La emboscada: el método Trump

- Mookie Tenembaum
- Burdeos (Francia). Lunes, 16 de junio de 2025. 05:30
- Actualizado: Lunes, 16 de junio de 2025. 09:24
- Tiempo de lectura: 1 minuto
Donald Trump no inventó la diplomacia agresiva, pero la llevó a un nuevo nivel. Su estilo no se basa en la cortesía ni en el protocolo, sino en el impacto. Su sello es el cachetazo. Un sistema que combina sorpresa, humillación y dominio, ejecutado con la precisión de un negociador que sabe que la otra parte no está preparada para lo inesperado. Esa es la clave: sorprender, incomodar y forzar reacciones instintivas. Así descoloca, así gana.
En su reciente encuentro con el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, Trump lo enfrentó en plena Oficina Oval con afirmaciones sobre violencia contra granjeros blancos. Oscureció la sala, proyectó un video y obligó a su interlocutor a responder en vivo. Ramaphosa, que parecía estar listo, respondió con calma, pero no todos lo logran.
En otras ocasiones, como con Volodímir Zelenski, de Ucrania, el resultado fue un regaño público por falta de gratitud, una escena incómoda para cualquier aliado. El objetivo no es el diálogo: es la sumisión.
La diplomacia del cachetazo no se limita a las palabras. También se manifiesta en aranceles impuestos de un día para otro, sanciones anunciadas sin previo aviso o rupturas repentinas de acuerdos. Todo está diseñado para reforzar una única idea: Trump manda porque puede, y los demás acatan porque no tienen opción. No se trata de que lo respeten o lo quieran. Lo que él busca —y logra— es que le teman.
La clave de Trump es sorprender, incomodar y forzar reacciones instintivas. Así descoloca, así gana
Este método tiene un trasfondo claro. Trump representa a la potencia más poderosa del mundo. Un país que, con todas sus fallas, es indispensable para sus aliados y para sus adversarios. Esa posición única le permite presionar sin perder influencia. Porque aunque muchos critiquen su estilo, todos terminan volviendo a la mesa de negociación. Saben que lo necesitan. Los ejemplos sobran. A China la sorprendió con aranceles inesperados y restricciones tecnológicas que expusieron su dependencia. A Europa la incomodó con críticas y amenazas, pero aun así la obligó a subir su gasto en defensa. A Canadá la confronta directamente, y aun así mantuvo la relación. Cada encuentro tiene el mismo patrón: golpe inicial, confusión del otro lado, y luego reapertura de los canales, pero con Trump en ventaja.
Este estilo está lejos del idealismo diplomático tradicional. No busca construir relaciones duraderas ni consensos, busca resultados. Y hasta ahora, los ha obtenido. La pregunta no es si es simpático, la pregunta es si funciona. Y todo indica que sí. Porque mientras el resto del mundo intenta adaptarse, él ya impuso las reglas. En su juego, el miedo funciona mejor que el amor. Y Trump lo sabe.
Las cosas como son.