Cabe decir que no tengo ninguna información que dé a mis pronósticos ninguna ventaja comparativa. Responde a mis registros de lo que he visto desde que observo los posicionamientos del partidos en materia de política económica. Y que lo que escribo aquí no es ningún desiderátum; más bien quiere ser un análisis objetivo contra ciertas ingenuidades que estoy estos días observando y en las que se mezcla la realidad con el deseo. Y me preocupa porque valoro cómo esta coyuntura política puede marcar lo que pase con la economía.

Como anticipé pocas horas después de conocer los resultados electorales, creo que la política española acabará, después de idas y venidas, en manos del PP de Feijóo. Lo hará finalmente, ante la negativa de muchos a nuevas elecciones y a la inestabilidad que eso puede generar, con la abstención del PSOE y del PNV a cambio que el PP no pacte con Vox. Más allá de los tanteos actuales para atribuirse responsabilidades, y sin hacer grandes declaraciones, el PSOE aceptará aquello de la lista más votada, pactará puntualmente para salvar algunas leyes progresistas, que no serán derogadas por el nuevo gobierno conservador que tampoco tendrá que pagar peajes a Vox. También acordarán algunos aspectos económicos y constitucionales que comparten a los nacionalistas españoles, como, por ejemplo, una nueva financiación autonómica y cambios fiscales y de consolidación del déficit que ahora nos impondrá Europa, por aquello de entre ellos no hacerse daño. Eso creo que pasará después de que Pedro Sánchez intente sinceramente la investidura negociando con un Puigdemont imposible. Después de ser este vilipendiado por todos aquellos que ahora buscan el voto de Junts, la negociación resultará infactible. Ni aquello más blando exigible: a los más setecientas pendientes de procesar y para los que no se puede aplicar un indulto global (prohibido por las leyes penales), ni un indulto en retahíla sin la complicidad de jueces, y en todo caso sin garantías de que el acuerdo se cumpla. La amnistía inclusiva de los políticos exiliados no podrá estar sobre la mesa, ni la quiere Puigdemont para que no se entienda como una solución personal. ¿Y además después de estas ardides qué pasaría? ¿Podrá volver el expresidente a luchar desde las instituciones por aquello que tan duramente el Estado reprimió? Un concierto económico, como tienen los vascos, o un mínimo blindaje constitucional de ciertas materias son también posibilidades infactibles hoy para mañana, dada la poca fiabilidad de lo que pueda decir al PSOE, tanto por los incumplimientos reiterados con los catalanes como por aspectos que no dependen solo de su palabra.

Ciertamente, Pedro Sánchez intentará un poco de todo, edulcorando los problemas y usando otros trapicheos ya conocidas y que le han funcionado lo bastante bien, hasta ahora, con ERC. Pero Sánchez no es Superman. Cuando se visualice algo que huela a pacto (tan necesario siempre en política), será leído como claudicación. Al poder militar se le levantarán las orejas, los jueces afilarán las herramientas legales... sin embargo, sobre todo, se opondrán los expresidentes socialistas, sus barones, e incluso muchos diputados de su propio grupo parlamentario que sepan que no serán ministros de aquel nuevo gobierno y teman no ser elegidos nunca más, o tengan miedo en su casa de sus propios electores, y así transfuguin. Y no digamos ya el ruido que harán los medios lúgubres que nos rodean y los analistas carroñeros. Todos ellos se zamparán al candidato Sánchez. Este, finalmente, aceptará el acuerdo que vaticino y se irá, poco a poco, a casa, o en Europa, salvando, dirá él, algunas ganancias progresistas y haber conseguido vetar la ultraderecha.

Notamos lo que hay detrás. Toda España menos País Vasco y Catalunya han votado mayoritariamente por un gobierno de derechas. Catalanes y vascos no. ¿Qué sentido tiene que estos partidos catalanes voten ahora, sin que los españoles lo quieran, para 'salvar España' de un gobierno de derechas y nos quedemos todos con un gobierno de izquierdas? Un gobierno, en más, que no los ha hecho caso en todas las embestidas del pasado; desde el Estatuto de Maragall al pacto fiscal de Mas. Interesando, también, entender los errores de la derecha, que habrá de tragar la debilidad de un gobierno en minoría por testarudos que sueño, para no ver que en el lado en que se colocaban, desde la bravuconeria, solo tenían un pacto posible con Vox. También por no haber entendido, todo este tiempo, que ha sido una irresponsabilidad exprimir fiscalmente Catalunya y maltratarla políticamente por ahora pedir su ayuda: régimen común de financiación, lengua menospreciada a la administración, drenaje fiscal constante con ejecuciones de inversiones estatales postergadas (Rodalies de desastre, corredor del Mediterráneo...), etc., para no hacerlo largo. ¿Y de Vox qué diremos? El descrédito empieza a ser grande, con una barra que se la pisan en sus contradicciones: contra el estado autonómico, contra los parlamentos regionales, pero a favor de los sueldos y comedores de los suyos... igual que los de los otros que tanto critican. Un tono, el de sus analistas, agresivo y con lagunas de conocimiento insalvables desde un populismo tronado, y que vendieron la piel del oso antes de cazarlo... La realidad los está poniendo en evidencia por inútiles. Finalmente, respecto de los independentistas que ahora se frotan las manos, no veo yo a corto plazo un futuro brillante tampoco para ellos. Enfrente del soberanismo catalán, el nacionalismo español comparte un pelo de desconocimiento de la realidad catalana y uno mucho de animadversión. El PP y algunos socialistas no quieren ni creen en una España plural. Así, por mucho que pueda doler, un pacto de estado de verdad para reencajar Catalunya no lo veo sobre la mesa.

Todo eso, está claro, o nuevas elecciones. Repito que lo escribo sin seguridad de no equivocarme. Y ojalá no acierte por el bien del futuro económico de todos juntos.