Despedir en nombre del progreso
    - Rat Gasol
 - Barcelona. Martes, 4 de noviembre de 2025. 05:30
 - Tiempo de lectura: 3 minutos
 
Empiezo este artículo desde la más profunda impotencia e indignación. Y que a mí ahora nadie me salga con lo de “nos tenemos que reinventar” o “esto es el progreso”. Miles de personas irán a la calle mientras los directivos, apoltronados en sus despachos de cristal, celebran con sonrisas autosatisfechas el éxito de su modelo de eficiencia. Amazon, una de las empresas más ricas del planeta, ha anunciado un ERE que afectará a 1.200 trabajadores de sus oficinas de Madrid y Barcelona. Y lo justifica con una frase que ya roza la indecencia: “Es necesario adaptarse a los cambios que conlleva la implementación de la inteligencia artificial”. Traducido al lenguaje real: sobra gente, sobran vidas, sobra humanidad.
Resulta insultante que una compañía que cerró el primer semestre de 2025 con más de 27.000 millones de dólares de beneficio neto hable ahora de adaptación o de eficiencia. No hay ninguna crisis, solo codicia. Y tras cada “optimización de recursos” hay centenares, miles de familias haciendo números, personas revisando la hipoteca con el corazón hecho un puño y padres y madres que no saben qué decir a los hijos. En cada correo de despedida hay una historia de lealtad que se paga con indiferencia.
Y, a pesar de todo, aún tienen la osadía de hablar de “futuro”, de “nueva etapa”, de “transformación”. Pues no, esto no es futuro, esto es indiferencia disfrazada de progreso. No es una transformación, es una demolición. Tras estos elocuentes discursos no hay sino una operación de maquillaje para enjugar costes e inflar dividendos. La IA es solo la nueva palabra mágica que lo justifica todo. Como anteriormente lo fueron la “crisis”, la “reestructuración” o “la globalización”. Cambian las palabras, pero la víctima es siempre la misma: el trabajador.
No hablamos de coincidencias. Amazon ha iniciado un plan que afectará a cerca de 14.000 empleados corporativos a escala global, mientras justifica la decisión con la “implantación de la inteligencia artificial”. En el conjunto del sector tecnológico, más de 177.000 trabajadores han perdido su empleo este año. En Europa, se han superado los 20.000 despidos vinculados a reestructuraciones “tecnológicas”. Y, sin embargo, diversos estudios advierten que la relación entre IA y destrucción de empleo no es lineal: en algunos sectores, incluso, la IA podría haber ayudado a mantener puestos de trabajo. El problema no es la tecnología, es la manera como la utilizamos: sin ética, sin límites y sin responsabilidad.
La eficiencia ya no es un valor, es la excusa que lo justifica todo
La paradoja es grotesca. Nos venden que la IA hará crecer la productividad, que nos liberará de las tareas mecánicas y permitirá centrarnos en lo que de verdad importa. Falso. Los datos de la productividad agregada en Europa y en Estados Unidos siguen prácticamente estancados. Lo que sí ha aumentado, sin embargo, es la desigualdad. Los beneficios de las grandes corporaciones crecen mucho por encima de los salarios, y el peso del trabajo en el PIB cae año tras año. La eficiencia ya no es un valor, es la excusa que lo justifica todo.
Por lo tanto, el problema no es la tecnología. El problema es haberla convertido en dogma, en excusa, en mecanismo de control. Hablan de innovación, pero en realidad lo que practican es una nueva forma de darwinismo digital, donde sobreviven los que controlan el algoritmo y desaparecen los que lo nutrían con su trabajo. No es ninguna revolución inteligente, es una depuración masiva de capital humano legitimada por el relato del progreso.
Y no, que no nos repitan eso de que “nos tenemos que reinventar”. Que no nos tomen por ingenuos. Reinventarse no llena la nevera ni paga el alquiler. Reinventarse es la manera suave de decir “espabílate tú solo, que nosotros ya hemos hecho los cálculos”. Es una burla para miles de personas que hoy viven con la angustia de no saber cómo será su mañana. Personas que durante años han trabajado con profesionalidad y compromiso y que ahora descubren que su experiencia vale menos que una línea de código.
Lo que está sucediendo no es tan solo una cuestión laboral, es una cuestión moral. Hemos normalizado la deshumanización como si fuera un paso natural del progreso. Nos hemos acostumbrado a sentir que todo es “inevitable”, como si el futuro fuera una entidad que no se puede discutir. Pero no hay nada inevitable en la injusticia. Solo hay decisiones, intereses y cobardía. Las empresas que despiden con beneficios no están adaptándose a nada: están traicionando el pacto implícito que hizo posible su éxito.
Reinventarse no llena la nevera ni paga el alquiler. Reinventarse es la manera suave de decir “espabílate tú solo, que nosotros ya hemos hecho los cálculos”
La tecnología debía ser una herramienta para avanzar, no una coartada para eliminarnos. Y si eso es lo que entendemos por transformación digital, entonces el futuro será un desierto lleno de pantallas. Nos hemos dejado embaucar por la retórica de la innovación sin preguntarnos quién paga la factura.
El futuro que se está configurando tiene un olor extraño: el de una sociedad que celebra el avance tecnológico mientras desmonta todo aquello que nos hacía humanos. Nos dicen que la IA es imparable, que es la evolución natural. Quizás sí. Pero si este progreso únicamente beneficia a una minoría y condena al resto al olvido, quizás lo que está en juego ya no es la ocupación, sino la misma idea de humanidad.
El nuevo capitalismo digital no necesita personas, solo consumidores. Sustituye la vocación por el código, la experiencia por el cálculo y la mirada por un algoritmo. Y todo esto, bajo el paraguas de una innovación que no entiende de ética. Esta es la gran metamorfosis: la utopía tecnológica que nos habían prometido se ha convertido en un darwinismo digital sin piedad.
Ya no es ciencia ficción. Es el presente. Miles de trabajadores reales, con nombres y familias e hipotecas, son hoy víctimas de un sistema que ha determinado que pensar ya no es rentable. Mientras los beneficios se multiplican, la ética cae en el olvido.
Así es el nuevo mundo: brillante, eficiente y profundamente inhumano