado a la red, así como volcar los excedentes en la misma. Las placas, hasta hace poco, debían estar a menos de quinientos metros del lugar de consumo. Ahora se ha ampliado a dos kilómetros, lo que favorece soluciones para comunidades en forma de urbanización.

 Ahora bien, ¿por qué tanta regulación?

Siempre he mantenido que el principal enemigo del cambio está dentro de casa. El principal freno a la innovación es la propia organización, la propia empresa, el departamento de al lado, el propio gobierno o el propio país. Los decisores de sistemas económicos y empresariales gestionan no solo innovaciones, sino también derechos adquiridos. Destrucción creativa, que diría Schumpeter. Todo cambio va a destruir algo existente y en esa destrucción hay damnificados que necesitan proteger sus intereses. Para la inmensa mayoría de personas su interés individual prevalece sobre la mejora general: si por ser todos autosuficientes energéticamente mi empresa va a pasarlo mal, prefiero que no lo seamos.

Y, claro, el sector de la energía no es un sector cualquiera. Ni en España ni en Europa ni en el mundo. Es un sector geoestratégico del que depende la economía mundial. Sin embargo, el cambio ha empezado, y en serio. Y es imparable. Porque sabemos que cuando un proceso de cambio se inicia, cuando aparece una innovación radical, por mucho enemigo del cambio que haya, la fuerza del progreso acaba imponiéndose. Los coches exterminaron a los carruajes, las bombillas a las velas, los ordenadores a las máquinas de escribir, los dispositivos móviles a los teléfonos fijos y, sin duda, la energía solar y las renovables acabarán con la energía de combustión.

La imaginación es más poderosa que cualquier impedimento que los poderes fácticos puedan poner con tal de proteger derechos adquiridos que la disrupción amenaza. Nadie puede ponerle vallas al campo y, hecha la ley, cuando existe posibilidad tecnológica es bien fácil crear el mecanismo para sortear dicha ley.

¿Las baterías son caras e impiden que durante la noche, invierno o días sin sol las placas de una vivienda abastezcan totalmente al hogar? Se inventa la batería virtual. Distribuidores de energía que, simplemente, dado que el mercado de la distribución está liberalizado, introducen en sus ofertas la posibilidad de compensar al cliente con la energía que produce de más. En lugar de pagar una porquería por ella, ofrecen la posibilidad de acumularla en forma de saldo.

¿No se puede tener baterías a más de cierta distancia? Se inventan las placas remotas. Son placas instaladas en Andalucía, los Monegros o Extremadura. No importa que uno viva en Barcelona o Madrid. Inviertes en tales placas y la energía generada por tales placas van a tu cuenta. Quien genera no es una empresa, es uno mismo. Le entrega la energía a una distribuidora y ésta, simplemente, la vuelca en la red descontando al cliente lo que este consume a través de la red convencional.

La inventiva no tiene límites. España es un país de sol. Y es perfectamente plausible la autosuficiencia eléctrica solo con renovables. Es algo que llegará. Y que hará avanzar a España y nuestra economía. Que nos hará menos dependientes y más competitivos. Es el futuro, el progreso y la innovación. Nadie podrá impedirlo más que durante un tiempo. Porque sí, de acuerdo, el enemigo del cambio siempre está dentro de casa, pero no es menos cierto que ese enemigo, siempre, acaba por sucumbir a la fuerza del progreso.