A menudo hablamos de empresas que compiten mediante la innovación —no simplemente produciendo un producto un poco mejor, más barato o con mejor distribución— sino creando ese producto diferente que nos hace exclamar «¡wow!». Ese que aspira a cambiar el mundo —o, al menos, una parte de él.

Competir con innovación tiene muchas ventajas y por ello muchos lo intentan. Lo más importante es que, si lo consigues, te sitúas en una situación de monopolio: es decir, tú fijas el precio y la cantidad, no el mercado. En el extremo: si la innovación es realmente valiosa o única —si alguien descubre cómo alargar la vida, vencer el cáncer, o poner a tu disposición toda la inteligencia del mundo—, entonces no habría límite al precio que todos estaríamos dispuestos a pagar.

Ahora bien, competir con innovación —situarse en la frontera de lo que es tecnológicamente posible— implica ser capaz de avanzar esa frontera y resolver todos aquellos problemas que hasta ahora nadie ha sido capaz de solucionar. No es lo mismo que competir imitando a quien lo ha hecho antes y produciendo una versión más o menos equivalente.

Competir con innovación implica resolver todos aquellos problemas que hasta ahora nadie ha sido capaz de solucionar

La clave en este tipo de competición es el talento. Un talento capaz de resolver todos los problemas que se le presentan a un Elon Musk para que sus cohetes no estallen tanto, o para que el modelo de Meta supere al de OpenAI.

Ese talento, en estos campos de frontera, es escaso —muy escaso. Hace poco, Jensen Huang, CEO de Nvidia, comentaba que el número de investigadores de frontera capaces de construir esos modelos que nos maravillan y encabezan los rankings es de aproximadamente 150 en todo el mundo. Parecen pocos, pero si alguien sabe de qué habla es precisamente él. Esa cifra, por sí sola, explica el porqué de los sueldos millonarios que estamos viendo —pero también uno de los sueños y de las ansias de la industria y de la geopolítica.

Si dispusiéramos de talento ilimitado…

¿Cómo sería el mundo si tuviéramos la capacidad de contar con talento ilimitado? Concretamente, científicos e ingenieros ilimitados. Seguramente, la forma de competir sería muy diferente. Habría empresas capaces de generar innovaciones como parte de su ciclo productivo —algo hoy aún impensable— y, por tanto, serían imparables. Elon Musk dejaría de ver estallar sus cohetes, sus coches autónomos funcionarían como la seda, tendría las mejores baterías, y Europa incluso dispondría de LLMs competitivos. Un mundo distinto, muy distinto, donde el progreso humano multiplicaría nuestro PIB hasta niveles que hoy no podemos ni imaginar.

No olvidemos que el límite del progreso es nuestra capacidad de innovar. Y es el progreso lo que nos proporciona prosperidad; cómo lo reparten las sociedades es un problema social, del nivel de desigualdad que quieran asumir. La desigualdad forma parte de la sociedad: nadie querría que Lamine Yamal cobrara el salario mínimo, pero muchos se alborotarían si un empresario de éxito ganara grandes cantidades.

Este sueño ya se está haciendo realidad en algunos campos —aunque todavía pocos. Hoy en día, los modelos de lenguaje ya ganan medallas de oro en olimpiadas de matemáticas o de programación. Ya tenemos algunos descubrimientos —especialmente en biología y matemáticas— realizados con una colaboración intensa con modelos de IA. El destacado investigador de envejecimiento, el Dr. David Sinclair, explicaba que está usando el sistema K-Dense y que han logrado descubrir todo un conjunto de biomarcadores, realizar la parte experimental y la publicación en semanas en lugar de los nueve meses (o más) que tardaban habitualmente. (Longevity Technology).

Nadie querría que Lamine Yamal cobrara el salario mínimo, pero muchos se alborotarían si un empresario de éxito ganara grandes cantidades

Eso no sucede en todos los campos, solo de manera limitada. Es necesario que exista un procedimiento para validar la solución. Se puede hacer, en parte, en matemáticas, programación, biología, química y posiblemente en alguna otra disciplina. Pero estamos muy lejos de tenerlo en derecho —no podemos predecir lo que dirá un jurado o un juez—, en economía, en management, y en muchas otras áreas.

Simplificando mucho, lo que se hace es generar, mediante modelos de IA, muchas posibles soluciones; ver cuáles son las más prometedoras y refinarlas hasta encontrar algunas que realmente funcionan. Luego estas finalmente se comprueban en el laboratorio o manualmente. Como los modelos pueden trabajar en paralelo, el proceso solo está limitado por la capacidad del modelo de generar soluciones candidatas —basadas en su conocimiento—, la capacidad de computación disponible y la calidad del marco teórico que usamos para verificarlas.

¡Está pasando!

De hecho, no solo los grandes nombres como Google, OpenAI, xAI (donde Elon Musk tiene intereses directos), sino también startups se han sumado, y seguro que muchos laboratorios chinos —aunque de esa parte sabemos menos. (AI Insider).

La startup Periodic Labs ha recaudado 300 millones de dólares y cuenta con un equipo envidiable de expertos en IA. Su objetivo es construir laboratorios autónomos robotizados capaces de realizar todo el ciclo, incluida la parte experimental. Su enfoque son nuevos materiales, como la superconductividad. La otra iniciativa, la fundación sin ánimo de lucro FutureHouse, busca construir una plataforma de agentes que solvente problemas habituales en investigación, como hacer revisiones de la literatura existente, planificar experimentos, analizar datos, etc. Ya han tenido resultados y han construido un modelo (Ether) que ha demostrado habilidades impresionantes en química. El enfoque de FutureHouse es más la colaboración que la automatización. Finalmente, el Acceleration Consortium es una colaboración entre universidades y laboratorios alrededor de la University of Toronto que busca construir agentes y datos en open-source, democratizándolos y creando estándares para la investigación.

Todo esto apunta a un mundo nuevo. Un mundo en el que, al menos en algunos campos, podría disponerse de talento ilimitado

Hay muchas más iniciativas, seguro que muchas militares, pero las conocemos menos o no son públicas.

Ahora bien —todo esto apunta a un mundo nuevo. Un mundo en el que, al menos en algunos campos, podría disponerse de talento ilimitado: un número indefinido de científicos e ingenieros que cambiaría para siempre ese elemento que limita el crecimiento: la capacidad de innovar.

Pero también, si todo esto estuviera a disposición solo de unos pocos, crearía un mundo muy desigual; y si estuviera al alcance de todos, sería un mundo en el que grupos terroristas podrían hacer cosas insospechadas.

En fin —nos guste más o menos— parece, al menos en parte, que ese es nuestro destino. Más nos vale no ser los últimos en esta carrera.