La inteligencia artificial (IA) es el gran tema. No se habla de otra cosa en foros económicos y empresariales. Pocos saben todavía cómo va a impactar en el mundo de los negocios. De la onda expansiva nadie alberga dudas, pero se desconocen los damnificados, así como los cambios estructurales que producirá en los mercados y las organizaciones.

Lo que sí estamos empezando a ver es el problema de que las máquinas se pongan a crear. La capacidad generativa de textos de la inteligencia artificial es abrumadora. Los algoritmos producen textos cada vez más depurados, más lógicos y, lo peor, más largos.

Están proliferando libros enteros escritos por la IA. Pueden estar mejor o peor redactados, pero otra cosa es que estén bien escritos. Porque escribir no es redactar. Hay una gran diferencia. Redactar es el último de los actos de la escritura. Es cierto que sin redacción no hay escritura, pero no toda redacción puede considerarse buena escritura. Escribir es encontrar una buena historia o tesis, desarrollar una estructura y una línea narrativa. La IA puede crear personajes, pero no necesariamente responderán al problema existencial abordado, no surgirán de una imaginación conectada a una vida que siente, experimenta y trasciende. Creará personajes previsibles, insulsos y planos. Lo mismo en el ensayo. La IA encontrará los factores o elementos más importantes o destacables de un tema, pero no habrá análisis, no habrá reflexión y, por ende, no habrá aportación al pensamiento, que es lo que se espera de un ensayo.

Sin embargo, la IA gana a todos los autores del mundo en algo. En su capacidad de producción. Poco importa que lo producido sea bazofia narrativa porque su fuerza o su ventaja competitiva no está en su valor, sino en su número. Puede crear libros y libros a miles, a decenas de miles. Detrás habrá una persona dando instrucciones a la máquina, supervisando la mediocridad literaria de la máquina. Pero no será un escritor porque los escritores de verdad no soportamos textos impersonales y superficiales. Lo llamamos literatura artificial. Qué curioso, artificial como la inteligencia que la ha parido.

Pero el escaparate de libros más grande del mundo no es físico. Es virtual y se llama Amazon. Así que los falsos escritores que publican libros creados por IA generativa tratan de vencer a la literatura humana, obra de personas e inteligencias naturales, a base de inundar las estanterías online. Su única baza es el número, no el contenido. Imaginen que en Amazon la mitad de los títulos hubiesen sido creados por máquinas y no supiera el lector cuáles son.

Lo mismo que con los cigarrillos: quien los adquiere ya sabe a lo que se expone y es su opción meterse en el cuerpo algo nocivo

La primera premisa que se me ocurre es que, al igual que los reguladores del comercio diseñan normas para las etiquetas alimentarias, los libros creados por IA, ni que sea en un porcentaje minúsculo del texto, deberían llevar tal advertencia en su cubierta. Como las cajetillas de tabaco, en un recuadro, bien grande, diciendo algo así como: “Las autoridades culturales advierten que este libro ha sido creado mediante IA”. Y luego el consumidor que quiera, que lo compre. Como los cigarrillos. Quien los adquiere ya sabe a lo que se expone y es su opción meterse en el cuerpo algo nocivo. Pues lo mismo. Los lectores que deseen leer artificios y textos maquillados, rehechos y obtenidos de textos de otros autores podrán hacerlo al precio que quieran, pero sabedores de que eso no es un libro. O sí que lo es. Pero es un libro artificial. Quizás ha llegado el momento de crear dos categorías: libros humanos y libros no humanos.

Y esto deberá hacerse porque incluso quienes editan libros “creados” (es un decir) por IA también generan comentarios sobre los libros mediante bots para así dar la impresión de que el libro automático es una maravilla. El summum: libros creados por máquinas que las máquinas dan por buenos para que las personas los compremos. Lo dicho, una etiquetita en portada, y tema resuelto.

Hasta que eso llegue, que llegará, resulta que Amazon acaba de limitar la autoedición de libros a un máximo de tres por usuario. Han afirmado que no han procedido así por avalancha de libros (rotundamente mentira), sino por precaución.

En cualquier caso, resulta que lo digital, que había de hundir a los buenos editores, va a devolverles lo que siempre fue suyo: el sello de una persona que reconoce a un autor de carne y hueso, y que decide que su obra merece ver la luz por su calidad humana, creativa, intelectual, narrativa y artística. Cinco cosas que la IA nunca tendrá. Ni siquiera copiando libros.