Aprendizaje, innovación y resistencia al cambio

- Pau Hortal
- Barcelona. Sábado, 12 de julio de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Tomando como referencia el contenido de uno de los relatos anónimos accesibles en Internet, lo que pretendo aquí es reflexionar sobre la relación existente entre los tres conceptos que dan título al artículo e, igualmente, sobre la relevancia que la gestión del cambio (basado en las cualidades humanas de curiosidad y asunción de riesgos) ha tenido y tiene para el avance social.
He aquí la historia: “Un científico puso a cinco monos en una jaula, y en el centro una escalera y, sobre ella, un cesto con bananas. Cuando uno de los monos subía, el científico les lanzaba agua fría a los demás. Poco después, cuando un mono subía, los otros lo atacaban por temor al agua fría. Transcurrido un cierto tiempo, ningún mono se animaba a subir. Entonces, el científico cambió a uno de los monos. Este quiso subir la escalera siendo golpeado por los otros. Un segundo mono fue sustituido poco después con idénticas consecuencias, con el detalle de que el primer sustituto participó con entusiasmo en la paliza. Poco después se sustituyó a un tercero con la consecuencia de que se repitió el mismo comportamiento. Cuando finalmente se había sustituido a todos los integrantes del grupo, este quedó formado por cinco monos que nunca habían recibido un baño de agua fría y, sin embargo, continuaban golpeando al que intentaba llegar a las bananas”. Si fuese posible preguntarles por qué actuaban de esta manera, la respuesta sería: “No sé, las cosas siempre se han hecho así”.
Desde mi punto de vista, se trata de un relato que resulta muy clarificador al objeto de plantearnos cuestiones como las que siguen: ¿por qué nos resistimos al cambio? ¿Por qué nos sentimos impelidos a seguir haciendo las cosas como siempre? ¿Qué podemos o debemos hacer para hacer posible la innovación?
¿Nos preguntamos a menudo los porqués sobre la forma en que hacemos las cosas? Con frecuencia, no. No solemos cuestionarnos el porqué, ni el cómo, ni el para qué de la mayoría de nuestras acciones, en particular de las que forman parte de nuestros comportamientos habituales. Es incluso natural no pensar en las razones por las que tenemos determinados comportamientos. Es constatable que, como seres humanos, necesitamos una zona de confort integrada por una serie de rutinas y, del mismo modo, que no podemos situarnos en una actitud de cambio permanente. Sin embargo, tampoco hemos de estar cerrados a los nuevos planteamientos y deberíamos respetar y admirar a aquellos que actúan de forma diferente. Hemos de recordar que una gran mayoría de los avances humanos son consecuencia de que alguien actuó o promovió comportamientos fuera de los previamente establecidos.
La resistencia al cambio es una respuesta natural que, además, asegura la supervivencia de muchas especies. Pero los humanos somos, en este punto, diferentes. La evolución humana ha sido posible gracias a que nuestra especie dispone de capacidad de investigar y desarrollar nuevos comportamientos y de una elevada capacidad de adaptación (hoy llamada resiliencia). También es consecuencia de que somos seres sociales, lo que nos permite cooperar con otros seres humanos y asumir aprendizajes que nos impulsan a transformar las cosas.
La resistencia al cambio es una respuesta natural que, además, asegura la supervivencia de muchas especies. Pero los humanos somos diferentes
Y todo ello, válido desde el punto de vista individual, es además aplicable a los entornos organizativos y sociales. ¿Cuándo deberíamos plantearnos la posibilidad de hacer las cosas de una forma diferente? Esta pregunta tiene una respuesta muy sencilla: cuando queramos obtener un resultado distinto al que estamos alcanzando con nuestras conductas habituales.
La resistencia al cambio es una reacción común, con múltiples razones psicológicas, emocionales y prácticas. Algunas de las causas principales de este freno incluyen: el miedo natural a entrar en entornos no explorados con anterioridad y que genera situaciones de ansiedad, la inseguridad que nos lleva a dudar de nuestras propias capacidades para actuar ante lo desconocido y la falta de confianza respecto a la actitud de las personas que lo impulsan, las pérdidas de control y las amenazas al statu quo.
En todo caso, para que el cambio sea posible, necesitamos comprometernos con él. Un compromiso que podemos definir como la dedicación y el esfuerzo hacia un objetivo o una promesa y que es la consecuencia de la asunción de responsabilidades y el cumplimiento de unas expectativas, ya sea en una relación, en el trabajo o en un proyecto.
La relación entre estos factores es fundamental en la gestión de personas en las organizaciones. Necesitamos actuar de modo coherente en base a determinados valores y propósitos, pero, al mismo tiempo, ofrecer entornos que den a las personas la capacidad para hacerlos compatibles (estabilidad) con otros que promuevan el cambio (innovación).