¿Cambiamos la hora… o cambiamos de mentalidad?
- Rat Gasol
- Barcelona. Martes, 28 de octubre de 2025. 05:30
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Vuelve el debate sobre el horario de verano y de invierno, una discusión que ya dura décadas, pero que aún no hemos sabido resolver con criterio. Cada seis meses volvemos a mover las agujas del reloj, convencidos de que esto nos hará más eficientes y más sostenibles. Pero es una ficción colectiva que sobrevive por inercia, no por evidencia.
Los datos lo dejan claro: el ahorro energético es residual. Un informe de la Comisión Europea, publicado en 2018, lo cuantifica en menos del 0,3%, y en algunos países, incluso, es inapreciable. Mientras tanto, la salud, la productividad y la conciliación se deterioran a un ritmo mucho más tangible.
Cambiar la hora no nos hace ahorrar ni nos hace trabajar mejor. Nos hace perder tiempo. Y el tiempo es precisamente lo que más nos falta.
Este año, varios expertos en economía y recursos humanos han advertido que el cambio de hora impacta negativamente en la productividad, especialmente en los sectores donde la concentración y el rendimiento cognitivo son clave. Aumentan los retrasos, las bajas leves y el desgaste generalizado.
Cambiar la hora no nos hace ahorrar ni nos hace trabajar mejor. Nos hace perder tiempo. Y el tiempo es precisamente lo que más nos falta
No es trata solo de una cuestión de reloj: es una cuestión de salud colectiva y de organización del trabajo.
El debate se enfoca en el reloj, pero el problema es cómo usamos el tiempo. Podemos adelantarlo o retrasarlo, pero si seguimos premiando la presencia por encima de los resultados, nada cambiará. El verdadero problema son los horarios irracionales e improductivos.
España es un caso paradigmático: trabajamos más horas que la media europea, pero producimos menos. Aquí se valora el tiempo dedicado y no el valor creado. Se confunde lealtad con permanencia y productividad con resistencia.
Las jornadas se alargan, las comidas son eternas y las reuniones se estiran hasta la noche. Todo ello imposibilita la conciliación y erosiona el bienestar colectivo.
El debate se enfoca en el reloj, pero el verdadero problema son los horarios irracionales e improductivos
Según el estudio Reducing working hours: A smart move for companies and employees, publicado por ESADE Business School en 2023, más del 30% de los trabajadores españoles finaliza su jornada más allá de las siete de la tarde. Unos datos demoledores que, curiosamente, hemos interiorizado con la más absoluta naturalidad. Esta manera de trabajar sin medida no es inocua: sus efectos son los mismos que provoca el cambio de hora — fatiga, falta de concentración y una productividad que no remonta.
La London School of Economics, en su estudio Is daylight saving time good for us? (2022), estima que la pérdida de bienestar por el cambio de hora equivale a 393 euros anuales por persona, mientras que el ahorro energético no llega a los 30 euros. En otras palabras, lo que ganamos en electricidad lo perdemos en salud.
Las imágenes son bastante elocuentes: despachos vacíos con las luces encendidas, móviles sonando en horas intempestivas, familias separadas por correos urgentes. Esta es la verdadera pérdida de energía que nadie contabiliza.
El cambio climático ya ha alterado la luz y el ritmo de vida. Continuar con el cambio de hora es una ficción que ya no tiene sentido.
La resistencia no está en el reloj: está en cambiar de mentalidad. Por eso el debate se alarga y se posponen decisiones que ya se deberían haber tomado
Hace falta un horario estable, racional y europeo, pero también una nueva cultura del tiempo: jornadas más cortas, horas útiles concentradas y espacios para vivir. En definitiva, trabajar mejor, y no trabajar más.
Los detractores argumentan que eliminar el cambio horario descordinaría Europa o perjudicaría sectores esenciales como la agricultura. En la misma línea, otros apelan a nuestro carácter mediterráneo y a la supuesta devoción por la luz de la tarde. Pero lo que de verdad deberíamos perseguir no es esa claridad en el cielo, sino más vida; más tiempo.
La resistencia no está en el reloj: está en cambiar de mentalidad. Por eso el debate se alarga y se posponen decisiones que ya se deberían haber tomado.
Todavía hay quien se niega a poner fin al cambio de hora porque hacerlo significaría admitir que el problema no es el reloj, sino nosotros: vivimos atrapados en una cultura que venera la velocidad, el agotamiento y el presentismo.
Cambiar el reloj es fácil. Cambiar la cultura del tiempo es mucho más difícil. Pero es el único cambio que realmente vale la pena hacer.