Conviene clarificar desde el principio una posible confusión: estamos hablando aquí de la seguridad del abastecimiento (“Food security” en inglés) y no de la seguridad de los alimentos (“Food safety”), que no puede ser objeto de discusión y que, además en Europa, se sitúa en el nivel de garantía más alto del mundo.

Asegurar la seguridad del abastecimiento fue históricamente uno de los ejes promotores de las políticas agrarias. Buen ejemplo de ello es el artículo 39 del Tratado de Roma de 1957, que sigue intocado en el Tratado actualmente vigente. Se discutió largamente, incluido en la Conferencia de Stressa, si esta exigencia llevaba implícito la promoción del autoabastecimiento, es decir, si el objetivo debía ser que los consumidores europeos fueran abastecidos prioritaria y principalmente por productos comunitarios. La solución final fue mucho más sutil y tomó la forma del principio de preferencia comunitaria: dar preferencia, pero no exclusividad, a los productos comunitarios.

Hasta muy recientemente, la opinión pública y los decidores políticos estaban convencidos que la seguridad del abastecimiento estaba garantizada. Pocos fuimos los que insistentemente destacábamos la gran dependencia de Europa de las importaciones de alimentos para el ganado en general, y de proteínas vegetales en particular.

El covid, la guerra de Ucrania, las distorsiones que hemos sufrido estos últimos años en la cadena logística, la inflación de costes y la inflación alimentaria, han vuelto a poner en el candelero este histórico debate.

En río revuelto…

Al mismo tiempo, ha crecido la sensibilidad de la opinión pública, y de los decidores políticos, relativa a la urgencia climática, la adaptación al y la mitigación del cambio climático. Esto en Europa se ha concretado en el Pacto Verde Europeo, anunciado como la gran prioridad política de la Comisión Von der Leyen. En lo referente a la cadena alimentaria, este Pacto Verde tomó la forma de dos estrategias, “De la Granja a la Mesa” y “Biodiversidad”, y de una multitud de declaraciones, comunicaciones e iniciativas legislativas.

Desde sus inicios, esta prioridad se ha enfrentado a la resistencia, pasiva al principio, pero cada vez más activa, de distintos colectivos a prácticas habituales que se veían puestas en entredicho. Es cierto que el voluntarismo de la Comisión anunciando objetivos ambiciosos sin análisis de impacto y factibilidad, y su prepotencia y brusquedad (algunos hablaron incluso de “brutalidad”) en la gestión de las iniciativas, han dado argumentos a los conservadores para alimentar su contraofensiva.

Uno de los argumentos frecuentemente utilizado para justificar las reticencias ante la magnitud de los cambios que se proponían, es justamente el de la seguridad del abastecimiento. Vamos a ver primero cuánto de cierto hay en este argumento y luego ver si la seguridad del abastecimiento es incompatible con la transición agroecológica.

Necesitamos aumentar la producción agraria global a un ritmo del 0,9%. Es alcanzable si al mismo tiempo reducimos el 30% de desperdicio alimentario

Tiene razón la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) cuando pronostica que la población mundial crecerá por encima de los 9.000 millones para el año 2050, y que la demanda de alimentos aumentará en un 50% para 2030. Aunque debería decir también que este 50% de aumento al horizonte 2030 es con respecto a los niveles de producción de 1990. En otras palabras, estamos hablando de un ritmo de aumento de la producción agraria global del 0,9% anual. Este objetivo parece alcanzable, sobre todo si al mismo tiempo reducimos el 30% de pérdidas de alimentos y desperdicio alimentario que estaríamos sufriendo y si modificamos nuestras dietas alimentarias incorporando más proteínas vegetales, frutas y hortalizas y disminuimos algo las proteínas animales.

La sequía que hemos padecido estos dos últimos años (aunque cuando escribo estas líneas, estoy viendo llover y esperanzado), ha vuelto a poner sobre el tapete la importancia del regadío y de su suministro de agua. El regadío es la joya de la agricultura española. Está detrás de una gran parte del excedente comercial de nuestra balanza comercial agroalimentaria (en torno a los 19.000 millones de euros en el 2021 y 14.000 millones en el 2022).

Pero todas las justificaciones y argumentos no valen. El de la contribución a la seguridad alimentaria sería creíble… si la gran mayoría de las 400.000 nuevas hectáreas que hemos puesto en regadío no se hubieran dedicado a multiplicar la producción del olivar; regar las viñas y plantar almendros y pistachos o al cultivo del mango y el aguacate.

El impacto del cambio climático

Lo estamos viendo en el caso del olivar, con por primera vez en la historia moderna del cultivo dos malos años consecutivos; lo acaba de señalar la COAG de Murcia calculando unas perdidas para el sector agrario de 1.232 millones de euros hasta el 2030; lo estudian, anuncian y prevé la comunidad científica española, europea y mundial desde hace años, la producción agraria en las dos riberas del Mediterráneo está muy seriamente amenazada y en peligro.

La dirección marcada por el Pacto Verde europeo, promoviendo una transición ecológica de nuestras sociedades, y agroecológica de nuestra cadena alimentaria, está, pues, más que confirmada. La alternativa real es ser protagonista del cambio como actor activo o como sujeto pasivo. El coste humano, social, económico y presupuestario de lo segundo es inconmensurablemente mayor que la primera opción.

Tenemos que reducir el consumo de agua y de fitosanitarios, aumentar la materia orgánica en los suelos, promover modelos de producción más respetuosos...

No limpiemos al niño con el agua del baño. Tenemos que reducir nuestro consumo de agua; tenemos que regenerar cualitativa y cuantitativamente nuestros recursos hídricos; tenemos que disminuir nuestro consumo de fitosanitarios; tenemos que aumentar el porcentaje de materia orgánica en nuestros suelos; tenemos que limitar la erosión de estos mismos suelos con cubiertas vegetales vivas o inertes; tenemos que disminuir el consumo energético de nuestra agricultura y promover las energías renovables; tenemos que promover modos de producción más respetuosos del medio ambiente como la agricultura ecológica, la lucha integrada, el no-laboreo, la agricultura de conservación…

Esta es la dirección correcta que marca el Pacto Verde aunque, como ya hemos dicho al principio, los objetivos cuantitativos propuestos sean mas que discutibles. La presidenta Von der Leyen ha abogado por abrir un "diálogo estratégico" sobre el futuro de la agricultura de la Unión Europea en su último discurso en el debate sobre el estado de la Unión.

Es una buena noticia, necesaria para facilitar la incorporación activa de los agricultores y los demás actores de la cadena alimentaria en la transición agroecológica. Sería una pésima noticia si es interpretada como un parón, un “a otra cosa, mariposa”. Independientemente del resultado de las próximas elecciones al Parlamento Europeo, independientemente de los nuevos equilibrios políticos que salgan de las urnas, nuestra Madre naturaleza nos va a recordar, brutalmente si fuera necesario, que con las cosas de comer no se juega.