Tras un proceso de consulta pública y de reuniones con los líderes de Silicon Valley, la Casa Blanca presentó recientemente el documento Winning the AI Race: America’s AI Action Plan, un compendio de más de noventa medidas que reorganizan las prioridades nacionales en torno a tres pilares estratégicos: acelerar la innovación, construir infraestructura tecnológica y ejercer un liderazgo.

Los orígenes del plan estratégico 

En enero de 2025, el presidente Donald Trump firmó la Orden Ejecutiva 14179, bajo el título Removing Barriers to American Leadership in Artificial Intelligence. Con este gesto, el mandatario dejó en claro que la inteligencia artificial sería un eje central de su segundo mandato, no solo como motor de innovación económica sino también como herramienta estratégica para reforzar el liderazgo estadounidense en un escenario internacional dominado por la competencia tecnológica.

La orden, que revocaba políticas de su predecesor, instruía a la Oficina de Política Científica y Tecnológica a elaborar en un plazo de 180 días un plan integral para garantizar que Estados Unidos mantenga la delantera en la carrera global de la IA.

Los ejes del plan: innovación, infraestructura y poder global

El primer eje se centra en la innovación. Trump plantea una política de desregulación agresiva, con el objetivo de eliminar lo que considera trabas burocráticas al desarrollo de la inteligencia artificial. Se anuncia la revisión de decisiones de la Comisión Federal de Comercio (FTC) tomadas durante la administración anterior, y se advierte que los estados que adopten regulaciones “excesivas” sobre IA podrían ver reducidos sus fondos federales.

En este marco, el plan promueve una IA “libre de sesgos ideológicos”, ordenando revisar las guías técnicas del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST) para eliminar referencias a temas como desinformación, diversidad o cambio climático. Nada más y nada menos.

También se impulsa el desarrollo de modelos de código abierto y se garantizan mayores recursos a start-ups y universidades para acceder a infraestructura de computación avanzada. La administración promete asimismo fomentar proyectos piloto en áreas como salud, agricultura y energía, bajo esquemas reguladores flexibles que permitan experimentar con aplicaciones de IA en beneficio de la competitividad del país.

El segundo pilar gira en torno a la infraestructura. El plan contempla un despliegue acelerado de centros de datos, fábricas de semiconductores y redes de energía capaces de sostener el consumo exponencial de la IA. Para ello, se anuncia la flexibilización de los procesos de permisos y la reducción de normas ambientales, lo que permitiría instalar instalaciones críticas en suelos federales con mayor rapidez.

El gobierno apuesta a una combinación de fuentes energéticas, que incluyen no solo renovables y nucleares, sino también gas y carbón, en línea con la política energética pragmática de Trump. A este esfuerzo se suma la promoción de megaproyectos como Stargate, una iniciativa liderada por un consorcio de gigantes tecnológicos como OpenAI, Oracle y SoftBank, que busca levantar la infraestructura de inteligencia artificial más avanzada del mundo dentro de Estados Unidos y en países aliados.

Con estas medidas, la administración pretende garantizar que el ecosistema tecnológico estadounidense no dependa de cadenas de suministro externas y pueda responder al desafío planteado, en particular, por China.

El tercer pilar pone el acento en la dimensión internacional. El plan establece una política de exportaciones generosa hacia países aliados, tanto en hardware como en software y modelos de inteligencia artificial, con el propósito de consolidar un bloque tecnológico alineado con Washington.

Paralelamente, refuerza la oposición frontal a la influencia de China en organismos multilaterales como la ONU y el G20, donde Estados Unidos pretende imponer sus estándares como referencia global. No obstante, la estrategia no está exenta de contradicciones. 

Reacciones al plan de Trump

Las reacciones al plan no se hicieron esperar. Desde la Casa Blanca, el equipo cercano a Trump —con figuras como David Sacks, designado como “zar” de IA y criptomonedas— defiende el espíritu de desregulación como la clave para permitir la innovación y permitir que el mercado lidere la próxima revolución tecnológica. El sector empresarial, especialmente figuras como Jensen Huang, director ejecutivo de Nvidia, ha mostrado entusiasmo por el impulso a la infraestructura y la apertura hacia proyectos privados de gran escala.

Sin embargo, no faltan voces críticas. Científicos y académicos han advertido que los recortes presupuestarios en agencias como la Fundación Nacional de Ciencias, los Institutos Nacionales de Salud o la NASA ponen en riesgo la base investigadora que históricamente ha nutrido los avances tecnológicos.

Organizaciones ambientalistas alertan, por su parte, sobre el impacto ecológico de multiplicar centros de datos en un contexto de relajación de normas. También surgen preocupaciones legales respecto a posibles violaciones en materia de control de exportaciones y de constitucionalidad en los acuerdos comerciales con países competidores.

La IA en la administración 

En el ámbito gubernamental, el plan se traduce en la implementación de la plataforma USAi, destinada a empleados federales y desarrollada en alianza con empresas como OpenAI, Anthropic, Google y Meta. Esta herramienta busca acercar la inteligencia artificial a la administración pública, aunque algunos críticos señalan que podría concentrar demasiado poder en manos de un puñado de compañías. 

El balance del AI Action Plan es complejo. Desde una perspectiva económica y de competitividad, el plan apuesta fuerte por la velocidad, la inversión privada y la eliminación de obstáculos reguladores. Sin embargo, esa misma lógica de aceleración genera inquietudes sobre la sostenibilidad ambiental, la imparcialidad en el uso de los algoritmos y la solidez del marco institucional.

El discurso oficial se centra en “ganar la carrera” frente a China y reafirmar el liderazgo estadounidense, pero los costes de este enfoque podrían ser altos a largo plazo. La pregunta es si esta visión de desarrollo tecnológico prioriza el interés público y la seguridad global o si responde principalmente a una lógica de poder geopolítico.