Allá por 2021, la Unión Europea presentó el Global Gateway, un programa para estimular la inversión en áreas prioritarias en aquellas regiones que se consideran de interés para los Estados miembros. Estas son Latinoamérica, África Subsahariana, Oriente Medio y Asia-Pacífico. Zonas similares a las que siempre ha dirigido tradicionalmente la UE sus fondos de cooperación al desarrollo.

La idea es que se promueva la inversión de empresas europeas en esos países, en los sectores determinados: digitalización, sanidad, cambio climático y energía, transporte y educación e investigación. De hecho, una parte importante de la inversión deberá provenir de fondos privados. Pero dando un empujón crucial a la presencia internacional de empresas de la Unión, así como a sus exportaciones.

Sin embargo, este programa de financiación de inversiones no ha comenzado a andar todavía. Y todo en un contexto convulso para la diplomacia internacional y las relaciones políticas.

En realidad, este fondo surge como confrontación a los históricos planes de financiación de EE.UU. y al multilateralismo chino, nacido ya hace unas décadas. Cuando realizas proyectos en otros continentes, es bastante común encontrar programas con empresas de estos dos países, promovidas por las relaciones diplomáticas y políticas emprendidas por ambos gigantes. Es una suerte de nueva colonización, donde se ejerce el poder de influencia en determinadas zonas relevantes. No obstante, el programa europeo parte con una desventaja inicial: tan solo cuenta con 300.000 millones de euros, frente a los miles de billones que invierten.

Una UE que ve cómo pierde influencia económica y política internacional, pero que está obligada a buscar aliados en el contexto actual. Si bien, ya tuvo que decantarse en el enfrentamiento entre China y EE.UU., ya que el país americano es clave en el apoyo de la guerra de Ucrania, el impacto de una oposición a China es mucho mayor en Europa que en EE.UU. Nuestro territorio es una economía abierta, con grandes operadores muy dependientes del comercio internacional y donde China es un mercado relevante para sectores como el automovilístico o el de marcas de lujo. Por tanto, una desconexión de este mercado provocaría mayor impacto en la economía de la UE que en la estadounidense. Pensemos que este mercado tiene tal tamaño, que su dependencia de las exportaciones no es equiparable a la de cualquier país de nuestro entorno.

Además, la UE hace años que perdió su posición dominante en Latinoamérica y en África, dominada tanto por EE.UU., como por, especialmente, China. Es más, ni siquiera tiene claro qué papel juega en la zona de Asia-Pacífico, donde se desarrollan algunos de los mercados con mayor potencial de crecimiento en las próximas décadas. Y en ocasiones, no existe una posición unánime entre todos los miembros. Véase, por ejemplo, en el conflicto con Taiwán y las declaraciones de Macron para, supuestamente, revitalizar las relaciones comerciales entre China y Francia.

Algunos países destinatarios pueden ver con buenos ojos estas nuevas oportunidades de atraer inversión europea, máxime cuando China comienza a levantar suspicacias tras años de dominación de la esfera inversora, principalmente en las infraestructuras. De hecho, su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, que ya arrancó hace diez años, se tambalea. La supuesta intención del gobierno italiano de salir del acuerdo, puede hacer peligrar el programa si arrastra a otros participantes.

Por tanto, esta podría ser una oportunidad para la diplomacia económica europea y, de paso, impulsar los objetivos medioambientales globales. El Global Gateway, al igual que todos los programas europeos, enfatiza la lucha contra el cambio climático y los principios de no hacer daño al medioambiente para dar su apoyo a las inversiones que se realicen.

Esta diplomacia va más allá de terceros territorios, puesto que hay cuestiones claves que requieren la cooperación con EE.UU., como la regulación de la tecnología y las industrias claves para el futuro desarrollo económico, por ejemplo, los minerales raros. Los próximos acuerdos comerciales deberán tratar cuestiones más profundas que cupos de productos, tarifas o aranceles. 

Una nueva situación se puede dar con los cambios de poder en varios países relevantes. Un gobierno republicano en EE.UU. fue más beligerante respecto a la cooperación comercial y probablemente sería menos colaborador en guerras europeas.

Por ello, sería conveniente poner en marcha este programa cuanto antes y activar las herramientas diplomáticas que permitan sostener la posición económica europea internacional. Parafraseando a Berlanga: Europeos, os recibimos con alegría.